El Don Quijote del Litoral
En 1605, un español publicaba la que sería la novela en castellano más importante de todos los tiempos, una obra engendrada años antes, mientras cumplía una condena en la cárcel. Más de trescientos años después, en 1975, tal obra caería en manos de otro preso, uno uruguayo, que la redescubriría y la convertiría en su obsesión por el resto de su vida
Marcelo Estefanell (1950) es sanducero y se nota. Hace casi 40 años que se fue de Paysandú, pero igual se nota. Quizá por su tonada propia del que viene “del interior” o tal vez por su manera de ser tan acogedora y amable. Marcelo no está apurado. No tiene reloj y ni se fija la hora en el celular. Mira a su interlocutor de frente, con ojos detrás de cristales de miope y levemente achinados como consecuencia de su sonrisa constante, esa que se activa cada vez que habla de su gran pasión. Lo acompaña su boina que abriga su testa del frío. Nunca se la saca.
Marcelo leyó casi 1600 textos entre agosto de 1972 y marzo de 1985. Durante este período que se corresponde con los años en que fue recluido en el penal de Libertad por los militares, “los personajes de las novelas pasaban a ser mis compañeros de celda”. Cuenta que de todos los personajes, el que más lo tocó fue la dupla craneada por Miguel de Cervantes, quien comenzó a imaginárselos mientras también estaba preso. Quien diría que más tarde, mucho más, casi 400 años, un preso recogería esos escritos y sus personajes y los transformaría en sus compañeros entrañables. En su cable a tierra. En su evasión a la locura.
No mucho antes de caer preso (tenía 20 años cuando fue capturado) a Marcelo le gustaba jugar. Cuando era niño y vivía en Paysandú, jugaba con sus hermanas al ómnibus. “Dos hileras de sillas separadas por un pasillo, el banco del piano era el volante, un banco petiso era mi asiento de conductor, la pinza del hielo pegada al piso era el acelerador” y la boletera la hacían los 8 o 10 boletos que les daba el guarda de verdad cuando subían al ómnibus real para ir a la playa con toda la familia. “Las gurisas se vestían de señoras, una puerta ficticia adelante por donde se subían y otra atrás, por donde bajaban. Teníamos todo”, dice sonriendo con la mirada perdida en la nada, como cuando uno revive algo que ya pasó. Marcelo cuenta que cuando llegaba su hermano mayor del liceo les cortaba ese mundo ficticio. “Nos provocaba. Entraba por cualquier lado, no pagaba el boleto”, agrega sacudiendo su cabeza con boina y sin perder la sonrisa.
En la cárcel y bajo las condiciones que se encontraban los presos políticos de la dictadura militar que sufrió el Uruguay entre 1973 y 1985, el juego se hace casi imposible. Pero bien dicen que ante la necesidad, lo poco es mucho. Marcelo se las ingenió para encontrar un juego en solitario. Lo descubrió mientras leía El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha por segunda vez. Marcelo asegura que el personaje es idéntico a un niño y menciona un fragmento de la obra como testimonio de tal afirmación: cuando El Quijote llega a una venta. Los caballeros no van a ventas, van a castillos, por lo tanto el ventero era un señor castellano y las dos mujeres que estaban en la puerta prostituyéndose eran dos altas damas de alcurnia. El ventero, divertido e intrigado por semejante personaje, se propone seguirle el juego. Incluso lo arma caballero no siéndolo. Vela las armas de noche al lado de un aljibe y cuando El Quijote se dispone a irse, el ventero quiere cobrarle el hospedaje como es debido. Don quijote le dice, “yo no tengo leído que un caballero pague”. “El ventero tanto jode –explica Marcelo- que al final le paga diciéndole: ‘Eres un sandio y mal ventero’, o sea, siempre supo que era un ventero, pero se molesta porque no jugó a lo que él le planteaba”, tal como sucedía aquellas tardes en Paysandú cuando el mayor de los hermanos Estefanell llegaba y cortaba con el escenario de fantasía creado por Marcelo y sus hermanas.
