Fotografía: AFP

Le aseguro que usted sabe de lo que le hablo cuando le digo que solemos perder apuestas, pura y exclusivamente, por poseer la facultad de la terquedad.

No digo que la reina Isabel lo sea, pero el fotógrafo se manejó muy bien a la hora de hacer que parezca que la Reina perdió una apuesta. Hay que tener en cuenta que no por ser de la monarquía uno está a salvo de perder el orgullo.

Focalicémonos en la cara de un mamífero que remite al goce de una victoria rotunda. El ángulo de apertura de las sonrisas suele ser un indicador del tipo de felicidad que posee el sujeto. El animal gestualiza el ángulo preciso para demostrar no solo su orgullo, sino la sorpresa de un triunfo sobre la Reina de Inglaterra. ¿Y quién lo culpa al elefante por ese ángulo perfecto? Por lo menos tiene la humildad de hacer de cuenta que no sabía que iba a ganar. Digamos las cosas como son, nadie puede ganarle una apuesta coherente a un elefante.

De la cara de la reina Isabel quizá sea mejor ni hablar. Suficiente debe ser para ella besarle la trompa a su contrincante como muestra de inferioridad.

De todas maneras, lo más interesante de toda la imagen es el príncipe Felipe. Parece que se sumó al chiste del elefante y le entrega a su mujer una banana, indicándole su nueva condición paquidérmica. Esperemos que el pobre hombre haya disfrutado sus minutos de gloria, porque ya sabemos lo que debe haber pasado cuando la pareja llegó a casa. Esa sonrisa de costado debe de haber acumulado suficiente rabia.

Sigmund Freud utilizaba antiguos mitos griegos para analizar la conducta humana. Hoy, en vez de Edipo encontramos a Isabel, y en vez de Freud a mí. Y de esta manera estudiamos la terquedad del hombre a través del mito del Elefante (ahora un título noble) y la reina (ahora un sustantivo común).