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Roy Berocay, el hombre que vive en su cabeza

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Fotografía obtenida del Facebook personal de Roy Berocay


Roy Berocay nació en Montevideo un febrero de 1955. Marcado por la escritura y la música desde muy pequeño, hoy es reconocido mundialmente por su literatura infantil


El sol se asoma por el horizonte de Las Toscas, Canelones. Roy Berocay deambula por su casa en busca de café. Va hasta la barbacoa -su lugar favorito de la casa- y se sienta frente a la computadora. Luego de leer la casilla de mails, se sumerge en la escritura de su siguiente libro hasta que el sol marque el mediodía. Roy tiene un don para escribir letras e inventar cuentos que llegan al corazón de los niños, pero el contar historias no nació con él, sino con su apellido. Un apellido envuelto en una leyenda que se transmite de generación en generación.

A fines del siglo XIX el bisabuelo de Roy, José Berocay, se enamoró de la criada de la casa, Matilde. Ella era una indígena, charrúa, vivía en un rancho con piso de tierra. José pertenecía a una familia de alta posición que, al descubrir su romance, se indignó y le hizo firmar con be larga para diferenciarse del resto de la familia. Los hijos que Matilde tuvo con José -quienes en su partida de nacimiento figuran de madre desconocida-, al crecer, le ofrecieron ponerle piso de baldosas al rancho, pero ella se negó, se había acostumbrado a tener los pies sobre la tierra.

Los padres de Roy se mudaron con él a Chicago (Estados Unidos) el año 1964. Roy tenía 9 años. Unas puertas enormes se abren ante sus ojos y aunque su mente le pide darse vuelta y volver, su cuerpo ingresa en el edificio. Rodeado de niños que hablan en un idioma prácticamente desconocido, intenta seguir el hilo de las clases. Sin embargo, a los tres meses de asistir a esa escuela, se coronó como el ganador de un concurso de deletreo.

Roy vivió en Estados Unidos cuatro años y estando allá descubrió una banda de rock, Steppenwolf, que le llamó mucho la atención. “Fue el primer disco que compré en mi vida”. De vuelta en Uruguay, Roy leía en un diario una entrevista que le habían hecho al cantante y leyó que el nombre de la banda había sido elegido por un libro que se llamaba El lobo estepario, del escritor Herman Hesse. Dedujo que, si le gustaba la banda, también le gustaría el libro, entonces, días después, se dirigió a una librería y lo compró. Roy se sumergió en la lectura maravillado, y aunque había cosas que no podía entender por la edad que tenía, la mirada filosófica del autor le abrió la cabeza. Roy terminó leyendo todos los libros que existían sobre ese autor. “Hay un libro que se llama Demián que me gustó mucho y cuando tuve un hijo le puse así por ese libro”.

La familia y el storytelling
Durante su niñez y adolescencia, Roy pasaba los veranos en Parque del Plata, donde sus padres habían construido una casa. Más tarde llevó a sus hijos a pasar las vacaciones allá. Todas las noches les leía cuentos a sus hijas más pequeñas, pero ellas siempre pedían por la misma historia, Cuentos de la selva. La historia se repetía noche tras noche y Roy, cansado, salió a buscar algo nuevo para leerles, algo uruguayo para niños que les gustara tanto como Quiroga. Pero no encontró nada. “Entonces empecé a inventarles mis propios cuentos”. Una tarde, Roy vio a uno de sus hijos muy entretenido jugando con un sapo. El sapo pasó muy cerca de sus pies. Y en ese instante se le vino a la cabeza el nombre Ruperto, un sapo que ya existía en los cuentos que les había inventado a sus hijas.

Roy comenzó a escribir libros para niños en un momento en que nadie más lo hacía en Uruguay. Lo que escribía generaba impacto y sensaciones en los que lo leían. Las maestras tomaban sus cuentos para leerlos en las escuelas. Hoy esos niños tienen más de 30 años.

-¿Cómo definirías tu relación con los niños?
-Tengo un afecto muy particular con ellos. Sé ponerme en su lugar y más o menos saber lo que piensan y sienten. Hay una cosa de ida y vuelta, son increíble los gurises– explica Roy.

Roy está arriba de un escenario con una guitarra frente a un micrófono mientras les explica a los espectadores cómo tienen que comportarse en un concierto de rock. Los espectadores son niños que escuchan con atención e imitan sus movimientos. Al lado de Roy, con otra guitarra, está Demián y en la batería su otro hijo, Pablo. La música de Ruperto Roncanrol comienza a sonar y los niños enloquecen, saltan, bailan y cantan mientras hacen los “cuernos de rock” o “la señal del caracol”, como le dice Roy. El nivel de intensidad es sorprendente y los padres disfrutan con los niños del espectáculo. Roy mira las caras de los más chicos mientras canta, ve felicidad y piensa que eso es algo impagable. Cuando termina el show, los tres bajan del escenario para ir al encuentro con los niños. Un montón de chiquilines corren hacia ellos y lo abrazan. Les hablan como si fueran personas cercanas, incluso algunos les dicen que los quieren mucho.

El próximo proyecto
Roy siente que, si pasan muchos días sin hacer nada, sin tener un proyecto en el que trabajar, empieza a sentir que le falta algo, que está perdiendo el tiempo. “Siempre embromo que vivo mucho en mi cabeza porque siempre estoy pensando cosas, en el próximo proyecto. A veces no termino uno y ya estoy pensando en lo que voy a hacer después”.

Convirtió el garaje de su casa en un estudio de grabación donde, además de ensayar con sus hijos, también graba sus discos. Por la mañana trabaja en la barbacoa con su libro, y por las tardes va al garaje a grabar las guitarras para el próximo álbum. “Mi primer disco solista… a los 65 años. Voy a empezar mi carrera”, dice entre risas. Si no está haciendo cosas para su disco, se pasa las tardes trabajando en su nuevo programa de radio: Crónicas Marcianas. Escribe los guiones, les pone música, ambientación y efectos especiales.

Crónicas Marcianas, llamado así en honor a Ray Bradbury, un autor que lee desde su adolescencia es “una mirada diferente a lo de todos los días”. Son historias de ficción que salen una vez a la semana en la X. Comenzó con este proyecto el mes pasado, y el primer capítulo, de 23 minutos de duración, retrata a nuestro país con sus costumbres y maneras de enfrentar a un virus que los azota, desde la visión de un extraterrestre. Utiliza mucho el humor para sutilmente, criticar a la sociedad uruguaya. Roy dice que este programa de radio es para todos, pero sus hijos y su esposa le dicen que es infantil. “Y bueno ,yo les digo que me sale así, aunque trate de hablar para grandes, supongo que no puedo escapar de eso”.

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