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¿Para qué sirve este curso?

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Cada vez es más frecuente que los universitarios se pregunten por el sentido o la pertinencia de las asignaturas que cursan. En ese planteo, late una oportunidad para el enriquecimiento del vínculo docente-alumno.


Entre los múltiples retos que enfrenta el docente universitario, el perfil de alumno que recibe constituye uno de los más desafiantes. El profesor se presenta ante un estudiante crítico, exigente, con intereses y objetivos más definidos que el liceal, pero que, en algunos casos, puede no tener aún la madurez necesaria para valorar el conocimiento por el conocimiento en sí. Ese alumno a veces manifiesta, de forma explícita o tácita, una pregunta muy concreta: “¿Para qué sirve este curso?”. Más allá de que el interrogante forme parte de una tendencia generalizada a ver el conocimiento de manera utilitaria, no deja de ser válido que el estudiante se lo plantee a sí mismo y al profesor, ya que puede constituir un desafío enriquecedor y constructivo para el trayecto que docente y alumno recorrerán juntos.

En el libro Motivación y estrategias de aprendizaje, el psicólogo Jesús Alonso Tapia cuenta que el universitario “busca aprender, pero no cualquier cosa”, y señala que “le interesa sobre todo adquirir conocimientos cuya relevancia y utilidad para la consecución de objetivos ulteriores a corto, medio o largo plazo vea claramente”. Esta postura de pensar el conocimiento en función de su posible utilidad, aunque eventualmente discutible, no deja de ser respetable, y es misión del profesor orientar a sus alumnos para que sean capaces de reconocer los beneficios de los contenidos del curso y, de manera no excluyente sino complementaria, la importancia del aprendizaje como forma de ampliar la visión del mundo, algo que debería ser condición sine qua non en un universitario.

La adquisición de nuevos contenidos debe ser un proceso en el que el alumno sea capaz de aplicar aquellas competencias que le han permitido alcanzar un nivel terciario, así como desarrollar y perfeccionar otras nuevas. El estudiante ha recorrido un trayecto académico que debería haberlo preparado para hacer frente a las exigencias del inicio del camino universitario. Lamentablemente, cada vez con mayor frecuencia descubrimos que ese escenario ideal no se compadece con el real. En especial aquellos docentes que dictan cursos en los primeros años de una carrera se encuentran con el desafío adicional de tener que compensar o, más aún, ayudar al alumno a que compense aquellos vacíos procedimentales que pudo haber tenido su formación en la educación media. Volviendo a lo que dice Alonso Tapia: “Despertar la curiosidad y mostrar la relevancia del aprendizaje a lograr puede no ser suficiente para que los estudiantes mantengan su atención centrada en la actividad a realizar y para que pongan en juego las estrategias adecuadas”. El profesor universitario, por ende, deberá orientar a sus alumnos en el ejercicio de esas estrategias, ayudándolos a optimizar sus fortalezas y minimizar sus debilidades, haciéndoles ver la excelencia como una meta, no solo posible, sino deseable.

Durante la orientación, el docente tendrá la oportunidad de poner en práctica sus propias competencias y destrezas, funcionando como modelo y agente catalizador para que el estudiante descubra y ejerza las suyas. Fernando Miranda dice que la “función de la enseñanza implica promover (…) las capacidades y actitudes básicas para el aprendizaje y el desarrollo de metodologías propias de trabajo intelectual, creativo y sistemático”. Por ese motivo, indica que “la enseñanza universitaria no debe anular la capacidad creativa del estudiante”, dado que “la creación y recreación del conocimiento sólo puede realizarse a partir de los saberes previos de aquél”.

Para lograr esos objetivos, no es desdeñable el componente afectivo que también forma parte del vínculo entre docente y alumnos: muchas veces el alumno ve en su profesor a alguien que confía en él, que lo cree capaz de desplegar todo su potencial. El profesor David Isaacs aborda el concepto de confianza con mucha nitidez: “Supone reconocer la situación de cada persona tal como es. Supone conocer las cualidades y capacidades propias y las cualidades y capacidades de los demás”. Isaacs apunta que confiar “supone contar con el propio desarrollo de la fortaleza y supone saber, con seguridad, que los demás están dispuestos a actuar en nuestro favor”. El autor considera que la confianza “tiene que basarse en la realidad, pero respetando siempre la posibilidad de mejora personal ajena”.

Resulta fundamental no perder de vista que, en el vínculo entre el docente y su grupo de alumnos, así como en el que tiene con cada estudiante como individuo, las modalidades de las personas van a ser la esencia de una construcción colectiva en la que el docente es gestor y guía, pero también un participante más. Entre todos construirán una historia en la que, con aciertos e, inevitablemente, con errores, aspirarán al enriquecimiento mutuo, al aprendizaje de calidad y al crecimiento como personas de todos los participantes. El doctor Alejandro Llano entiende que la clave es volver a las personas, “de donde toda innovación surge y a donde toda innovación retorna”. Y propone un camino posible:

“Procuremos facilitarles sosiego, tiempo, motivación y medios para que se pongan a pensar, para que se paren a pensar, para que no se atengan cansinamente a las cosas tal como les vienen dadas, para que no se agosten en la banalidad de los estereotipos, sino que consideren otros mundos posibles y miren la realidad desde perspectivas inéditas”.

Referencias bibliográficas:

ALONSO TAPIA, Jesús (2001). Motivación y estrategias de aprendizaje. Principios para su mejora en alumnos universitarios. En A. García-Varcárcel Muñóz-Repiso (coord.). Didáctica universitaria. (pp.85 y 95). Madrid: Editorial La Muralla, S.A.
ISAACS, David (2008).  El trabajo de los Profesores. Virtudes en los educadores. Pamplona: EUNSA.
LLANO, Alejandro: Repensar la Universidad. La Universidad ante lo nuevo. Madrid: Ediciones Internacionales Universitarias, 2003.
MIRANDA, Fernando (2001). Formación y perfeccionamiento docente en la Escuela Universitaria de Bibliotecología y Ciencias Afines. En E. Gatti, N. Peré y H. Perera (comps.). Pedagogía Universitaria: Formación del docente universitario (p.256). Caracas: UNESCO.

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