Camino a la libertad
La historia de dos luchadores privados de libertad que buscaron generar un espacio para seguir entrenando dentro de prisión y encontraron un camino de rehabilitación que los convirtió en referentes de presos y guardias
Hace ya varias horas que un grupo de unos 15 jóvenes esperan por Álvaro Vidarte y Leonardo Palacios. Hace días que viene acumulándose la ansiedad por ver a estos dos púgiles entrenar arriba del ring del Centro Quebracho. Las dos horas de atraso, según la hora estimada en que llegarían, multiplican la expectación. “Vienen los dos”, “viene solo Leo”, “viene solo Álvaro”, “vienen los dos”, los mensajes de texto contradictorios aumentan los nervios.
Finalmente, con casi tres horas de atraso Palacios y Vidarte llegan al ring con su escolta policial desde el “Establecimiento Penitenciario de Canelones”, más conocido como la cárcel de Canelones, donde hace cuatro y seis años que están detenidos, respectivamente.
En la esquina roja: “El boxeador”
Álvaro Vidarte tiene 32 años, comenzó a boxear a los 20 y muy pronto se convirtió en una de las promesas del boxeo amateur. En el 2010, Álvaro estuvo a pocos días de competir en representación de Uruguay en los Juegos Odesur, pero el control antidopaje le dio positivo en cocaína y arruinó su sueño. Hoy es lo que más le pesa, haber cometido esa primera “macana” que lo metió en un espiral de frustraciones. Primero lo alejó del deporte y finalmente lo llevó a cometer un robo por el cual terminó procesado y en la cárcel de Canelones.
“El Boxeador”, como le dicen todos con cariño y respeto, habla con mucho dolor sobre esta parte de su historia. Hace pocos años que se había casado, tenía su primer hijo, y después de pasar toda su vida haciéndose cargo de sus hermanos, trabajar para mantener a su madre y entre todas estas responsabilidades dedicarse a entrenar a nivel semiprofesional, siente que no tenía ninguna necesidad de salir a robar. La angustia sumada a unos meses de necesidad económica le pesaron y pensó que el delito podía ser una salida fácil.
– “¡Me privaron de libertad! Aprendí que hay que pensar las cosas por lo menos dos veces antes de hacerlas. Dejé a mi familia, dejé una carrera de boxeo, que era en lo que estaba muy metido y estoy muy arrepentido de lo que me pasó”, explica.
En la esquina azul: “El entrenador”
Antes de estar privado de libertad, Leonardo Palacios practicaba Muay Thai y defendió los colores de Uruguay en varias competencias internacionales. En enero de 2013, fue operado de peritonitis. “Me dijeron que por dos años no podía volver a pelear. A ese bajón que me dio por la noticia, se sumó que en mi familia estaba teniendo algunos problemas y exploté por un camino que me hizo muy mal: arranqué a consumir. Para consumir arranqué a robar, y en un robo que hice perdí y vine a parar a la cárcel de Canelones”, cuenta con tono pausado y con cara de dolor, como si estuviera reviviendo ese momento en su cabeza.
Seis meses después de la operación, Leo ingresó a la Unidad Nº 7 Canelones, del Instituto Nacional de Rehabilitación. Con 27 años, se convirtió en un referente dentro de la cárcel de Canelones, y no solo para el grupo de internos de la cárcel que semanalmente salen de sus pabellones a entrenar. Allí, Leo es “El Entrenador”.
Enfrentarse a la cárcel solo
Álvaro fue el primero de los dos en llegar al establecimiento penitenciario y el cambio le costó muchísimo: la convivencia, los tiempos muertos, la sensación de que el tiempo no pasa, el “ahogamiento”, como se refieren los internos a la experiencia de estar encerrados sin cosas para hacer y pensando en todo lo que podrían estar disfrutando afuera. Entró a prisión con 26 años y un ritmo de vida marcado por el entrenamiento de boxeo; la quietud se le fue volviendo insoportable.
