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El peligro del miedo

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La cuarentena nos está trayendo consecuencias indeseables: la paralización parcial de la economía, los trastornos psicológicos y de conducta, el recorte de libertades personales…


En el aspecto económico, estamos experimentando el aumento constante del desempleo, el seguro de paro y la pobreza, y la pandemia ha afectado especialmente al turismo y el comercio. El Estado se encuentra presionado por distintos sectores que presentan demandas irreconciliables. Los efectos macro de la paralización de la economía son menos ingresos y más gastos (déficit fiscal) y, por ende, mayor endeudamiento.

Por otra parte, el encierro prolongado se combina con un bombardeo constante de noticias negativas, el aumento del uso de redes sociales, la ruptura de rutinas, la falta de ejercicio físico y la disminución de horas de sol. Para completar este escenario, se difunde de forma masiva el conteo actualizado de muertos e infectados, algunos medios digitales incluso cuentan con tableros que lo presentan de forma vistosa y detallada. La soledad o su contraatacara, la convivencia forzada, se ve reflejada en fenómenos como el alcoholismo, la depresión, la violencia doméstica y los divorcios.

El coronavirus en sí, pero más aún sus consecuencias, promueve el miedo, el cual empuja a la sociedad a buscar la protección de líderes y a apoyar medidas radicales. Cicerón decía que en tiempos de guerra las leyes callan, y durante la República era habitual que los romanos nombraran dictadores en momentos de peligro. No se trataba de un recurso ilegal, sino de un mecanismo colectivo de defensa. En el primer tercio del siglo XX, Europa fue víctima de una versión radical y degenerada de este fenómeno, millones de personas debieron vivir bajo gobiernos totalitarios emergidos de la primera guerra mundial y sus desastrosas consecuencias económicas y sociales. Nos son aún más cercanos los casos de las últimas dictaduras latinoamericanas, que nos recuerdan los terribles excesos en los que incurren quienes se dotan de poderes extraordinarios.

El mundo está conformado por alrededor de 200 Estados, de los cuales aproximadamente 20 son considerados democracias plenas. La democracia como valor universal es un fenómeno reciente y todavía no cuenta con suficiente legitimidad en la parte más poblada del mundo, Asia y África. Sería temerario aseverar que esta forma de gobierno se encuentra consolidada de forma global; por tanto, debemos ser conscientes de los desafíos que implica su conservación.

China, el primer régimen verdaderamente orwelliano de la historia y el origen de la actual pandemia, nos ha mostrado un modelo de combate exitoso al COVID-19, o al menos esa es la información que nos presenta. La fórmula propuesta es el producto de la combinación de la tecnología y con un Estado poderoso y autoritario. Ya desde antes de la llegada del virus, China se encontraba probando un software de reconocimiento facial y el sistema de puntaje de sus habitantes en varias ciudades. Quien presente un mal comportamiento, es castigado de diversas formas: desde el escrache a través de pantallas localizadas en espacios públicos hasta la prohibición de abandonar la ciudad o el encarcelamiento.

Occidente, menos propicio a la imitación de ese ejemplo que muchos países pobres de Oriente, ha empezado a flexibilizar sus defensas contra la intromisión de lo público en lo privado. Para los líderes autoritarios, las masas son como langostas o ranas: para cocinarlas vivas hay que incrementar lentamente la temperatura del agua, de esta forma cuando se dan cuenta de lo que está sucediendo ya es demasiado tarde, pierden sus reflejos y son incapaces de escapar.

Alemania es uno de los países que se resiste con moderación a aplicar medidas extremas que vulneren las libertades individuales. El doloroso recuerdo de su historia reciente aún está vivo. Sin embargo, el mundo libre, como antaño se conocía a este hemisferio, se encuentra inmerso en una discusión que por el momento están ganando los defensores de la seguridad por sobre la privacidad.

Hace casi dos mil años que Occidente se pregunta: “¿Quién vigila a los vigilantes?” (Juvenal). Esta interrogante recobra vigencia cuando se utilizan nuestros datos personales para evitar la propagación del virus. La tecnología que hasta hace poco tiempo nos facilitaba servicios como comida a domicilio, transporte, cine en casa, compras alrededor del mundo y mucho más, hoy está comenzando a adaptarse para propósitos de monitoreo sanitario.

¿Hasta dónde serán capaces de llegar los Estados en busca de la seguridad colectiva? Ya hemos leído noticias sobre el desarrollo de aplicaciones para celular que le brindarán a las autoridades la lista de contactos de los infectados y los destinatarios de sus últimas comunicaciones. Gigantes informáticos como Google y Apple colaboran para generar un mapa que muestre los últimos lugares visitados por los portadores del virus. Por su parte, varios gobiernos desaconsejan enfáticamente los encuentros sexuales entre personas que no viven juntas. A lo que se le suma ensayos de medidas aún más polémicas, como la obligatoriedad para los adultos mayores de pedir permiso para salir de sus hogares (Buenos Aires) o el intento de prohibirles la libre circulación (Francia). Finalmente, no cesa la difusión de noticias alarmantes a cargo de distintas cadenas internacionales y medios locales. Todo esto sucede con la aquiescencia de un porcentaje importante de la población, que basada en el miedo que legítimamente les invade, pide que la cuarentena no sufra interrupciones y se adopten medidas más extremas.

No se trata de generar una falsa dicotomía libertad o salud, sino de buscar un huidizo equilibrio, llamar a la mesura y convocar a los medios a terminar de forma voluntaria con el amarillismo. Uruguay está transitando un camino imperfecto, pero valioso: aún conservamos como norte el respeto de las libertades individuales. No olvidemos que en estas horas tanto el gobierno, como los medios y la oposición han de ser particularmente responsables y cautos. Sobran en la historia ejemplos de lo que ocurre cuando el miedo se apodera de nuestras mentes y corazones y clamamos desesperados por orden y seguridad a cualquier costo.

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