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¿Cómo logran integrarse las mujeres al trabajo político en los contextos patriarcales del siglo XX?

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Autora: Guillermina Martínez Scampini 

Resumen:
El tema de las mujeres y el trabajo político ha sido motivo de intensos debates y conflictos a lo largo de la historia, ya que hemos sido sistemáticamente excluidas de este ámbito que hasta el día de hoy continúa siendo esencialmente masculino. Esta exclusión no sólo limitó nuestra participación en política, sino que estableció a la política como un espacio “para hombres”, donde las voces femeninas deberían ser silenciadas o subordinadas a aquellas masculinas. Construyendo una tradición política que excluye a la mitad de la población y que aun, a pesar de los grandes avances, persiste en la sociedad. El objetivo de este ensayo es visibilizar el trabajo político de las mujeres y recuperar la memoria de aquellas mujeres que marcaron el camino para llegar a donde estamos hoy, asimismo busca analizar el por qué esta relación mujer-política ha sido tan conflictiva a lo largo de los años y cómo estas tensiones permanecen hasta el día de hoy.

Palabras clave: mujeres, política, patriarcado, trabajo, feminismo

Introducción

«Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa».
Simone de Beauvoir

La relación entre la mujer y la política ha sido compleja y conflictiva. Las mujeres hemos sido sistemáticamente excluidas de este ámbito, ya sea por razones legales, socioeconómicas, culturales o psicoafectivas. Aún hoy, a pesar de haber conquistado numerosos derechos, la política sigue siendo un ambiente masculino. Con este proyecto, intento visibilizar el trabajo político femenino y reflexionar sobre los obstáculos que las mujeres encontraron para poder tener roles en política.

El feminismo latinoamericano de la primera mitad del siglo XX reflexiona sobre las causas respecto a la condición femenina en los diversos países y cuestiona la exclusión de la mujer del sistema político. A raíz de esto, lucha por la presencia de la mujer en el ámbito público. En esta lucha colectiva están desde las que abogan por la igualdad en el mundo del trabajo y las que lo hacen por la igualdad civil y política entre géneros. Mujeres como María Eva Duarte, Paulina Luisi, María Vilanova fueron pioneras en la participación política de las mujeres y en la ardua lucha feminista en América Latina.

Creo que es fundamental estudiar la historia de las mujeres en el mundo laboral y en el trabajo político para visibilizar los obstáculos y la desigualdad de oportunidades que este reproduce, en consonancia con los prejuicios que impone la propia sociedad. Aunque no existen normas que prohíban explícitamente el trabajo político femenino, existen restricciones que operan de forma estructural y simbólica, limitando las posibilidades de ascenso. La distribución sexual del trabajo tiende a mantener a muchas en los niveles más bajos de participación o visibilidad.

A continuación, desarrollamos las distintas formas de exclusión del patriarcado político en Latinoamérica, las diversas estrategias de resistencia desarrolladas por las mujeres, los avances logrados y reflexiones sobre este pasado para pensar el presente. Temporalmente, abordamos procesos de la primera mitad del siglo XX y nos localizamos, principalmente, en el Cono Sur.

Formas de exclusión y condicionamientos patriarcales en la política latinoamericana

La exclusión femenina en la política ha combinado históricamente barreras visibles e invisibles, arraigadas en estructuras de poder y en condicionamientos culturales. Heller (2006) lo explica con la metáfora del “techo de cristal”, limitaciones invisibles para alcanzar los cargos más altos, y el “piso engomado”, que simboliza las barreras autoimpuestas de las mujeres como priorizar roles familiares o la falta de confianza para dar el “salto” político. Acceder a cargos de poder supone para las mujeres costos específicos como la tensión trabajo–familia, crisis de pareja y, en muchos casos, la postergación o renuncia a la maternidad; mientras que para los hombres, el liderazgo se naturaliza como un estilo de vida (Lipovetsky, 1999).

Hasta principios del siglo XX, la mujer latinoamericana fue representada casi exclusivamente a través de discursos masculinos, de manera unitaria y globalizante. La incorporación de la mujer a la educación permitió que surgieran voces políticas femeninas, pero la falta de una identidad narrada historiográficamente dificultó su reconocimiento como pensadoras (Fernández, 2006). En Uruguay, por ejemplo, la experiencia de María Abella, integrante de la “Generación del Novecientos”, se desplegó en un contexto reformista todavía profundamente patriarcal, lo que los historiadores Barrán y Nahum (1979) describieron como una “conciencia nacional masculina”.

La tradición historiográfica invisibilizó a miles de mujeres en la ciencia, la política, la cultura, lo que provoca que las nuevas generaciones no encuentren fácilmente referentes femeninos en el pasado. Y aunque hubo avances en igualdad, las mujeres siguen encasilladas en roles tradicionales y no remunerados, lo que limita su profesionalización, especialmente en el ámbito de la política. Para revertirlo es necesario un cambio cultural y legal, con políticas de cuidado que reconozcan y redistribuyan estas tareas.