“La cárcel es un mundo chiquito en el que estás separado de todo y te sentís solo –explica-. Es complicada la convivencia, sufrís estar privado de muchas cosas que afuera las tenés por normales, por obvias. No te hacés una idea lo que es la cárcel si nunca estuviste adentro. Yo sé lo que pasa, veo lo que pasa y es horrible. Hay mucha maldad. También hay gente buena, pero es poca y es difícil para ellos. Las cárceles están cada vez peores, más llenas y con más jóvenes que terminan acá por las drogas. Lo peor es el aburrimiento que tenés por el encierro y sentir ese ahogamiento”.
Álvaro explica que a las dificultades personales, se suma la desconexión con el mundo exterior: “Estando acá yo perdí a mi madre… Tuve un hijo que no pude salir a reconocer ni estar en el parto. Tengo a mi pareja afuera y dos nenes con los que casi no estuve, que no los crie y los conozco muy poco. Y mi papá ya no puedo verlo, él sufre del corazón, tuvo dos paros cardíacos y cada vez que me viene a ver le hace mal, me hace mal a mí verlo y no quiero que él me vea a mí acá adentro.”
El encuentro
En esos primeros años, Álvaro trabajó en la “bloquera”: una fábrica de bloques. Estando en ese lugar, un amigo le avisó de que en la cárcel estaba Leo Palacios, un peleador de Muay Thai que conocía. “Yo no lo podía creer. Me preguntaba, ¿es el mismo que yo conozco? No puede ser el mismo”, comenta Álvaro.
Casi al mismo tiempo, la familia de Leo le comenta que en la cárcel estaba Álvaro, un conocido de la infancia que hacía años que no veía. Leo recuerda que él estaba en uno de los peores módulos del establecimiento penitenciario y que Álvaro estaba en el módulo de las comisiones de trabajo. La alegría de saber que en ese lugar podría encontrar una cara conocida lo llevó a buscarlo y a querer construir el vínculo de nuevo.
Los dos recuerdan que el encuentro estuvo cargado de emoción. Álvaro repite la primera pregunta que le hizo a Leo cuando lo vio con la misma alegría que ese día: “Leo, ¡¿qué hacés acá?!, ¡no puedo creerlo! ¡Venite conmigo, vamos a juntarnos!
“Para mí fue un alivio total –recuerda Leo-. Estar ahí adentro y no conocer a nadie es difícil: te sentís solo en medio de muchas personas en las que no confías. Me sentía completamente desolado, con miedo. Por eso, encontrar a Álvaro fue una alegría y un alivio. Ahora tenía alguien conocido, un amigo acá adentro en el que puedo confiar”.
Los inicios del proyecto
La alegría del encuentro y su pasado común entrenando en deportes de combate los llevo a pensar en la idea de entrenar juntos. Leo comenta que lo primero que imaginaron fue en crear un espacio de deporte para ellos, pensando únicamente en entrenar y en su propio beneficio. Nunca se les ocurrió que podría ser un proyecto que fuera más allá de ellos dos y unos pocos interesados.
Por eso comenzaron a entrenar juntos: dentro de las celdas, en el patio, en cualquier lugar en el que se les ocurría que fuera posible entrenar. La celda se convirtió en un gimnasio en el que improvisaban bolsas de boxeo y al que poco a poco se fueron sumando otros internos que también querían entrenar. Por ese motivo, Vidarte y Palacios decidieron formular a la dirección de la cárcel un pedido más formal para tener un espacio de entrenamiento.
Durante casi dos años elevaron solicitudes y más solicitudes a las autoridades del establecimiento para armar un gimnasio. Hasta que, finalmente, a raíz de un cambio de autoridades en la cárcel, lograron el permiso para utilizar una celda y reformarla para crear un nuevo espacio de entrenamiento. Leo y Álvaro entrenaban en su celda como de costumbre y en el recorrido de las nuevas autoridades por los pabellones, al Comisario Gonzalo Larrosa le llamó la atención su actividad. Álvaro recuerda ese momento: “Se nos acercaron y nos preguntaron qué estábamos haciendo. Les contamos que yo era boxeador, que Leo era luchador de Muay Thai y que hace tiempo veníamos insistiendo para tener un lugar de entrenamiento. Ahí mismo Larrosa nos dice: ‘entréguenme las solicitudes que yo les voy a conseguir un lugar’. Y fue dicho y hecho”.
