La pregunta tramposa sobre las humanidades
¿Sirven para algo las humanidades?
El problema del sentido de las humanidades está en la agenda internacional desde ya hace algunas décadas. No es ajena a nuestra agenda nacional, ni regional. Ni tampoco esta pregunta es ajena a las instituciones educativas, las que a veces no terminan de visualizar el tema. Por eso, muchas veces, uno tiene el gran desafío –más si uno es un humanista- de intentar responder a la pregunta ¿para qué sirven las humanidades? Pero esta pregunta encierra varias trampas sobre las que conviene detenerse un poco.
Lo primero que hace falta observar es que el verbo servir ya arrastra consigo una trampa. Es como si yo preguntara ¿para qué sirven los hijos? Uno puede responder desde una perspectiva sociológica y política sobre la utilidad de los hijos, pero si me lo preguntan como padre mi respuesta es indefectiblemente clara: “para nada”. Uno no tiene hijos para algo, los hijos no son un medio, son un fin en sí mismo. Cualquier intento por defender la utilidad de los hijos dada por un padre termina cubriendo con un manto de sospecha a ese padre.
La pregunta sobre las humanidades y su utilidad encierra la misma trampa. Las humanidades son un fin en sí mismo, tiene que ver con nuestro desarrollo como seres humanos, con aquello que nos distingue del resto de los animales: la capacidad de hacernos preguntas, preguntas que surgen del asombro que nos produce una realidad que se nos esconde. Pero claro, hay que pensar que esto ya no resulta tan evidente, hubo épocas donde no hacía falta explicar la necesidad –y no utilidad- de las humanidades (como también hubo una época en la que no hacía falta explicar la necesidad de los hijos).
Esta incapacidad de visualizar la necesidad de las humanidades es clara en muchos de los intentos de defensa de las humanidades, en las que siempre se trata de mostrar cómo la formación en filosofía mejora el pensamiento crítico, la historia nos permite comprender el lugar que ocupamos o la literatura ayuda a ver diversas formas de comportamiento humano. Todo eso, quizás, pueda acercarse a la verdad, pero mostrando esa utilidad oculta el valor que tiene en sí mismo las humanidades. Además de que entra en la misma lógica que no nos permite entender a las humanidades: la utilidad.
Aquí es donde podrán quizás impacientemente preguntarse: ¡¿cuál es entonces ese valor?! La duda es si la ceguera que nos impide verlo puede ser quitada de un modo distinto al de acercarnos a las humanidades. Un par de líneas en un breve texto no pueden remplazar más de 2000 años de textos humanistas, indagando sobre por qué hemos despertado a la conciencia, y de qué modo sería más razonable pasar esos años de conciencia.
Estoy de acuerdo con la necesidad (y mucho) de las humanidades, pero que algo sea necesario no lo convierte en un fin en sí mismo. La comida es necesaria y no es un fin, es un medio. Lo mismo podríamos decir del descanso, del trabajo, de la vivienda…
Sin duda que no toda necesidad es un bien en sí. Pero hay bienes en sí que son necesarios y hay necesidades que son bienes por otros -como el descanso o la comida. Son, creo, distinciones diversas. Así también, hay bienes (fines) en sí que no son necesarios -en el sentido elemental- pero sí nuestro espíritu lo necesita, como la música, el afecto etc. Es para seguir reflexionando.
Hablar o escribir de política sin saber historia es casi una necedad., porque la vida social es dinámica y sin un recurso al pasado y a las motivaciones humanas y a las tradiciones de los pueblos no se entiende nada.
Hablar de política internacional, de geopolítica, de guerras y crisis, sin haberse acercado a la cultura de los diversos pueblos, torna pobrísimo el diálogo y sobre todo infecundo. Me atrevo a decir que muchos fracasos de la política internacional norteamericana se deben en buena medida a un déficit cultural de esa gran potencia económica, militar, tecnológica y llena de buenas intenciones.