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Educación política y democracia

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La educación política es hoy más necesaria que nunca para el buen funcionamiento de la democracia*


La palabra democracia deriva del griego y está compuesta por los vocablos “δῆμος” es decir, “demos”, cuyo significado es “pueblo”; “κράτος”, krátos, que puede traducirse como “gobierno” o “poder” y por último el sufijo “–ia” que significa cualidad. Podemos definir entonces etimológicamente la palabra democracia como “el gobierno del pueblo”. El concepto surgió en Atenas, cuyo sistema se considera el primer ejemplo de un sistema acorde a la democracia moderna, en el Siglo V a. C.

Un régimen democrático es entonces, en relación con su etimología, aquél en el que las decisiones políticas son tomadas por los ciudadanos que se ven de alguna forma involucrados en dichas decisiones. Es decir, que el gobierno de un país, está en manos de sus ciudadanos.

Es preciso conocer, además del concepto, de la existencia de ciertas características propias de la democracia, que permiten delimitar un sistema democrático “ideal”. Una de ellas, engloba posteriormente a otras: la igualdad política. En todo régimen democrático es menester que los ciudadanos sin distinción se consideren como políticamente iguales. Es decir, que todos sean iguales ante la ley, que todos tengan derecho a expresar su opinión, que posean el mismo poder y que tengan el mismo derecho a participar de los asuntos públicos.

En su libro La democracia, Robert Dahl desarrolla cinco criterios fundamentales para poder evaluar la presencia de esta igualdad política. Y plantea que “desde el momento en que se incumple cualquiera de estos requisitos, los miembros no serán iguales políticamente”.

El primer criterio que plantea Dahl es el de la participación efectiva, es decir, que todos los ciudadanos deben contar con las mismas oportunidades para hacer conocer sus puntos de vista y opiniones. Esto es sumamente importante, ya que de no ser así, alguno tendría más oportunidades de expresar ideas u opiniones y además serían más escuchadas, por tanto escucharíamos solo a una parte de la población.

El segundo criterio planteado es la igualdad de voto: todos los miembros deben contar con la oportunidad de votar y los votos deben ser considerados como iguales. Por el contrario, si diéramos más valor a algunos votos, las opiniones de esos votantes prevalecerían de forma injusta.

El tercer criterio es la comprensión ilustrada. Este criterio planteado por Dahl explica de forma textual que “todo miembro debe tener oportunidades iguales y efectivas para instruirse sobre las políticas alternativas relevantes y sus consecuencias posibles.”

El cuarto es el control de la agenda, que propone que los ciudadanos deben tener la oportunidad de decidir cómo y qué asunto deben ser incorporados a la agenda. Es decir qué asuntos públicos deben ser tratados y de qué manera.

El último sería la inclusión de los adultos, que implica que todos los adultos, o al menos la mayoría, que son residentes permanentes deben tener el derecho de ejercer la ciudadanía y de gozar de los criterios anteriormente mencionados.

La comprensión ilustrada es el criterio clave para entender el rol de la educación política en la democracia. Ya en la democracia ateniense, tras instalarse la democracia radical de Pericles, era necesario conocer e informarse para poder participar de la vida política. Todos aquellos que buscaran tener importancia en la vida política de Atenas debían prepararse de forma adecuada, era necesario conocer las leyes de la ciudad así como también se debía hablar bien para hacerse entender y convencer a otros de sus ideas. Las oportunidades de instruirse sobre las diferentes políticas y sus consecuencias, no sólo eran brindadas equitativamente a aquellos que se consideraban ciudadanos, sino también eran aprovechadas por éstos. Informándose de todo aquello que luego se discutiría en los lugares comunes, como eran el ágora, las asambleas, la plaza pública o los tribunales.

Pericles fue de los primeros en instaurar la comprensión ilustrada y en destacar la importancia de la participación total de los ciudadanos, tal como plantea en su oración fúnebre: “Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad.” Sin embargo, esto ha evolucionado con el tiempo hacia una democracia representativa. Como sostiene Sartori, “la democracia representativa no es solamente una atenuación de la democracia directa; también es su correctivo.” En la actualidad la mayoría de los gobiernos democráticos se basan en lo que se denominan democracias representativas; es decir, que el pueblo no actúa de forma directa en las decisiones políticas sino que elige a determinados representantes que, según se espera, actuarán de la mejor forma frente a las decisiones a tomar por parte del gobierno.

Esta democracia representativa es un cambio coherente a la democracia directa, debido a que para ejercer ésta última es necesario que nos dediquemos por completo a la vida política. “El autogobierno -explica Sartori-, el verdadero, aquel que practicaban los griegos, requiere una devoción total de ciudadano al servicio público: gobernarse a sí mismo quiere decir pasar la vida gobernando.” En el momento en que surge la democracia ateniense, no todos eran ciudadanos y por tanto no todos ejercían la vida política. Los trabajos pesados eran labor de los esclavos, y las mujeres no participaban de las decisiones así como tampoco lo hacían los extranjeros y los niños. Aquellos que sí eran considerados ciudadanos, dedicaban su tiempo a estudiar sobre las cuestiones políticas y a discutirlas para así poder tomar las mejores decisiones.