Para ese entonces, Palacios y Vidarte ya intuían el impacto que el deporte estaba teniendo en algunos de sus compañeros de celda. Por eso quisieron ampliar su solicitud y que no fuera simplemente un espacio de boxeo o muay thai, sino un área deportiva. “Para nosotros era la posibilidad de armar un lugar donde todos podamos sacarnos el estrés y el ahogo del encierro. Cuando estás privado de libertad, 24 horas encerrado en un cuadradito, salir a descargar energía es un alivio”, comenta Álvaro.
Leo insiste que el gimnasio, en principio, era algo pensado más en su beneficio y en poder entrenar que como una instancia de rehabilitación para otros presos. Pero cuando comenzaron a entrenar a otros y a ver lo que el deporte generaba, comenzaron a pensar en los demás internos. “El deporte, además de lo sano, fue el camino que muchos usamos para sacarnos la rabia. Son muchas cosas las que te pasan dentro de una cárcel, sentís rabia, te enojás con vos mismo, y el deporte es el lugar para descargarlas. Por eso nos propusimos ayudar a otros a ver el deporte de esa manera”, aclara.
El luchador de muay thai agrega: “Muchos tienen el boxeo como un deporte violento, que vas a aprender boxeo y vas a pegarle a los demás. Nos lo decían a nosotros mismos, van a pegarle a un policía. Pero es totalmente lo contrario: al aprender este deporte, aprendés autocontrol y a cuidar a los demás. Este deporte te ayuda a descubrir el respeto hacia vos mismo y hacia los demás. Sentís más confianza y como ya sabés golpear, no vas a pegarle a los demás, porque entendés que la pelea no es con los demás, sino con uno mismo”.
Empezar en contra
Más allá de la emoción con la que Vidarte recuerda ese primer tiempo con el gimnasio, también tiene presente que empezaron en desventaja y puntos en contra con todos. Por un lado, por la cantidad de presos que querían ir todos los días y que se enojaban si nadie los iba a buscar para entrenar. Por otro, porque tuvieron que ganarse la confianza de los funcionarios. “Empezamos en contra porque me imagino que debe ser difícil para un funcionario de la cárcel que venga un preso y te pida que saques a tal compañero para entrenar, que te abra tal pabellón para ir a buscarlo. Pero la verdad que entre las dos partes nos fuimos conociendo de a poco y salió todo muy bien”, sostiene “El Boxeador”.
Leonardo recuerda que fue un tiempo difícil también porque corrían con la desconfianza de los presos, por el hecho de querer hacer las cosas bien con la policía, “y la policía te mira como un preso y no confía en que vos podés hacer las cosas distintas”, explica. Pero querer hacer las cosas bien rinde sus frutos. Y Vidarte y Palacios se ganaron la confianza de las autoridades y de los funcionarios.
Crece el “Camino a la libertad”
El proyecto cambió y se convirtió en algo más que un deporte, en un espacio más grande que el pequeño calabozo convertido en gimnasio: ahora era un camino de rehabilitación y de aprendizaje, de desahogo y autocontrol. Había comenzado “Camino a la libertad”.
De a poco el calabozo fue tomando otro color: pintaron las paredes con cal blanca, aprovecharon que la celda contigua se utilizaba como depósito y, con el permiso de las autoridades, derribaron el muro divisorio para agrandar el espacio, adaptaron los baños para tener duchas y un espacio para cambiarse. Cada semana fueron sumándose bolsas de arena, peritas de boxeo, aparatos para muscular, ruedas viejas para entrenar las patadas. El apoyo de amigos desde fuera de la cárcel, el esfuerzo de los que se iban sumando a entrenar y algunos conocidos del ámbito del boxeo y el muay thai fueron claves para equipar el gimnasio.
Así como el gimnasio crecía, también aumentaba la cantidad de internos que querían participar del proyecto. Leo y Álvaro empezaron a funcionar como entrenadores y a sacar, por turnos, presos de los distintos pabellones para entrenar. “Las clases las hacíamos por pabellón, sacábamos 5-6 compañeros por turno y a la semana pasaban unos 130 presos por el gimnasio”, recuerda Palacios.
