¿Puede la educación ser neutral en una sociedad plural?
Autor: Juan Ignacio Cáceres Figueroa
Resumen:
El objetivo de este ensayo es explorar las nociones de neutralidad en los sistemas educativos y cómo estas afectan la enseñanza que reciben los estudiantes. Referenciando al sistema educativo uruguayo, se argumenta que tanto la educación como las políticas que la regulan favorecen a ciertos grupos y privilegian ciertas creencias en lugar de otras. Además, se explora la utilización del concepto de neutralidad para la defensa de la asimilación cultural de comunidades minoritarias, ejemplificado en los grupos indígenas andinos. Posteriormente, se plantean ejemplos de educación intercultural y cómo pueden ser de utilidad para la reflexión acerca de los sistemas educativos modernos, especialmente en el contexto de una sociedad global cada vez más interconectada. Por último, se propone una perspectiva distinta para el desarrollo de la educación en sociedades plurales, que rechaza las concepciones de neutralidad en favor de un diálogo entre las distintas culturas –nacionales y subnacionales–.
Palabras clave: Neutralidad Educativa, Libertad Educativa, Libertad Religiosa, Interculturalidad.
Introducción
La educación juega un papel central en el desarrollo humano. Moldea nuestro conocimiento y habilidades, pero, fundamentalmente, nuestros valores y perspectivas. En la actualidad, gran parte de los procesos educativos dependen de personas externas a la familia de los alumnos, producto de los estilos de vida modernos (Lacalle Noriega, 2008, p. 5). Sin embargo, la delegación de las tareas educativas hace imperativo que los padres puedan elegir la enseñanza que reciben sus hijos. En este ensayo priorizaremos las etapas del proceso educativo en las cuales los adultos tienen un rol decisor, basándonos en la presunción de que sus opiniones son las más relevantes a la hora de juzgar la educación que reciben sus hijos, en su rol de educadores primarios.
Frente a la diversidad de opiniones que pueden existir entre las distintas familias, las instituciones educativas –en particular las de gestión estatal– intentan posicionarse como proveedores de educación neutral, de forma de respetar los criterios familiares y de preparar a los educandos para un mundo plural. Aquí se encuentra la raíz de una definición problemática que requiere un análisis crítico. Es imperioso entonces buscar una definición de lo que constituye una educación neutral. Dicho lo anterior, la educación contemporánea no puede considerarse neutral.
No es posible comprender dentro de un marco imparcial al diseño de los planes de estudio, ni a los valores y perspectivas de los docentes. Por un lado, el diseño del currículo educativo implica tomar decisiones que, por su propia naturaleza, no son neutrales (Touriñán López, 1976, p. 116). Al privilegiar cierto conocimiento –y determinadas formas de enseñarlo– por encima de otro, prima una cierta visión de la experiencia humana que no es la única válida ni debe entenderse así. Referenciaremos al sistema educativo uruguayo para ejemplificar estos aspectos y se explicitarán los motivos que hacen inconveniente un enfoque educativo neutral en sociedades plurales.
Limitaciones de la neutralidad
En primer lugar, los mismos promotores de la educación neutral reconocen sus limitaciones en lo que hace al conocimiento práctico (Touriñán López, 1976, p. 117). El conocimiento científico no está sujeto a pretensiones de neutralidad, aunque demostró ser falible y atraviesa constantemente procesos que llevan a su modificación y evolución. Las leyes de la física o los problemas matemáticos no admiten más que un conjunto de respuestas correctas, independientemente de las creencias del profesor o del alumno, por lo que es impráctico enseñar la multiplicidad de opciones incorrectas. Cuando se conoce la respuesta verdadera se vuelve necesario descartar cierto conocimiento –erróneo– en favor de otro –el correcto–; la pregunta sería si se es neutral cuando se presenta una solución y no otras. Después de todo, solo se enseña una forma de pensamiento: aquella que más se aproxima a la verdad.
Sin embargo, al adentrarnos en áreas como la filosofía y las ciencias sociales los enfoques y perspectivas pasan a estar influenciados por las creencias y valores de cada persona. Aquí los defensores del neutralismo plantean que deben abarcarse todos los posicionamientos, incluso si el docente discrepa personalmente (Touriñán López, 1976, p. 118). En algunos casos esto es imposible: no podemos esperar que un profesor de historia presente los argumentos de los defensores de un genocidio sin criticarlos. Por lo tanto, ha de tomarse una decisión, que, si bien es compartida por la amplia mayoría de los padres, no es neutral, ya que es posible que exista un grupo –por pequeño que sea– de adultos responsables adherentes a ideas marginales. Entonces, parecería que fueron las concepciones subyacentes a los planes de estudio las que guían la formación de los más jóvenes y, en defensa de la neutralidad, se llega a promover un conjunto de perspectivas entendidas como aceptables o correctas que coinciden con los valores más generales de una sociedad dada. En este sentido, es de suma importancia que los padres tengan la oportunidad de elegir la educación que crean más adecuada para sus hijos, ya que los valores de los responsables académicos pueden variar. Como escribe da Silveira (2010, p. 22), “El derecho a elegir el tipo de educación que queremos dar a nuestros hijos forma parte de nuestro propio derecho a elegir una concepción del bien”. Reconocer que en las aulas no puede impartirse un conocimiento aséptico refuerza la idea de que los adultos tienen una libertad de elegir que debe ser respetada.
