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De costado

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Fotografía: Florencia Reolón


La historia de una uruguaya en una ciudad golpeada por el terrorismo


Martes 15 de agosto
Dos amigas me esperan donde se juntan las calles Paseo de Gracia y Provenza. Es la esquina que tiene como símbolo a La Pedrera, una de las creaciones de Gaudí que protagonizan la ciudad. Melita está sentada sobre su skate y Alex se arregla la camiseta. Se sorprenden al verme ya que no esperan que llegue con tanta puntualidad.

Decidimos subir caminando hasta el barrio Gracia. Vamos a celebrar los 200 años de la Fiesta Mayor del distrito. Alex coloca el Google Maps para poder llegar a alguna de las plazas principales, donde suponemos que habrá más movida.

Fotografía: Florencia Reolón

Al principio caminamos rápido, pero unas cuadras más adelante no hay vereda que tenga espacio suficiente para tanta gente. Para nuestros adentros desistimos al mismo tiempo de llegar a una plaza. Las calles están cortadas y no queda otra opción que seguir detrás del pelotón.

Mientras tanto, encontramos a otra amiga que viene con su mamá, quien está de visita. Somos un grupo muy diverso formado por cuatro nacionalidades distintas: Letonia, Rumanía, Perú y Uruguay. La variedad de culturas es algo propio de Barcelona, por eso no puedo omitirlo. Unimos a Johana y su madre a nuestro costado e intentamos continuar.

En esta fiesta las calles son protagonistas. Los vecinos se organizan en colectivos y decoran distintas partes del barrio. Además, hay música en vivo y varias estaciones donde comprar una caña o una clarita para seguir la marcha con los veinte y tantos grados Celsius.

A la derecha se despliega la primera calle con ornamentos. Es bastante peculiar. Su entrada está marcada por la boca abierta gigante de un monstruo. Es roja y está llena de dientes que te invitan a pasar dentro de él.

No se veía más allá, estaba oscuro, pero la horda caminaba hacia el interior. Dudamos si unirnos o intentar seguir de largo. Sin embargo, recordamos que el objetivo era ver los arreglos, así que nos dejamos llevar.

Comenzamos a enfilar hacia ese tragadero enorme y bastante diabólico, estábamos un poco aturdidas y se me cruzó por la cabeza el pánico.

Fotografía: Florencia Reolón

Mi mente me hizo sentir la incomodidad de estar como millones de sardinas en una lata no muy espaciosa y llegué a pensar que ese era el escenario perfecto. Que quizás al ISIS le estábamos dando en bandeja la oportunidad para un atentado.

Mientras pensaba en eso, ya estábamos atravesando la boca. No puedo estimar cuántas personas seríamos, pero no corría una gota de aire. Miré a Melita que parecía estar sufriendo un poco también y enseguida pensé en cortar con mi paranoia.

No podía vivir pensando en que algo fuera a pasar. Además, a Barcelona no le había tocado y no tenía por qué pasarle en ese momento. Sentía que tenía que relajarme y disfrutar de esta verdadera fiesta. Unos pasos después vimos la luz y salimos al otro lado.

Estábamos paradas en la calle de la Libertad que para esta ocasión se había transformado en la calle del Infierno. El rojo y los diablos como elementos principales se desplegaban a cada paso.

Miércoles 16 de agosto
Hacemos una cena en casa. Hay amigos uruguayos, argentinos, mitad españoles y mitad ingleses, rumanos, dominicanos y portugueses. Comemos y jugamos a las cartas. Bárbara, la portuguesa, nos enseña el juego: “Buen día, señorita”. No podemos parar de reírnos. La noche es espectacular. Por la ventana se ve el Montjuïc y las luces del Museo Nacional de Arte de Catalunya.

No nos podemos quejar. Es una de esas juntadas con amigos que sale un poco improvisada, pero se convierte en una de las mejores del año.

Algunos se quedan a dormir porque son más de las doce y no tienen cómo transportarse a sus respectivos hogares.