Además, a medida que los presos participaban, Leo los veía cambiar: “Los pibes empezaron a pensar dos veces antes de hacer las cosas. El entrenamiento los ayuda a crecer en su confianza, ver que semana a semana se superan los ayuda a descubrir que pueden hacer las cosas bien. Yo como profesor en la cárcel me enorgullezco de lo que han logrado los pibes, de ver sus cambios personales. Y eso me hace sentirme bien conmigo mismo también”.
Conquistar otras cárceles
Después de dos años de experiencia a cargo del gimnasio y del proyecto en la unidad penitenciaria número cuatro, Álvaro y Leo redoblan la apuesta: “Queremos ayudar a gente privada de libertad a que sigan el camino de nosotros: con conducta y entrenamiento tienen posibilidades de rehabilitarse. No solo en la cárcel de Canelones, sino seguirlo más allá, también cuando salgamos en libertad”, comenta Vidarte. Y Palacios agrega: “Ver el cambio en los demás nos da fuerzas para seguir, para querer llevar esto a todas las cárceles del país, porque es un proyecto lindo que va a cambiar la realidad de muchos privados de libertad”.
Hace poco más de un mes, el 22 de agosto, algunos de los colaboradores externos de Camino a la Libertad fueron a la Unidad para mujeres Nº5 a compartir la experiencia en la cárcel de Canelones y a generar un nuevo espacio de entrenamiento en ese establecimiento. El sueño se va haciendo realidad.
De vuelta en el Centro Quebracho
Vidarte y Palacios están por terminar la última ronda de entrenamiento en el ring del “Quebracho”. Los ojos de los adolescentes siguen cada uno de los movimientos. Cada tanto se escucha un “uuuuuu”, de algún joven asombrado por la resistencia para recibir golpes de los luchadores en el ring. Como si las últimas horas de piñas y golpes que se dieron mutuamente no los afectara en nada, cuando el entrenador dice que ya es hora de terminar, Álvaro y Leo se abrazan como grandes amigos y agradecen el tiempo para entrenar.
Los jóvenes no se resisten y entran en el ring a conversar con sus ídolos, que aprovechan la oportunidad para advertir a los jóvenes: “¡Quédense en el deporte, no dejen que otras cosas los aparten de lo sano del deporte! Cuídense, estudien, practiquen, apóyense entre ustedes. Aprendan de nuestros errores y aprovechen las oportunidades que tienen”, repiten de una y otra manera los dos reclusos de la cárcel de Canelones.
Antes de volver a la Unidad de detención, Leo comenta sobre sus motivaciones para contar su historia y salir de la prisión para compartir estas actividades con los jóvenes: “Primero que nada, yo sentí el cambio en mí, y lo que más me emociona es ver cómo cambian los demás. Todo profesor va a sentir lo mismo que yo, cuando ves que un alumno está cambiando y superándose a sí mismo, es un orgullo. Sé que a las personas de afuera les cuesta creer que hay un cambio o una rehabilitación, pero sé que de a poco se puede cambiar. Nadie es totalmente malo y nadie es totalmente bueno. Que la gente confíe y que pueda ver el cambio. Eso es lo que quiero”.
brillante. muy buena crónica periodística.
¡Muchas gracias, Daniel! Con la historia de Álvaro y Leo, era cuestión de trabajar hasta que saliera. Gracias
Felicitaciones Bro!!!
Es buenísima la historia y ahora pude entender más sobre ellos!!
Felicitaciones a Ti y a Ellos por el trabajo logrado!!
Abrazo y saludos de todos aquí!!
La historia de Álvaro y Leo es muy potente y de mucho esfuerzo. Está bueno compartirla y aportar al cambio de mirada sobre lo que también pasa en las cárceles.
Excelente!!!
¡Gracias, Rosa!
Muy bueno el artículo. Ojalá todos pensaran igual.
¡Muchas gracias, Júlio! Es una gota para cambiar la mirada que tenemos sobre los presos también.
Convivi con ellos exelentes personas me alegra todo esto,xq mas haya de entrenarse ellos y disfrutar sus deportes estan sacando adelante a varias personas privadas !! Felizidades sigan adelante !!!