Fotografía: Francois Guillot (AFP/Getty Images)

Pero qué extraño el ser humano. Guarda conocimiento en objetos, también en libros pero esto segundo no me sorprende. Qué extraño, porque camina entre años de historia y todavía hay algunos que no la comprenden. No saben encontrar los acertijos de la religiosidad, estudian el tiempo de Dios y no entienden esa ciencia que llaman amor. Me resulta bastante exacto, evidente, estridente, no lo sé. Tan bella y tan fuerte mi necesidad de consumirla, consumirte, dulce arquitectura.

Frotarme contra las gárgolas, darles calor y encenderlas en vida. La sed, la ironía de ser yo quien tenga sed. Seducir a las estatuas que siguen ahí hasta hacerles pensar que están en el infierno y que lloren, y que lloren y que confiesen. Que me cuenten los secretos de sus ojos de piedra y qué les habrá dicho Víctor Hugo. Y si existió o no el Quasimodo o fue solo brote de la creatividad. Si fue arte o fue periodismo.

Considerados algunos. Qué extraño que varíen en su valoración histórica. Esos con cascos y chalecos me resultan interesantes, abrazan algunas partes y las hacen zafar. Quieren que sobreviva. Benditos ellos que pueden tocar sin destruir, benditos ellos que pueden no tener voluntad al abrazar. Creo que puedo inmiscuirme en algún roce, aparecer en alguna chispa, aparecer un poco. Un poquito. Esa aguja, bella, muy bella.

El lunes 15 de abril Notre Dame ardió en llamas. Se salvaron los tesoros pero hubo grandes pérdidas en cuanto a infraestructura. Algunos lo llaman milagro porque se salvaron reliquias invaluables, otros lo llaman atentado y otros lo llaman accidente. Ahora que sabe la historia del Fuego, ¿qué opina? Una combustión curiosa, apasionada, haciendo justicia a su corporeidad tan particular.