Uruguaya
Aunque sea imposible imaginarlo, Montevideo fue una ciudad de colores. Lo fue hasta que una ordenanza municipal de 1911 la condenó al no-color: “solo será permitido en adelante y desde la promulgación de la presente ordenanza, la pintura o blanqueo de los edificios imitando materiales de construcción, como ser: arenisca, ladrillo y piedras en general”. En otras palabras: desde ese momento solo sería permitido que las casas de colores se pintasen de gris.
La ordenanza buscaba imitar los materiales nobles de Europa, crear una ciudad uniforme, elegante y con el característico gris amarillento de París. Pero una cosa es “gris París” y otra cosa es “gris Portland”, dijo Torres García, ferviente opositor a la ordenanza del gris obligatorio, el gris de las baldosas cuadradas de las veredas y el de 9 de cada 10 días de invierno. El gris del manto de pintura en fachadas y puertas montevideanas. Y las cosas del “afuera” tienen un paralelismo con las cosas del “adentro”, con la identidad, esa cosa tan difícil de definir y a la vez contenida de manera explícita en el “acá andamos”. Sea cual sea el gris que vino antes (si el de adentro o el de afuera), la ordenanza se respetó hasta 1957.
El montevideano obedeció, y la calle Brandzen es como es. Quizá algo de esa pintura nos manchó en formas que nunca vamos a entender, pero sí describir muy bien: “Cuando el cielo se torna gris / Las luces no entienden qué hora es / Sentir así no es la cuestión / No distingo el corazón de la razón / Todo ilusión / Quiero escapar / Gris es todo lo que hay”, cantaba Loop Lascano, la banda que hizo el himno del rock nacional y que nunca grabó un disco.
Fin de semana largo en Uruguay. Fila de migración en el puerto de Colonia. Afuera, nublado. Los pasajeros esperan su turno para irse a Buenos Aires. En uno de los mostradores hay pegado un cartel que determina la prioridad en la fila con dibujos. Una embarazada, un viejo con un bastón, una figura humana en silla de ruedas y otra algo misteriosa: parece una figura de un hombre normal pero con una leve protuberancia en el torso. Nada indica que represente algún tipo de discapacidad. Es una figura y nada más, sin aclaraciones. Dos chicas de la fila especulan sobre su significado, pero no lo terminan de entender.
Una fila (ese gran fetiche uruguayo) se presta para todo: la velocidad del tiempo cambia, la dimensión de lo que importa y lo que no, también. Así como puede surgir un debate acalorado sobre las razones por las que se está haciendo fila en ese momento, también los hay sobre cualquier objeto que llame un poco la atención. En este caso, el cartel que ilustra con figuras humanas el comportamiento a seguir en la fila misma.
Esa última figura misteriosa, pasados los 10 minutos (que en la lógica de fila pueden ser años), se vuelve un misterio insoportable y las chicas deciden investigar. Cuando le toca a una de ellas, hace la pregunta mientras el joven del mostrador realiza los trámites: “¿Qué significa el último muñeco del cartel que está ahí?”. El joven le responde que nunca le prestó atención al cartel. Le toca a la otra chica. También pregunta, pero esta vez la atiende un señor de unos 60 años, gordo, serio y canoso. Sin mirarla a los ojos, salvo para comparar su cara con la de la cédula, termina los trámites y dice: “Bueno. Vamo’ a ver”.
Detrás de ellos, unas 200 personas siguen en la fila. El señor se inclina sobre el mostrador, pero no alcanza a ver el cartel. Vuelve a su asiento, se para, sale del mostrador y da la vuelta para obtener la vista perfecta. Sus 60 y pico años se hacen notar en cada movimiento. Se sitúa frente al cartel y observa. “A ver. Embarazada, anciano, discapacitado… ¿Y este?”. Le pregunta al joven, que vuelve a decir que nunca había visto ese cartel. Observa otra vez las figuras. Las 200 personas siguen esperando y la sensación general de la fila es de incomodidad y mal humor (como siempre). El señor le recomienda a la chica averiguar en Google.
Vivimos en un constante estado de fila en el interior y nublado en el exterior. Es mi turno de entregar la cédula para salir del país por unos días.
No lo entiendo
No lo entendí tampoco