Raquel Garzón: “Si ofrecemos contenidos de calidad, las redes son aliadas”
Literatura, arte, redes sociales… El universo de Raquel Garzón (Córdoba, 1970), editora de Ñ, la revista de Cultura del diario Clarín de Buenos Aires, y autora de cinco libros de poesía, es tan amplio como los contenidos que entran en su publicación. Sus ideas, como la Revista Ñ, que acaba de cumplir 15 años, están ligadas al buen periodismo. El único modo de atraer a nuevos lectores y conservar a los que ya tenemos es ofrecer algo que valga le pena leer o ver o escuchar o todo eso junto.
En una nota que anuncia que en el marco de los festejos del diario El País por sus 100 años vuelve a editarse el Suplemento Cultural, usted afirma lo siguiente: “Volver a jugarse por ese soporte (papel) también es noticia: va a contrapelo de los gurús que afirman que el futuro de los medios será digital o no será y entusiasma por su batalladora convicción”. Hace años que está en pie este debate. ¿Cómo pueden los diarios de papel atraer a las nuevas generaciones que le garantizarán la supervivencia frente a los medios digitales?
Mi interés mayor al dar cuenta del regreso de la salida semanal de El País Cultural en papel fue poner en evidencia que hay decisiones editoriales que exploran caminos alternativos frente a la apuesta por un futuro 100% digital. Nadie sabe, en verdad, qué sucederá. De hecho en ese mismo artículo cito a Iris Chyi, una experta en medios de la Universidad de Texas, quien señala que tras 22 años de convivencia entre ambos soportes -papel y web- los diarios no han logrado hacer rentables sus versiones online. Razón por la cual recomienda no “matar” al diario de papel sino cuidarlo. Personalmente siento que la pelea de fondo no es por el soporte sino por la calidad. El único modo de atraer a nuevos lectores y conservar a los que ya tenemos es ofrecer algo que valga le pena leer o ver o escuchar o todo eso junto. Trabajar contenidos que se diferencien de la oferta que ya circula por las redes sociales y por otros medios. Los diarios deben usar a su favor su especificidad: la chance de ahondar, de sumar contexto y análisis.
En la “Civilización del espectáculo”, Mario Vargas Llosa afirma que el lugar que el entretenimiento ocupa en la vida diaria de las personas ha llevado a “la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo”. ¿Comparte este razonamiento?
El periodismo amarillista existe en todas las áreas y no aporta conocimiento, pero sí muchos clics en las métricas de audiencias digitales. Por eso también los diarios de referencia incluyen segmentos de información “blanda”. Entiendo por qué escribe esto Vargas Llosa (él mismo ha sido pasto de esas fieras a raíz de su vida personal). Yo no demonizaría el entretenimiento, sin embargo. El cotilleo puede tener lecturas culturales. Allí están para probarlo el Museo del Chisme de Edgardo Cozarinsky y el Borges, de Adolfo Bioy Casares: dos libros llenos de anécdotas que contribuyen a pintar frescos de época y de vida intelectual. El buen periodismo cultural debe entretener inteligentemente mientras ilumina relaciones y abre puertas a nuevas lecturas, películas, blogs, series, debates y analiza tendencias.
“Yo no demonizaría al entretenimiento”
¿Cómo afronta Revista Ñ ese desafío de sumar lectores y, al mismo tiempo, mantener su esencia y objetivo de promover la cultura?
Confiamos mucho en nuestra curiosidad y en la de los expertos de las cuatro áreas en que se divide la revista: Ideas, Literatura y Libros, Arte y Escenarios. Sentimos que el lector no es una persona distinta de nosotros, esto es, consumidores de cultura en sus más variadas formas, abiertos a lo nuevo y queriendo saber qué ofrece la agenda cultural del país, la región y el mundo. Hacemos de la variedad temática un principio y nos definimos como una revista de cultura de época, que se pregunta e intenta responder qué quiere decir ser contemporáneo. Este año hemos dedicado portadas tanto a las reediciones de John Cheever y a las memorias de la artista Marta Minujín como a la situación de los 80 músicos clásicos emigrados de Venezuela por la crisis humanitaria que vive ese país hoy residentes en la Argentina. Y también los 30 años de un movimiento como Slow Food. En cada caso pretendemos que el abordaje no sea sólo informativo; que haya además interpretación, valoración y una escritura elocuente y cuidada.