Alex y yo decidimos que vamos a volver a Gracia al día siguiente. Ella quiere hacer fotos y yo quiero filmar las calles.

Jueves 17 de agosto
Nos bajamos del ómnibus y caminamos en busca de la calle Providencia. Esta vez vamos con un mapa que señala exactamente dónde están las decoraciones.

Empezamos por la calle que queda más retirada, por lo que caminamos un buen trecho para poder llegar hasta allí.

Yo llevo el bolso de la cámara colgando de un hombro y el material se me pega a la piel. No paro de quejarme del calor, pero Alex parece no sentirlo. Ella está todo el día dentro de cuatro paredes entre las cuales circula aire acondicionado apto para un frigorífico.

Finalmente encontramos la Providencia. Flores y pompones de varios colores cuelgan desde el falso techo de la avenida. Saco la cámara y hago fotos hasta llegar a los pompones. Me quedo hipnotizada. El viento las mueve de aquí para allá, pero lo hace con una delicadeza tal que parecen moverse en cámara lenta.

Fotografía: Florencia Reolón

Cambio el set a video, grabo y cuando lo reproduzco confirmo que la velocidad de los fotogramas se siente ralentizada.

Recorremos un par de lugares más y le digo a Alex que tengo que volver a casa. Ella tiene que volver a la oficina así que caminamos en busca del transporte público. Debemos tomar el número 20 en Passeig Sant Joan. Esta avenida queda cerca de mi primer apartamento en Barcelona. Solía caminar mucho por allí ya que tiene una rambla en medio, haciéndolo más amigable para los peatones.

Mientras esperamos le mando un Whatsapp a mi madre, que me había escrito hacía un par de horas preguntándome si había ido a IKEA.

Luego de unos quince minutos, un tiempo bastante prolongado para ser Barcelona, el autobús se asoma por la esquina. A las tres paradas Alex se despide y yo sigo unas cuadras más. No me deja muy cerca de casa, pero es preferible caminar diez minutos que veinte.

Agarro un vaso de agua natural, porque no solemos tenerla en la heladera y me desplomo en el sillón. Bárbara y yo tenemos una reunión para comenzar a armar nuestra productora audiovisual. Hoy vamos a definir el nombre y comprar el dominio. Compartimos nuestras ideas, votamos, mandamos mensajes a algunos amigos para pedir opinión y lo rematamos con el azar.

Estamos con la tele encendida, pero sin volumen. Me acerco para apagarla y justo entonces se ilumina mi celular.

Es un mensaje de Alison, una de nuestras amigas que se había quedado en casa. Solamente dice: ¿Chicas, están bien?

Miro a Bárbara y se lo comento, pero no entiendo nada. En la televisión nada parece estar sucediendo. Enseguida llega un segundo mensaje: Acabo de ver lo del atropello masivo en las ramblas.

Lo leo en voz alta. Miramos la televisión, pero la programación sigue su ritmo habitual. La primera reacción fue pensar que no podía ser verdad o que no podía ser un atentado. Ahora cada vez que un vehículo atropella a la gente pensamos en el Estado Islámico.

Cambiamos de un canal al otro. Nada. Me pongo nerviosa y voy a la computadora. Escribo en Twitter la palabra Barcelona y se despliegan los comentarios y las imágenes terribles.

Sin embargo, parecía que estábamos en otro mundo. Las Ramblas quedan a quince minutos en auto de nuestra casa y no se percibía ningún ruido. La calle estaba tranquila y pausada por el calor.

Al minuto la tele comienza a transmitir en vivo. Luego vino la confirmación, las sirenas, el sonido del helicóptero sobre la ciudad y la tristeza se nos robó el corazón.

Pensé en la fiesta de Gracia, en la calle del infierno, en mi miedo y mi paranoia, en las veces que habíamos caminado por ese lugar y la cantidad de gente que siempre la visita. Pensé en el azar o la suerte providencial de haber estado hoy a esta hora en mi hogar.

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One thought on “De costado”

  1. rossina says:

    Excelente. Viví con Flor el momento. Muy bien narrado y muy emotivo. Un beso grande para ella.

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