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El último beso

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Lunes, 5:30 de la mañana. “Ya es la hora, andá preparándote”, me dice papá mientras me toca la espalda. Abro los ojos y me quedo quieta por un minuto. Me paro del sillón, me pongo las manos en la cintura, miro a mi alrededor, suspiro y voy a mi cuarto a cambiarme. No sé qué ponerme. Pienso: ¿qué se usa en estas ocasiones? Me acuerdo de un almuerzo familiar en el que pregunté cómo se debía vestir y me contestaron que no era como en las películas. Mamá me dijo que ella se vestía como en cualquier día normal, pantalón, blusa, vestido, lo que uno se pone usualmente. Entonces abro el ropero, agarro un pantalón floreado, una remera lisa, un buzo de abrigo, unos borcegos desgastados y estoy pronta. Voy al cuarto de mi hermana, me paro frente al espejo y me hago dos trencitas, las mismas trencitas que me hago siempre.


Está amaneciendo y la casa está en completo silencio. Siempre me pareció curioso el silencio. Es lo que existe cuando la gente está impactada. Cuando no tiene palabras para expresar sus sentimientos. Cuando la realidad es tan irreal que es imposible externalizarla. El silencio es lo que hay después de ver un acto del Cirque du Soleil. El silencio es lo que hay cuando te hacen una pregunta que pone en cuestionamiento tus creencias. El silencio es lo que hay cuando vas en el auto a las 6:00 de la mañana al velorio de tu mamá.

Estacionamos, bajamos del auto, caminamos hacia la puerta y recibimos los primeros abrazos. Subimos las escaleras, entramos a un salón amplio y vacío. Nunca fui a un velorio, no sé cómo funcionan ni cómo me tengo que comportar. Me tiembla cada parte de mi cuerpo y no consigo dar un paso con seguridad. Miro las baldosas, los sillones, los cuadros, el techo, cualquier cosa que me distraiga de lo que se encuentra en la sala de al lado. Siento una especie de escalofrío constante en mi interior y noto que la piel de mis brazos está erizada. Justo cuando me empiezo a preguntar qué debo hacer, veo a mi papá entrar a esa sala, a la sala más aterradora de lugar, y no lo dudo, tengo que entrar con él.

Con el mismo miedo con el que abrís la puerta de tu cuarto después de escuchar un ruido extraño. Con el mismo miedo con el que mirás la nota de ese examen para el que no estudiaste. Con el mismo miedo con el que llegás a tu casa después de que tus padres te dejaron diez llamadas perdidas en el celular. Con ese miedo entré a la sala. No tenía idea de con qué me iba a encontrar.

Tapada con una tela blanca y puntillas bordadas, de esas que ella odiaba. Rodeada de ramos de flores y lazos dedicatorios que seguramente tampoco le gustaran. En ese panorama se encontraba mamá. La miré desde lejos por unos segundos y me acerqué lentamente, con la cabeza apuntando al piso. No quería levantar la vista, temía que esa imagen me perturbara para siempre. Pero lo hice igual.

La perfección de sus facciones me llamó la atención. Parecía una escultura italiana hecha en mármol, esas que solo los escultores del Renacimiento podrían haber creado. Nunca me había dado cuenta de lo delicada que era. Las arrugas pequeñas en su frente. El largo de sus pestañas. Esa nariz refinada que desearía que fuera parte de mis genes. La armonía de sus labios perfectamente proporcionados. La suavidad de su cutis que todavía tenía grabado en mi memoria. “Es un ángel”, pensé.

De alguna forma, este ser que había sido parte de una tragedia, me transmitía serenidad. Yo quería tocarla, acariciarla, abrazarla. Acerqué mi mano a ella varias veces, pero antes de tocarla mi mano regresaba. Había algo en mí que no me permitía tomar ese último impulso para sentir su piel.

Me senté en una silla de al lado, me tiré contra el respaldo y suspiré. Por primera vez, mi suspiro tuvo una razón de ser. Suspiré porque ninguna palabra podía cargar con el peso de lo que estaba sintiendo, suspiré porque necesitaba decirle al universo que estaba abatida. Me quedé quieta, sentada en la silla, pensando. Pensando en esa charla familiar que tuvimos diez días atrás en la que, sin razón alguna, terminamos hablando de la muerte.