El laicismo como una posición religiosa
En cuanto a las posiciones religiosas, la neutralidad educativa se expresa como laicidad y –al menos en Uruguay– conlleva ignorar los aspectos religiosos de la condición humana en favor de que sean considerados como un asunto privado.
Partiendo de la base de que privilegiar una confesión religiosa por encima de otra puede ser interpretado como un ataque hacia quienes no la comparten, los centros de estudio se ven obligados a adoptar una identidad confesional de forma expresa –dejando en claro su posición– o intentar obviar el papel de ésta en la vida de las personas y, por tanto, su importancia en los escenarios de aprendizaje (García Hoz, 1979, pp. 35-36). Este último enfoque es el adoptado en las instituciones estatales uruguayas, producto de un proceso de secularización dirigido por el Estado. Si bien la secularización admite enfoques diversos, la uruguaya fue heredera de la tradición jacobina francesa, que establece el no reconocimiento de ningún culto por parte del Estado, por lo que, en palabras de da Silveira (2010, p. 32) es “insensible a la significación social del fenómeno religioso”; es así que en los centros educativos públicos se han ignorado las perspectivas que puede brindar la religión.
El principal problema que enfrenta la educación de corte laicista es que no proporciona un enfoque neutral, aunque esto sea lo que dice defender. Además, como plantea Sánchez-Sierra (2018, p. 510), el hecho de buscar una solución igualitarista en un escenario diverso como lo son las creencias religiosas conduce inexorablemente a la limitación de la libertad religiosa, primeramente, de los padres, pero también de los alumnos, que solo se verán expuestos a la visión determinada por las autoridades educativas.
Por otra parte, no puede desconocerse el hecho de que existe una profunda desigualdad entre la perspectiva teísta y la no teísta. En el caso de la primera los acontecimientos deben ser explicados bajo un marco de pensamiento religioso, mientras que el simple hecho de descartar o ignorar los aportes de la fe deriva en una educación que es de naturaleza no religiosa (Lacalle Noriega, 2008, p. 8).
La consecuencia más importante de la educación laica de financiamiento estatal es que da origen a una profunda desigualdad entre los padres que buscan una educación sin un componente religioso –a quienes el Estado se las proporciona gratuitamente– y aquellos que prefieren educar a sus hijos en instituciones educativas religiosas –que deberán pagar por ella– (da Silveira, 2010, p. 35). De esta forma, lo que se presenta como una solución justa para la utilización de los recursos estatales, en la práctica se transforma en un subsidio encubierto, que privilegia los deseos de algunos contribuyentes por encima de los demás.
Dicho lo anterior, es factible que el Estado ofrezca en sus centros de estudio alternativas para los padres y estudiantes que así los deseen, por ejemplo, mediante la cooperación con instituciones religiosas. De esta forma, abandonaríamos la idea de que la educación laica es neutral –y por tanto la única opción que debe ser financiada por el Estado– en favor de un reconocimiento de las diferentes confesiones religiosas que existen en la sociedad. Sin embargo, sería objeto de debate qué constituye una práctica religiosa, ya que podrían surgir reclamos por parte de grupos minoritarios de que sus creencias no son contempladas por el sistema educativo.
La educación neutral como una herramienta de asimilación
Habiendo discutido cómo las concepciones de neutralidad en la educación pueden favorecer a algunos grupos por encima de otros, exploraremos también su utilización para la promoción de una única cultura nacional en detrimento de la pluralidad cultural.
Primeramente, los Estados latinoamericanos surgidos al calor de las revoluciones del siglo XIX buscaron sustentar su legitimidad mediante la construcción de una identidad nacional compartida, un proceso que se basó en la herencia hispánica y cuya contracara fue la desestimación de las pautas culturales de los grupos indígenas (López, 2006, p. 1). Aquí vuelve a aparecer el concepto de educación neutral, en tanto los programas educativos fueron diseñados no con el propósito de eliminar a ciertos grupos de la escena cultural, sino más sencillamente con el objetivo de homogeneizar la lengua y cultura de los individuos, basándose en un conjunto de conocimientos universales que todos los futuros ciudadanos necesitarían (Bolívar, 2004, p. 33). Sin embargo, lo que busca enseñarse responde a concepciones europeas, entendidas por el poder político como las más propicias para el desarrollo nacional. Surgen así nociones de un ser nacional que ignora a parte de los ciudadanos del Estado, en contravención de los principios contemporáneos del Estado nación y que conduce al fracaso de los proyectos integradores.
