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En la tierra como el cielo

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Chapecoense


La prematura partida de este plantel del Chapecoense tiene algo irreverente, igual que su fútbol


Desconozco el punto en el mapa del territorio del Brasil en que se ubica Chapecó la ciudad pequeña en la que nació el Chapecoense en 1973. No tengo la más remota idea. Es más, nunca había escuchado hablar de un club de fútbol con ese nombre hasta el año 2015 en que me tocó relatar varios de sus partidos de la Copa Sudamericana. Una anécdota que he contado hasta el hartazgo estos días de dolor y que me llamó la atención entonces: le plantaban cara a cualquiera. No importaba ni los colores del rival, ni la historia del equipo que tenían en frente. No se amedrentaban por hinchadas agresivas y ensordecedoras. No les pesaba nada, el miedo escénico no existía en su repertorio. Era un cuadro de bandidos, de piratas, de fuera de la ley del balompié que buscaba escribir a su manera la página que tenían reservada en la historia del fútbol mundial. Apenas recuerdo un par de nombres: Tiago, Danilo y pocos más. Uno que jugaba en el medio campo con melena afro, Kempes. Los colores verdes de su casaca. La mirada fresca de sus jugadores jóvenes que salían a comerse la cancha sabiendo que la leyenda no estaba en sus espaldas sino por delante, en las redes de los adversarios.

En el 2016 dejé de relatar fútbol y hasta de mirar la Copa Sudamericana pero siempre había una navegación rápida por las páginas de fútbol siguiendo la copa. Estoy convencido de que pese a la corrupción y las mafias del fútbol, aún hoy, la Copa Libertadores de América y la Sudamericana son las mejores copas de clubes del mundo. Mucho mejor que la Champions y que todas las ligas de Europa. Haber relatado durante casi tres años todas las semanas estas copas me dio una visión del fútbol que agradezco. En América del Sur se juega para sobrevivir y para ser alguien. Para salir del tercer mundo mental. Es un laburo que se mezcla con la pasión mucho más que en cualquier lado. Basta escuchar las arengas de los vestuarios, los llantos, los festejos de un partido ganado, de un penal convertido. Las lágrimas de los jugadores cuando se pierde. El nivel de estrés que genera una final a estadio lleno. Todo eso es el fútbol en el continente más futbolero de todos.

En ese concierto en 2015 irrumpió el desfachatado Chapecoense. Se los veía tocados por algo especial. Los invito a mirar sus partidos en la Copa Sudamericana 2015 que fue la que relaté. Los movía algo diferente. No puedo ni debo decir qué era porque sencillamente no lo sé. Sí sé que tenían un motor diferente a la hora de plantarse en el césped. Era un club que tocaba la bola impulsado por algo sagrado.

Así pasó el 2016, con su invierno cruel. Chapecoense volvió a la copa y se metió en la final del torneo tras un partido memorable ante San Lorenzo de Almagro, con la atajada con el pie de Danilo y  con toda la ilusión de la Chapecó detrás. Ahí sí volví a recordar lo que me generaba este equipo chico de Brasil; es tal la convicción que tienen en ellos mismos que se autoreferencian como un equipo “medio” y no chico. En la madrugada hace unos días vi en Twitter el Urgente de Clarín anunciando que se había caído el avión del Chapecoenese yendo a Medellín, la tierra de los paisas y las flores, donde aguardaba Atlético Nacional, su rival en la final.  No pude dormir. Era demasiada la tristeza que me produjo el impacto. Sentí rabia. Los que amamos el fútbol entendemos lo que es llegar a una final viniendo de atrás y con todo en contra. No conocía a los jugadores al detalle pero Chapecoense me había transmitido lo que yo amo del fútbol. Jugar por amor al juego mismo y a la gloria por encima de todas las cosas. Luego todo lo que ya sabemos: los videos desgarradores, las anécdotas, las imágenes del avión en la montaña. El mundo entero conoció ahora sí al Chapecoense. Nunca será consuelo pero la gloria ya los había elegido desde hace tiempo: por esa forma de ser, de plantarse ante la vida.

La prematura partida de este plantel del Chapecoense también tiene algo irreverente, igual que su fútbol. Fue una forma de decirle a un mundo miserable que el dolor humano es universal y que todos somos vulnerables. Desde Anfield al Parque de los Príncipes; en asados de amigos, a vestuarios de cuadros remotos y sin camisetas, en las cárceles y en los bares: la tragedia de Chapecoense hizo detener el tiempo y nos unió por unas horas a todos los hombres sin importar raza ni color ni religión. Nuevamente y en la cancha de la existencia se plantaron, como antes en un estadio de fútbol, para decirnos que siempre vale la pena luchar por los sueños, aunque parezcan inalcanzables.

Imagen de portada: Wikipedia

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2 thoughts on “En la tierra como el cielo”

  1. Virginia says:

    Excelente!

  2. Gonzalo says:

    GRACIAS DANIEL por ayudarnos y relatarnos este partido, invitándonos a verlo con ojos nuevos!

    La prematura partida de este plantel del Chapecoense también tiene algo irreverente, igual que su fútbol. Fue una forma de decirle a un mundo miserable que el dolor humano es universal y que todos somos vulnerables. Desde Anfield al Parque de los Príncipes; en asados de amigos, a vestuarios de cuadros remotos y sin camisetas, en las cárceles y en los bares: la tragedia de Chapecoense hizo detener el tiempo y nos unió por unas horas a todos los hombres sin importar raza ni color ni religión. Nuevamente y en la cancha de la existencia se plantaron, como antes en un estadio de fútbol, para decirnos que siempre vale la pena luchar por los sueños, aunque parezcan inalcanzables.

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