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Las cosas no van bien

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Fotografía: Delfina Milder


Estaban acostados en el pasto. Eran ellos dos y el campo. Él tenía los ojos cerrados. Ella no sabía si se hacía el dormido o de verdad dormía, pero eso la tranquilizaba. Siempre le pareció una mala señal cuando alguien no cierra los ojos mientras está acostado: es como si estuvieran buscando en el aire las palabras justas para cambiar el curso natural de los hechos, como el anuncio de un abandono o de que “las cosas” no van bien.


Estaba atardeciendo y era la primera vez que se acostaban en el pasto. Para ella, eso era un buen momento y se había propuesto recordarlo más adelante. “Tiene que ser natural”, pensaba. De verdad quería que fuera natural. No hablaba para no interrumpir el futuro recuerdo, aunque hubiera dicho cosas. Le hubiera preguntado si a él le parecía un buen momento, si también pensaba recordarlo esa misma noche o dentro de unos años.

Ese día se habían levantado temprano. Jugaron a las cartas y almorzaron la única liebre que habían cazado la noche anterior. En secreto, a ella le gustaba cazar liebres. Había que ser bueno en eso, encandilarlas y todo lo demás, y ella sabía hacerlo. Después durmieron la siesta y cambiaron la cama por el pasto para ver el sol.

A lo lejos se veía el árbol que servía de depósito para los electrodomésticos rotos. Cuando ella era chica, jugaba a imaginar que eran edificios. En aquel entonces no pensaba en momentos especiales ni en la naturaleza de las situaciones ni en crear recuerdos. Lo único que le importaba era saltar desde la heladera al lavarropas. Miró el árbol y la chatarra que alguna vez había sido blanca, y se acordó de una tarde en que calculó mal el salto. Era la primera vez que sangraba así, y antes de pedir ayuda se sentó en un tronco a mirarse la rodilla. La sangre salía como una catarata, se abría como un río a lo largo de la pierna y terminaba dentro de los zapatos. Recorrió la pierna ensangrentada con la mano, desde abajo hacia arriba, y dejó un sello en el tronco del árbol.

La mandíbula le había empezado a doler de tanto apretar los dientes. A su lado, él todavía roncaba. Se había olvidado de lo natural y también de él. Ya no había rastro del sol. Respiró hondo durante unos minutos, como le había enseñado su madre aquel día mientras la curaba. Y se durmió sin querer.

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One thought on “Las cosas no van bien”

  1. Juan Manuel Sobrado says:

    Esto está escrito desde las tripas. Toca fibras que me llevan a momentos. Me encantan tus cuentos! Arriba delfi!

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