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Nuestros niños no tienen que elegir

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Fotografía: Alejandra Borques 


Una reflexión sobre Uruguay y el proceso Tabárez


Cuando cumplí 12 años la selección uruguaya no había ido a los dos últimos mundiales: la historia en el 94 y 98 fue de malos resultados y solo la Copa América conseguida en el 95 significó una alegría. Para los hinchas de cualquier edad no ir a un Mundial es una herida futbolera e identitaria difícil de explicar.

Mi abuelo me ofreció regalarme el equipo de Uruguay. Le respondí que prefería el de Argentina, por fanatismo por el “loco” Palermo y admiración hacia varios jugadores más (en Francia 98 tuve que elegir… hinché por Argentina). Sin duda mi yo actual rezongaría a mi yo del año 2000.

El capricho pre adolescente fue respetado. Y es que no había un solo jugador uruguayo que realmente me representara, no sentía esa adhesión tan necesaria️. Había una herida y supongo que no sería el único…

Preferí Argentina y me da un poco de vergüenza reconocerlo, pero creo a esa edad no se trata tanto de fidelidad a la patria sino del vínculo afectivo con los protagonistas, sus logros y todo lo que trasciende al juego (el camino, la recompensa…).

Ahora que veo a estos niños felices con las camisetas de sus ídolos, nuestros ídolos, siento una alegría inmensa de que todo haya cambiado para estas generaciones que sueñan con sus propios mundiales y no tienen que elegir.

Más allá de resultados y logros, esta selección, este proceso, les devolvió y nos devolvió la ilusión de vestir la celeste y la adhesión, el orgullo, de ser uruguayos. Eso es lo más importante.

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