El feminismo latinoamericano de la primera mitad del siglo XX cuestionó la exclusión de la mujer en el sistema republicano y abogó por la inclusión femenina en la esfera pública (Fernández, 2006). En este sentido, las cuotas de género han sido una herramienta necesaria para garantizar la presencia femenina en sistemas políticos dominados por hombres, aunque la verdadera meta debería ser la paridad. Las mujeres son más de la mitad de la población, pero siguen siendo minoría en los parlamentos. Entendemos que una democracia que se autopercibe representativa debería reflejar esa composición real.

Estrategias, redes y resistencias

El ingreso de las mujeres a la educación y al trabajo desde fines del siglo XIX permitió que comenzaran a articular demandas civiles y políticas. “A principios del siglo XX, las mujeres que se atreven a pensar el feminismo y a formularlo están contribuyendo no sólo al pensamiento y a la identidad latinoamericana sino a su propia constitución como sujetos” (Araya, 2006: p. 6). Las primeras feministas, al pertenecer a clases privilegiadas, plantearon demandas que no siempre reflejaban las necesidades de todas las mujeres. Se trataba de mujeres que tuvieron la oportunidad de viajar o formarse en el “primer mundo”, importando ideas que podían estar un tanto descontextualizadas. Pero igualmente fueron clave en este proceso. Hoy, la lucha busca ser más inclusiva, dando voz a sectores más vulnerables como las mujeres rurales, afrodescendientes, indígenas, migrantes.

La prensa y la literatura fueron plataformas centrales para la denuncia feminista, generando conciencia y articulando demandas (Lavrín, 1995). En la década de 1930, la lucha por el voto se intensificó mediante organizaciones “paraguas” como la Federación Chilena Feminista (1944) o el Comité Pro-Derechos de la Mujer en Uruguay (1932). También se articularon redes transnacionales, como la Comisión Interamericana de Mujeres (1928). En Uruguay, Paulina Luisi fundó el Consejo Nacional de Mujeres (1916) y la Alianza Uruguaya por el Sufragio Femenino (1919), desde donde denunció la doble moral y defendió la educación sexual como política pública (García, 2023). María Abella, por su parte, creó el Club de Señoras (1900), la revista Nosotras (1902), la Liga Feminista Nacional (1909) y publicó En pos de la justicia (1908).

El feminismo globalizado, al visibilizar en foros internacionales las problemáticas de género, presionó a los estados a asumir compromisos, pero pensamos que muchas veces relega particularidades locales y abre la puerta a discursos de compromiso sin cambios reales internos.

Un ejemplo significativo: el Partido Peronista Femenino

El ingreso de la mujer a la política en la Argentina tuvo un punto de inflexión con la creación del Partido Peronista Femenino (PPF) en 1949, bajo el liderazgo de María Eva Duarte. Este proceso abrió un espacio de militancia y representación hasta entonces vedado para las mujeres. La etapa previa estuvo marcada por los centros cívicos femeninos, impulsados desde 1944, que combinaban campaña política y acción social.

En julio de 1949, los centros cívicos se disolvieron y nació el PPF, una organización independiente y exclusiva para mujeres. Eva Duarte nombró “delegadas censistas” encargadas de organizar el partido en cada provincia. Las unidades básicas femeninas se dedicaban a alfabetizar y a promover actividades sociales, pero también eran espacios de formación y acción política.

El ingreso de las mujeres a la política generó resistencias y estereotipos. Para enfrentarlos, Eva utilizó lo que Barry (2009) denomina “discurso artificioso”, presentando la militancia femenina como acción social más que política. Sin embargo, la práctica revelaba su verdadero alcance a través de la Fundación Eva Perón, porque las militantes detectaban problemas en los territorios y gestionaban soluciones, consolidándose como agentes políticos activos.

Eva Perón propuso un cupo del 33% de mujeres para las elecciones de 1951, lo que generó resistencias entre los varones. Eva se encargaba personalmente de la confección de candidaturas tanto en el área femenina como sindical, alcanzando un rol inédito para una mujer en la política argentina.

Entre las dirigentes más destacadas de esta época sobresalieron Juana Larrauri e Hilda Pineda, quienes en 1952 se convirtieron en unas de las primeras senadoras nacionales, y Delia Parodi, quien llegó a ser vicepresidenta de la Cámara de Diputados. La Ley del Voto Femenino (1947), aplicada en las elecciones de 1951, obligó a documentar a todas las mujeres y consolidó al PPF como espacio de representación. Ese año ingresaron al Congreso veintitrés diputadas y seis senadoras, un hecho histórico en América Latina.

