“A Taça” vuelve a Brasil
La 46 edición de la Copa América de selecciones tiene cita en Brasil, a la que no alberga desde 1989. En tanto protagonistas desde la primera hora en la historia del certamen, la verdeamarelha y la celeste tienen muchas historias que contar sobre los enfrentamientos en tierras norteñas. Brasil albergó la competición en cuatro ocasiones, en las que siempre terminó alzándose con la copa. En tres su víctima fue Uruguay, aunque los celestes se tomaron su revancha en 1983.
1919, la primera cita
El fútbol brasileño fue uno de los cuatro pioneros en participar del campeonato sudamericano, ya desde la primera edición en 1916 en Argentina -en conmemoración del centenario de la independencia- junto a Uruguay, Chile y la selección local. Un año después, en Montevideo y con los mismos rivales, obtuvo el mismo magro resultado: tercero, solo por delante del seleccionado chileno.
La rotación de sedes hizo que el Campeonato Sudamericano viajase a Río de Janeiro. El torneo, programado para 1918, se pospuso un año debido a la grave pandemia mundial de gripe, “la gripe española“.
A Brasil la posposición le brindó la oportunidad de lucirse. Ornaron magníficamente a la ya de por sí magnífica cidade maravilhosa y construyeron un estadio en la zona das Laranjeiras, que pronto pasaría a ser, hasta hoy, la casa del aristocrático Fluminense. Era lógico dado el claro carácter elitista y racista que mostraba el fútbol brasileño: vistiendo camiseta blanca –a la mejor usanza de la admirada Albión– los futbolistas deberían ser en su totalidad blancos, aunque podría admitirse por fuerza mayor a algún mulato emblanquecido.
Brasil y Uruguay llegaron a su partido igualados en puntos, lo que le convertía en una final. El juego terminó empatado en dos. Cuatro días después, en el desempate, el 29 de mayo, un solitario gol del excepcional delantero Arthur Frydenreich, el “mulato de los ojos verdes” –el hijo del alemán de madre morena– le dio su primer título al “britanizado” fútbol brasileño. Toda una paradoja.
Para los uruguayos fue una frustración, no un drama. Perder el campeonato no fue nada comparado con lo que sucedió tras la final: un día después, su golero suplente, Roberto Chery, falleció luego de una agonía de doce días tras el partido contra Chile. A Chery le tocó ocupar el lugar del gran Cayetano Saporiti en el match, y perdió su vida al estrangulársele una hernia por el esfuerzo producido tras una notable atajada para salvar su arco contra un ataque rival.
1922: la polémica interminable
En 1920 Santiago de Chile recibió el campeonato, pero la copa fue para los uruguayos. Un año después, y como local, Argentina logró su primera consagración, con el debut de Paraguay en lugar de Chile.
Tal como había sucedido en 1916, a Brasil le correspondió organizar el campeonato en honor a su independencia. Cinco selecciones se dieron cita por primera vez: a los fundadores se sumó Paraguay, grata revelación en 1921.
Brasil empató sus tres primeros partidos y la conjunción de resultados hacía que si Uruguay vencía a Paraguay, se quedaría con la copa. Curiosamente, el árbitro designado fue el señor Carlos Santos… brasileño.
Paraguay ganó 1 a 0. Los diarios rioplatenses no dieron crédito a la actuación del referee, quien anuló –quién sabe por qué– un legítimo gol a Pascual Somma cuando el partido estaba igualado a cero; frenó todas las cargas uruguayas de peligro bajo pretexto de infracciones inexistentes y permitió el juego brusco de los paraguayos. Cuando Santos anuló el segundo gol uruguayo –este al menos fue dudoso– los celestes quisieron dejar el campo convencidos del despojo, y solo la intervención del delegado, dirigente de la AUF y representante de los jugadores uruguayos, Martínez Vásquez, hizo que prosiguieran en el campo.
Se llegó así al final del torneo con brasileños, paraguayos y uruguayos ocupando la primera posición, por lo que se debía disputar un triangular para definir al campeón. Molestos por el arbitraje –aunque las crónicas periodísticas enfatizaron también en los malos tratos brindados por los locales– y dando por hecho cuál sería el desenlace del campeonato, los dirigentes uruguayos decidieron retirarse. El escándalo alcanzó ribetes diplomáticos y la medida rompió las relaciones futbolísticas entre brasileños y uruguayos.
Por supuesto que en la final entre los locales y los guaraníes ganaron los primeros con comodidad por tres a cero y lograron su segundo título sudamericano.
1949: tercera estrella brasileña, ausencia argentina y debacle uruguaya
Como ensayo a lo que habría de ser la cuarta edición de la Copa Mundial de la FIFA en 1950, se le concedió a Brasil la organización del campeonato sudamericano de 1949. El fútbol estaba cambiando. Brasil presentaba no una exclusiva sede como en sus ediciones anteriores, sino cinco estadios en tres estados: Río de Janeiro, San Pablo y Minas Gerais. Ahora eran ocho las selecciones participantes, aunque la ausencia de Argentina le quitaba buena parte del atractivo y la expectativa al torneo, mientras que Venezuela no se había integrado aún a estas lides (lo haría por primera vez recién en 1967).