Me acordé de mamá diciendo que nunca había entrado a la sala en la que se encuentra el cuerpo porque le generaba disgusto. Yo coincidí con ella. ¿Por qué alguien, por voluntad propia, decidiría ver a una persona que aprecia yacer sin vida en un cajón? No nos parecía lógico. Incluso hablamos de una señora conocida de la familia que, en cada velorio, le daba un beso a la persona fallecida. Eso nos pareció siniestro. Pero, si serán insólitas las vueltas de la vida, ahora me encontraba frente a mamá y lo único que quería hacer era darle un beso.

Tomé coraje y me acerqué de nuevo. Primero le toqué la frente, con suma delicadeza, como si estuviera tocando a un bebé recién nacido. Me parecía que su cuerpo estaba frágil, que se podía desarmar en cualquier momento. Después le toqué las mejillas, deslicé mi mano hacía la punta de su nariz y la bajé hasta su pera. Se sentía real. Quería acariciarla el día entero. Lo hice por unos minutos, hasta que me di cuenta de algo. Esa no era mi mamá, era solo su cuerpo. Esto que estaba tocando era una especie de envase o de envoltorio de lo que había sido mi mamá, solo que ella ya no existía.

No tenía sentido hacerlo, pero, de todas formas, le di un beso. El beso con más sentimiento y significado que di en mi vida. Le di un beso en la frente. Un beso igual a esos que ella me daba por la noche antes de dormirme. Un beso igual a esos que ella me daba cuando estaba triste u orgullosa de mí. Le di un beso de despedida, pero también de agradecimiento. Le di un beso en la frente porque era lo único que podía hacer.

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9 thoughts on “El último beso”

  1. Maria says:

    Excelente. Que escribir te sane el dolor, mientras tu madre en algún lado, te sonríe
    San Agustin sobre la muerte:
    La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
    Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
    Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
    Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente.
    No toméis un aire solemne y triste.
    Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
    Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
    La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
    ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
    Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
    ¿Veis? Todo está bien.
    No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

  2. Daniela Henderson says:

    Cuanto quiero a tu mamá

  3. Micaela says:

    Ojalá estas palabras llegaran a los ojos de todos por dos razones, para apreciar el talento de quien lo escribe y también la enseñanza que nos deja, el entender lo valioso que es valorar a las personas y los momentos que compartimos con ellas.

  4. Beatriz Crujeira says:

    Hermoso simplemente hermoso,se me erizo la piel,tuve la oportunidad de conocerla cuando mi esposo le arreglaba el portón y me decía por el cel avísame a Pintos que los perros ya están seguros. Es tal cual lo que viste fue el cuerpo pero el alma te observaba tus movimientos y pensamientos y a la vez recordaba con una sonrisa ,que suerte lo que hablamos días atrás .vuela Fernanda vuela con tu sonrisa y cuida de los tuyos desde el cielo

  5. Andrea Caballero says:

    Flor : tu relato me transportó 13 años atrás. Yo también dí ese beso. Sólo queda el estuche , el alma sigue un misterioso camino . Siempre pienso que seguimos amando lo que ya no tenemos. Poner en palabras todos esos sentimientos ha sido un gran desafío . Mis felicitaciones por tu arte. Hay aplausos en el cielo.

  6. Mabel Ghuisoli says:

    Flor: entonces no se fue; esta presente en cada palabra que expresaste; en cada momento vivido; en cada carcajada suya !!!! Beso grande

  7. Jorge Faral says:

    Florencia, qué hermoso testimonio. Basta leer la ternura con la que lo escribís para imaginar lo buena que debe haber sido tu madre. Se fue, pero no se alejó de ti, todo lo contrario!

  8. Amelia says:

    Tus palabras tocan mi alma . Un abrazo.

  9. Giovanna says:

    Tu Mamá sigue viviendo a través de uds. Escribís igual de lindo que ella. Sos una extensión de ella y ella vive a través de tus ojos. De tus manos.
    Mamá nunca deja de ser Mamá. Este su cuerpo o no. Ese amor no tiene explicación pero te juro que es eterno. Con solo ver la entereza que tienen uds, ya se sabe de que amor están hechos. Cuanto los quiso y los quiere para siempre. Igual que uds a ella. Y mientras mantengas todos los recuerdos vivos, ella seguirá viviendo.

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