Por otro lado, abandonar el neutralismo y permitir que distintas comunidades accedan a la enseñanza que crean más conveniente –al igual que con las concepciones religiosas– fortalecería el compromiso de las minorías con la identidad nacional y ciertamente implicaría reconocer que dentro del Estado coexisten diversas tradiciones. Como consecuencia, las distintas culturas podrían basarse en una serie de atributos comunes, que constituyen la base de la identidad nacional. Sin embargo, dicho fundamento común podría debilitarse según cómo continúen evolucionando las relaciones interculturales dentro de la nación. A modo de ejemplo, la educación intercultural bilingüe (EIB) de los países andinos proporciona a jóvenes de origen indígena la posibilidad de recibir parte del currículo educativo oficial en su lengua materna, a la vez que aprenden el idioma nacional. Se refuerza así el reconocimiento del Estado, pero además les permite a ellos verse como diferentes y ocupar su lugar en el debate público, aspecto central en su búsqueda por la continuidad cultural (López, 2006, p. 13).
En un mundo cada vez más interconectado, las experiencias de la educación intercultural pueden ser relevantes a la hora de promover el diálogo entre las distintas culturas nacionales y subnacionales con las pautas culturales globales. Bolívar (2004, p. 34) señala que el respeto a la diversidad cultural no implica la aceptación de todo aquello que forme parte de una identidad dada, ya que siempre han de considerarse ciertos valores universales –vinculados al respeto de la dignidad humana– como guía moral, aunque debemos evitar que nuestras concepciones compartidas anulen la ratificación de la pluralidad cultural. En este contexto, es necesario abandonar aquellas concepciones de imparcialidad que pueden promover ciertos valores por encima de otros, y conducirnos a una sociedad global menos diversa y centrada en los grupos con mayor poder económico y cultural.
Conclusión
A lo largo de este ensayo se han analizado las consecuencias de los sistemas y programas educativos basados en ideas de neutralidad educativa. Como concepto resulta problemático y da lugar a la exclusión de las miradas de grupos religiosos y culturales, a los cuales aleja de las aulas. Aquello que debería ser una garantía de la libertad educativa, y que asegure que la enseñanza se desarrolle en un marco de respeto y tolerancia, es, en la práctica, una herramienta para la promoción de las nociones y perspectivas que se alinean con los deseos del Estado y, concretamente, de quienes lo conducen. En sociedades plurales, como lo son cada vez más las actuales, la educación no debe excluir ni privilegiar determinadas miradas, sino que debe ser un reflejo de las familias que la integran, de sus creencias y de sus preocupaciones. Hemos visto lo que ocurre con los proyectos homogeneizadores a nivel cultural, cuyo fracaso se expresa en una reafirmación del identitarismo disgregador. Para garantizar el futuro éxito de los programas de estudio es necesario que se abandonen las concepciones neutralistas en favor de un marco más representativo de la diversidad social. Mediante la cooperación entre las instituciones educativas –públicas y privadas– y la sociedad civil puede brindársele a los alumnos una educación más abarcadora, formándolos como ciudadanos comprometidos.
Referencias
Bolívar, A. (2004). CIUDADANÍA y ESCUELA PÚBLICA EN EL CONTEXTO DE DIVERSIDAD CULTURAL. Revista Mexicana de Investigación Educativa, 9(20), 15-38. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=14002003
Da Silveira, P. (2010). LIBERTAD DE ENSEÑANZA, LIBERTAD RELIGIOSA, SECULARIZACIÓN y LAICIDAD: LÍMITES CONFUSOS y FALSAS ASOCIACIONES.
Páginas de Educación, 5(1), 17-35. http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1688- 74682012000100002&lng=es&tlng=es.
García Hoz, V. (1979). La libertad de educación y la educación para la libertad. Persona y Derecho, 6, 13-55. https://dadun.unav.edu/handle/10171/11930
Lacalle Noriega, M. (2008). Educación, ciudadanía y libertad. Comunicación y Hombre, 4, 3-19. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=129412637003
López, L. E. (2006). Desde arriba y desde abajo: visiones contrapuestas de la educación intercultural bilingüe en América Latina [En línea]. En Aula Intercultural. https://red.pucp.edu.pe/ridei/files/2013/01/130107.pdf
Sánchez-Sierra, A. (2018). El mito de la educación neutral: «imagine no religion». En Libertad para educar, libertad para elegir (pp. 501-511). CEU Ediciones. http://hdl.handle.net/10637/10931
Touriñán López, J. M. (1976). La neutralidad y la educación. Revista Española de Pedagogía, 34(131), 107-123. https://reunir.unir.net/bitstream/handle/123456789/8122/4%20La%20Neutralidad%20Y%20La%20Educaci%c3%b3n.pdf?sequence=1&isAllowed=y