El PPF transformó la política argentina y regional, aunque sufrió una regresión con el peronismo proscripto. En 1951, se alcanzó un número de parlamentarias que, por ejemplo, Uruguay aún no ha logrado consolidar en el presente. No obstante, la ampliación de la democracia en los cuarenta también abrió espacios a la participación política femenina en otros países de la región. En Uruguay, Julia Arévalo se convirtió en 1942 en la primera senadora, tras una extensa trayectoria sindical y comunista que marcó un hito en la representación parlamentaria de las mujeres. En Guatemala, la primavera democrática permitió la organización de la Unión Femenina, que acompañó al gobierno de Árbenz en la defensa de derechos conquistados y en los cuales María Villanova tuvo un rol destacado. En Chile, la obtención del voto femenino en 1949, impulsada en gran medida por las redes feministas y respaldada por el Partido Radical en un contexto reformista, abrió paso a la elección de las primeras diputadas en la década de 1950.

¿Cómo logran integrarse las mujeres al trabajo político en los contextos patriarcales del siglo XX?… ¿Y en el siglo XXI?

Las mujeres han logrado integrarse a la política por medio de varias estrategias, el uso de la literatura y la prensa para expresarse, las organizaciones y consejos nacionales de mujeres o la militancia en partidos políticos. Pero cabe resaltar los obstáculos que las mujeres encontraron a lo largo de su lucha y que, en mayor o menor medida, siguen existiendo. Entre ellos se encuentran la discriminación y los abusos en los ámbitos laborales y partidarios, así como la constante exigencia de demostrar más méritos que sus pares varones.

Asimismo, el abuso sexual y laboral que viven las mujeres que se integran al trabajo político es significativo y ha sido atestiguado en diversos episodios. Para muchas de ellas, el mismo espacio en el que buscan crecer y desarrollarse se convierte en un ámbito hostil, porque allí se enfrentan a insinuaciones, presiones o tentativas de abuso que las colocan en una situación de vulnerabilidad.

A menudo las mujeres políticas se ven forzadas a masculinizar su estilo de liderazgo para ser aceptadas, mientras la sociedad aún las condiciona con estereotipos que las culpan por abandonar roles tradicionales. Además, desde pequeñas son educadas para no opinar en público sobre temas de política o economía. En mi propia experiencia como estudiante, he podido observar cómo los varones suelen ser los primeros en intervenir cuando se abordan temas vinculados a la política. Muchas veces lo hacen con opiniones poco fundamentadas o con comentarios que ridiculizan, por ejemplo, al feminismo. Esta dinámica reproduce la socialización que habilita a los varones a expresarse con seguridad, aunque no tengan argumentos sólidos, mientras que las mujeres enfrentan mayores obstáculos para participar y deben medir mucho más sus palabras para ser tomadas en serio.

Los partidos políticos también reproducen estas barreras, ya que tienden a no priorizar a las mujeres en la confección de candidaturas o en la distribución de cargos. Finalmente, quienes logran alcanzar posiciones de poder se enfrentan a críticas que exceden su gestión, muchas veces dirigidas a su vida privada, su apariencia o su carácter, lo que constituye una forma de violencia política de género. Si bien, todo cargo de exposición hace que una persona esté expuesta a las críticas, en el caso de las mujeres es como un ataque constante. Todo ello muestra que la participación política femenina se ha conquistado a contracorriente de estructuras sociales, culturales e institucionales que aún persisten.

El punto está en que la voz femenina en la política es fundamental para construir una democracia integral. La presencia femenina en el ámbito legislativo trajo mayor atención a temas como la violencia basada en género, los derechos sexuales y reproductivos, las políticas de cuidados y otros aspectos relevantes para nuestra cotidianeidad. La historia demuestra que donde las mujeres irrumpen, la democracia se ensancha.

BIBLIOGRAFÍA

Araya, C. (2006, enero). Pensamiento feminista en la primera mitad del siglo XX en Paraguay, Uruguay y Chile: Serafina Dávalos, María Abella de Ramírez y Amanda Labarca. Revista Nomadías, (4), 47-66. Universidad de Chile.
Barrán, J. & Nahum, B. (1979). El Uruguay del novecientos. Ediciones de la Banda Oriental.
Barry, C. (2009). Evita capitana. Eduntref.
Fernández, A. M. (2006). Mujeres y política en América Latina: dificultades y aceptación social. Argumentos: Estudios críticos de la sociedad, 19(51), 117-142. Universidad Autónoma Metropolitana.
García, M. B. (2023, marzo 1). Paulina Luisi, pionera de pensamiento y acción. Vidas científicas. Mujeres con ciencia.
Heller, L. (2006). “Mujeres, entre el techo de cristal y el piso engomado”. La voz del

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