“El narrador de la novela te dice que el tipo se enloqueció de tanto leer y a mí la lectura me está salvando de la locura, es una contradicción enorme. Le dejé de creer”, explica. A través de la desconfianza hacia el narrador, Marcelo comienza a identificarse con el “binomio universal”, como él llama a Don Quijote y Sancho. “Todos llevamos algo de Sancho y algo de Don Quijote en nuestro ser: el idealista por un lado y el prosaico por otro. El soñador y el realista, el generoso y el egoísta… O el loco y el cuerdo”, afirma.
La locura del Quijote no es una locura de insania mental sino anacrónica. Le alcanza con ponerse una antigua armadura, unas armas viejas del bisabuelo de su bisabuelo, tener un caballo y, en nombre de una dama, salir a los caminos a “desfazer entuertos”. Pero su oficio es anacrónico. “Es como que hoy en Cerro Largo aparezca uno que, de tanto leer a Aparicio Saravia, le parezca que es viable la montonera y se vaya a las cuchillas de vuelta, con lanzas de tacuara y salga a combatir contra el gobierno. Imagínate ir por ruta 9 y de repente dar con una caballada y todos los tipos con sus armas del 1900. Sería una locura”, explica riéndose.
“Cuando agarro el libro en el 75, estoy preso y me llega el libro y antes del prólogo arranca con esos sonetos y versos rotos robando personajes de otras novelas, cantando alabanzas de la dama de Amadís de Gaula a Dulcinea, con Rocinante y Bavieca, el caballo del Cid Campeador, conversando y un prólogo que arranca diciendo ‘desocupado lector’ me digo, ‘lo escribió para mí’”. El Quijote fue concebido en una cárcel. Marcelo, que es ateo, encuentra milagroso que alguien que concibió un personaje casi cuatro siglos atrás fuera a conmoverlo a él, que estaba preso y solo. Y más se conmueve cuando, en el prólogo, el escritor invita al lector a hacer uso de su libre albedrío y a opinar de la obra lo que crea correcto. “Era una maravilla. Alguien me daba la libertad para algo”.
Marcelo devoró la obra cuatro veces mientras estaba recluido y la deglutió con tal pasión que escribió dos obras: “Don Quijote a la Cancha” y “El retorno de Don Quijote, Caballero de los Galgos”. El juego de Cervantes del cambio de primera a tercera persona del narrador y de la interacción de los personajes de la obra con personajes de otras novelas (o incluso con él mismo) lo toma Estefanell a la hora de escribir su libro El regreso de Don Quijote, Caballero de los galgos. Es un homenaje al escritor español. A su técnica, a sus motivos, a sus pretextos. Porque esa técnica que propone el escritor del siglo XVI permite jugar.
A pesar de todo, a Marcelo no le gustó el final que Cervantes dio al Quijote. No le pareció justo que el caballero se muera renegando de la caballería y tan abruptamente. No le convenció. Así que decidió inventar su cuarta salida para que Don Quijote “se muera combatiendo, no renegando”.
Cuando Marcelo presentó esta última obra en 2004, el escritor Tomás de Mattos fue el maestro de ceremonias. En su discurso, no escatima en adjetivos favorecedores y comentarios positivos no solo acerca de la obra en cuestión, sino además hacia el ingenio y valentía del escritor que se propone homenajear a Cervantes y de paso reparar ese injusto final. De Mattos dice: “Don Alonso Quijano no vacila en pagar todo el precio por una insanía más asumida que consentida. Su fabulación de la realidad esconde el propósito de urdirle un sentido. Esa es la idea central de Estefanell, no lejana, aunque nada le deba, a la interpretación de Torrente Ballester, de la novela como un juego”. Marcelo propone un nuevo milagro: hace viajar a su amigo Cervantes a través del tiempo y lo invita a jugar, una vez más, al juego que alguna vez le propuso el escritor español en aquel calabozo en 1975.
*Fotografía: familia Estefanell
Muy bueno!! Conozco a Marcelo y lo pinta tal cual!!
Excelente artículo Sofi! !! No sabía que escribías tan bien. Tu comentario de MMarito mirando por encima de los lentes me causó gracia. Es tal cual como lo describis. Su amor por el Quijote es contagioso. No he leído el libro pero tanto me ha hablado del mismo, que me encariñe y conocí en profundidad a ese dúo tan entrañable. Te mando un beso