El peligro de tener razón
Muchas veces se habla sobre cómo lograr superar los errores, o como tomar conciencia de los juicios erróneos que tenemos sobre algunas cosas, pero pocas veces se habla del peligro de tener razón y la necesidad de administrar las creencias sobre la verdad.
Por verdad entendemos aquí la verdad práctica, y cómo esta se relaciona con el sujeto que la ostenta. Su administración es un tema interesante a considerar, ¿por qué? La finalidad de la verdad práctica está en la elucidación de qué es lo bueno para uno o para un grupo de gente, entonces su verdad no está solamente en su formulación sino en la finalidad. Pero hay riesgos, ya que su formulación marca la intencionalidad del poseedor de la verdad y también la tentación de reivindicar la inteligencia por sobre el bien de la persona aconsejada.
Pongamos un ejemplo: el padre ve a su hijo hamacarse con la silla y le advierte: “Deja de hamacarte que te vas a caer”. El hijo no presta atención, no considera que esa observación sea relevante. Finalmente cae.
Frente a este hecho el padre se encuentra ante una encrucijada difícil. La tesis que se defenderá es que la acción correcta a seguir sería preguntarle “¿estás bien”, y dejar que el hijo procese la secuencia, y así quizás, él solo dirá “tenías razón” o con un gesto reconocerá su error, sentimiento que serviría para recordarlo en el futuro. El padre debería sentirse reconfortado si percibe que el niño aprendió de la experiencia y no tanto por haber tenido una observación razonable. Pero esto sucede contadas veces.
Lo que sucede, casi como un reflejo, es que el padre le grita: “¡Te lo dije!”. Esta afirmación suena a una patada que se le da a alguien ya caído. Sin duda que marca la verdad que contenía sobre la acción; sin embargo, también marca algo que puede abrir una puerta peligrosa, el sentimiento de orgullo por tener razón. La verdad del juicio práctico puede ser algo accidental, podría no haber sucedido. La naturaleza e intención del consejo ahora cambia en su percepción. El consejo que inicialmente se había vuelto por un interés por el otro, ahora pone el énfasis primero en su verdad y queda en un segundo plano el interés por el otro.
Así quien recibe el consejo y no escucha, finalmente recibe la confirmación de la realidad que ese consejo era el correcto puede advertir su error: no necesita un recordatorio, a fin de cuentas, su espalda ya acusó recibo del golpe, para tener que recibir una confirmación. Sin embargo, esta confirmación del error puede generar un sentimiento de rechazo y finalmente un extraño proceso de negación del mismo, produce rechazo a la actitud del consejero. El reproche de quien aconsejó bien es percibido más como una forma de autoafirmación y un interés mayor por parte del consejero en tener razón que en preocuparse por el otro. El resultado final es un alejamiento y el comienzo de un resentimiento sobre quien posee ciertas “verdades”.
Por parte de quien da el consejo, frente a esta actitud también se reafirma el orgullo de tener razón y aparece un menosprecio por el aconsejado. Quizás el consejero podría llegar a la radicalidad de percibirse a sí mismo como poseedor de la verdad a partir de un consejo particular, se instaura como el artífice de juicios certeros y en este sentido el consejero se vuelve una especie de enamorado de sus verdades más que un buscador del bien del otro o del bien propio.
Esto que sucede seguido en el entorno familiar, también nos afecta en la vida y en las relaciones de amistad o laborales.
No es vano recordar que, así como cuando tenemos sed buscamos agua, cuando tenemos dudas buscamos la verdad, y por ello poseer la verdad, o como se dice de los juicios prácticos “tener razón”, produce placer. Pero ese placer de tener razón no debe ocultar el sentido para el cual deseamos tener razón, esto es, buscar la forma mejor de hacer las cosas. En este sentido, un consejero que con sus consejos logra que el aconsejado lo deje de escuchar, lejos de buscar el fin propio del juicio práctico que es el bien, busca “tener razón”, y lejos de tratar de acercarse al otro y preocuparse por el otro, está tan solo preocupándose por su verdad.
Excelente
Muy interesante y todo muy cierto. Pero el “ya te lo dije” cumple (además de la descarga personal muy dificil de evitar en terminos sicológicos para el instructor desoido ) una funcion de validacion personal de la experiencia e información del padre sobre los criterios de comportamiento del hijo. Este no volverá a correr riesgos por el recuerdo de su dolor físico y adicionalmente reforzará con esta advertencia innecesaria pero casi inevitable de su padre, la sapiencia de sus advertencias
Estoy de acuerdo. Hay un detalle. Ese yo te lo dije……puede resonar diferente y marcar positivamente a ese hijo, según el Tono y la intención. El poder sobre el otro tiene un tono, el expresar experiencia y mostrar que la experiencia sirve para crecer, tiene otro tono.
Muy buen consejo, Francisco. Cuantos errores por no profundizar en nuestros actos y sus consecuencias muchas gracias