Por su parte, el fútbol uruguayo se encontraba en el punto más álgido de la famosa huelga de futbolistas de 1949. Para no deshonrar sus compromisos, aunque con poca visión para evitar papelones, la dirigencia uruguaya conformó de apuro un seleccionado integrado por algunos esquiroles y por jóvenes de pobre experiencia y calidad. El resultado no podía ser otro que un bochorno: el seleccionado uruguayo acabó en la sexta ubicación con solo cinco puntos.
El seleccionado brasileño –en el que ya asomaba la actuación del equipazo del ’50– parecía una máquina imparable: le hizo solo dos goles a Chile; cinco a Colombia y Uruguay; nueve a Ecuador; siete a Perú y diez a Bolivia. Pero en el partido definitorio perdió 2 a 1 contra un Paraguay que si no hubiese perdido anteriormente con Uruguay se hubiese consagrado campeón esa misma tarde. Hizo falta un partido de desempate para coronar al mejor de Sudamérica. Esta vez no hubo sorpresas, ya que Brasil volvió por sus fueros: se despachó con un 7 a 0 y obtuvo su tercer título.
1989: la cuarta copa, cuarenta años después
Las diez selecciones de CONMEBOL se dieron cita en las cuatro sedes dispuestas por Brasil para recibir el torneo continental. La última jornada fue fijada en Maracaná, un 16 de julio, misma fecha que la del mundial de 1950.
Los diez representativos fueron emparejados en dos grupos de cinco integrantes cada uno: los dos primeros accederían a una fase final en la que jugarían todos contra todos. En el grupo A clasificaron Paraguay, primero, y un opaco Brasil que solo había marcado cinco goles en cuatro partidos. En el grupo B, Argentina clasificó primera aunque sin mayores virtudes, mientras que el segundo puesto le correspondió al vigente campeón, Uruguay, gracias al saldo de goles. Uruguayos, chilenos y ecuatorianos terminaron su participación con cuatro puntos. En la última fecha los celestes tuvieron fecha libre y debieron esperar un milagro: que Chile le ganase a Ecuador pero por una diferencia de goles corta, en caso de goleada de la roja, pasarían los transandinos. De la misma forma quedarían eliminados los celestes en caso de victoria ecuatoriana o empate. A la uruguaya. Ganó Chile 2 a 1 y Uruguay –dirigido en esos tiempos por Óscar Washington Tabárez– clasificó al cuadrangular final desde la comodidad del hotel.
En la fase final Brasil volvió a ser Brasil, ganó a Argentina y Paraguay sin goles en contra. Lo propio hizo Uruguay, por lo que el partido que debía ser el último del campeonato se transformó en una final. En el partido decisivo no hubo milagro: un gol de Romario le dio el triunfo a Brasil, que obtuvo su cuarta estrella sudamericana sobre el césped del mítico Maracaná.
Revancha informal
El pobre atractivo que habían generado las últimas ediciones de la Copa América, sumado a la habitual desorganización de la Confederación Sudamericana y a las condiciones políticas en la mayoría del territorio sudamericano, llevaron a que el Congreso de CONMEBOL reunido en 1972 tomase la decisión de modificar el sistema de disputa del campeonato. En adelante el torneo no se desarrollaría en una sede fija, sino que primero existiría una eliminatoria por zonas y luego una fase final, en la que cuatro selecciones disputarían partidos ida y vuelta en condición de local y visitante.
En 1983 volvió a jugarse el campeonato con el mismo sistema, sin sede fija y con instancias de eliminación directa. Los tres clasificados a semifinales fueron Uruguay, Brasil, Perú y el campeón vigente, Paraguay. Los celestes eliminaron a los incaicos y los brasileños a los guaraníes gracias a un inesperado refuerzo: el sorteo. Como no se sacaron ventajas al cabo de dos empates, el veedor del partido debió lanzar una moneda al aire para dilucidar al segundo finalista: Brasil.
Brasileños y uruguayos definirían una vez más la Copa América: los primeros con la ventaja de definir la serie como locales. En Montevideo, la celeste ganó 2 a 0 con dos golazos de antología de Enzo Francescoli y Víctor Hugo Diogo. La revancha se jugó el 4 de noviembre en el Estadio Fonte Nova en Salvador de Bahía. Gracias a un gol de Carlos Aguilera, Uruguay empató en uno y se quedó con el título. Si bien Brasil no había organizado el torneo, la celeste se tomó su revancha de sus fracasos anteriores, siendo el único seleccionado que ha logrado ganar la Copa América en tierras norteñas. Al menos hasta el próximo domingo 7 de julio.