Este modelo es inviable en la actualidad y por tanto es entendible que se haya desarrollado un sistema democrático representativo. De esta manera, la democracia es ejercida por los ciudadanos al momento de la elección de los gobernantes que tomarán por ellos las futuras decisiones. Pero esto no implica en ninguna media que los ciudadanos dejen de ejercer el ya mencionado derecho de “comprensión ilustrada” o que dejen de hacer uso de las oportunidades que el mismo pone a su disposición. La democracia representativa no implica que otros tomen decisiones por mí, sin enterarme yo de las mismas o sin formar mí opinión frente a las mismas, sino que conociendo la forma de pensar de esos otros, debo ser capaz de hacer mi elección acorde a mis preferencias para asegurar que aquello que será decidido por el representante que yo elegí, se acercará a mi forma de pensamiento, o al menos a mis ideales.

Una de las críticas que se le realiza a la democracia es que los votantes pueden no conocer aquello que les es mejor, o qué candidato puede ser el mejor en la toma de decisiones. Warburton explica esta problemática: “Los ciudadanos eligen a sus representantes movidos por cosas sin importancia, como podrían ser un rostro, una sonrisa agradable o bien prejuicios inconscientes sobre este o aquél partido político.” Si los ciudadanos no están debidamente informados, la democracia representativa pierde su valor, y las consecuencias siempre caen en un mal gobierno o un descontento general de parte de la población. “El resultado es que muchos candidatos excelentes pierden las elecciones, mientras que otros, menos apropiados, resultan elegidos por razones superficiales”. Como ciudadanos, descuidamos nuestra responsabilidad política y creemos que el trabajo en la política es de otros, cuando en realidad, todos somos parte de la política y las decisiones políticas nos afectan, para bien o para mal, a todos.

Como sostenía Pericles, “no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente.” Al contrario, el conocimiento en materia política de todos los ciudadanos debe ser suficiente para ejercer de forma correcta y autónoma la libertad política y lograr una democracia real en la sociedad actual.

La ignorancia de la población frente a temas relevantes en la sociedad, puede llevar a malas decisiones políticas y por tanto a malas acciones, que más adelante traerán problemas a toda la sociedad, y no sólo a aquellos que fueron votados para tomar esas decisiones. Es deber del pueblo, en la democracia, decidir quién es que va a tomar esas decisiones, y es por tanto deber y derecho del pueblo informarse adecuadamente para tomar esas decisiones de la mejor manera posible.

La educación política tiene como objetivo cultivar el conocimiento y las habilidades que son necesarias para la participación política y fomentar que se desarrolle la capacidad para deliberar democráticamente.
Para Zamarripa, “la educación puede promover lo más humano del hombre, la acción y el pensamiento”. Sin embargo esta educación no puede ser impuesta de manera agresiva a la población ni tampoco podemos restarle su merecida importancia. Es tarea de todos el promover la educación política y motivar a todos los ciudadanos a educarse en política para ejercer su libertad democrática de la mejor forma posible.

Es sabido de antemano que la primera información a nivel político que recibe un niño es de parte del núcleo familiar, o del lugar donde reside. Es allí donde se forman las primeras ideas de políticas que pueden no sólo no ser las propias, sino también ser una concepción errada de determinada ideología o forma de pensamiento. “Estas percepciones, imágenes y conceptos precoces son unas veces confiados e ingenuos, otras cínicos, con frecuencia divertidos y a menudo inexactos y deformados”, sostiene Warburton. La problemática principal de estos conceptos precoces es que desarrollan una idea en el niño que formará su creencia y camino político y mediante el cual tomará sus propias decisiones al transformarse en adulto.

Es por esto que el Estado, desde la educación, puede y debe brindar herramientas de conocimiento y promover el interés por aquellos temas que nos conciernen a toda la población. Desarrollar una educación política que permita tomar decisiones sobre datos confiables, que eduquen en base a la realidad, y que concienticen sobre la importancia de cada voto individual.

Todo voto es parte de la democracia y cada uno de los votos, volviendo al segundo criterio planteado por Dahl, es igualmente relevante. Si parte de la población se encuentra desinformada o desinteresada frente a las temáticas en política, puede deberse a que no conoce el verdadero valor de su voto y conocer ese valor es también parte de la educación política. Votar sabiendo que cada voto hace la diferencia y que el propio no es la excepción, es responsabilidad y derecho de todos los ciudadanos.

Educar en política, implica también educar en que el compromiso social, expresado en principio en un voto, no permanece estático en él sino que debe permitir el juicio y el análisis político correspondiente para crecer y dinamizar la política y por ende fortalecer la democracia. La democracia, más allá de ser un sistema de gobierno, es también una construcción de todo aquél que disfruta de la misma y por tanto está en nuestras manos promoverla y perfeccionarla para lograr cambios favorables a toda la población.

En un país chico, que tiene el orgullo de poseer una de las mejores democracias de la región, no debemos mantenernos alejados de la vida política y de las decisiones que se toman. Siendo sólo tres millones debemos ser conscientes de la importancia de nuestro voto para el bienestar de todo el país, y para mejorar nuestro sistema democrático. Con una población interesada y correctamente informada, llegar a la democracia ideal será cada vez más posible.
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*Este texto obtuvo el primer premio en el concurso de Ensayo de la Facultad de Humanidades de la UM en categoría B y ha sufrido ligeras modificaciones para su publicación. 

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