En Revista Ñ el escritor Arturo Pérez Reverte dice: “Es una estupidez culpar de la desigualdad al diccionario o la gramática”. Como escritora y mujer, y responsable de una publicación que además cuida al extremo la calidad de la escritura, ¿qué opina del lenguaje inclusivo y los cambios que se están promoviendo para que el idioma castellano destierre aquellos términos que son considerados machistas o conservadores y que van a la sombra de los cambios sociales?
Hace pocos días participé en el Instituto Cervantes de Madrid de una mesa redonda sobre la actualidad del periodismo cultural y al hablar de este tema sostuve que debates como el que se está dando acerca del lenguaje inclusivo, con gran fuerza en la Argentina, demuestran que nuestro idioma está vivo y que goza de buena salud. Son especialmente los jóvenes quienes sienten la necesidad de usar hoy el lenguaje inclusivo y es valioso como un testimonio de época. Las instituciones suelen cristalizar cambios cuando las sociedades ya los han legitimado de hecho. Si la gente deja de usar ciertos términos o si crea otros que perduren, la RAE deberá tomar nota de ellos. Como periodistas hemos hecho lo que debíamos hacer: dedicarle a la cuestión y a la polémica circundante una producción de tapa, hacerlos más visibles, promover la conversación sobre esta problemática.
La poesía forma parte de sus pasiones. Gabriel Celaya escribió:
“Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales
que lavándose las manos se desentienden y evaden
maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse”.
¿Se adapta este concepto de la poesía a nuestros tiempos?
Siempre he sentido que el primer compromiso de todo poeta -su tomar partido, en términos de Celaya- es escribir poesía de calidad, más allá de los temas que lo convoquen. Me gustan autores muy variados. Nunca he sentido que la poesía sea un lujo en mi vida, algo que sobre o sea superfluo. Escribo poesía porque no podría vivir sin hacerlo y porque es el modo más honesto que conozco de nombrar lo que me importa. Pero estas son mis razones y cada poeta tiene las suyas.
“Nuestro idioma está vivo y que goza de buena salud”
¿Han contribuido las redes sociales a masificar o democratizar la cultura o, por el contrario, han potenciado lo que algunos intelectuales llaman despectivamente literatura, música o arte “light”?
Las redes sociales son medios de comunicación fenomenales que contribuyen a hacer visibles cuestiones del más diverso calibre. La respuesta internacional de movimientos como #NiUnaMenos y #YoTambien no hubiera sido posible sin las redes. Son herramientas que celebro al mismo tiempo que animo a usar con responsabilidad. Nosotros somos los que proponemos su contenido: qué compartimos y en qué contextos y condiciones. Hay mucho ruido y furia en lo que se comparte, pero también temas y cuestiones que aportan a la conversación global. Una vez más, creo que si ofrecemos contenidos de calidad, las redes son aliadas para que estos encuentren públicos más amplios y diversos. Lo que han hecho las redes es conectar a la gente entre sí, a los usuarios, quitándonos a los medios nuestro rol de mediadores. La única manera de participar de ese diálogo es decir, proponer, desarrollar contenidos seductores que interesen a quienes están conversando a través de ellas.
Han pasado cien años y para cualquier estudiante hoy siguen siendo referentes ineludibles de la cultura Antonio Machado, Ruben Darío o Antoni Gaudí. ¿Cree que estos tiempos dejarán referentes de esa talla para los estudiantes del próximo siglo?
Sí, seguro que sí. Siempre recuerdo que Stefan Zweig destaca en Memorias de un europeo, un libro que recomiendo vivamente, que jamás vio citados los nombres de Paul Valéry, Marcel Proust y Romain Rolland en la prensa entre 1900 y 1914. Tenían casi 50 años, apunta, cuando un rayito de fama iluminó sus nombres y sus obras habían sido creadas sin que “la ciudad más curiosa e intelectual del mundo” reparara en ello. Los artistas, científicos, intelectuales y humanistas del siglo XXI también tienen mucho y bueno para decir. La batalla de fondo es por el tiempo: darles el tiempo necesario para desarrollar sus obras; darnos el tiempo para disfrutarlas. Esto va a sonar antiperiodístico pero creo que, sobre todo en los medios culturales y en la prensa gráfica, tenemos que empezar a pensar que quizá más importante que “llegar antes” sea “llegar mejor” (con más despliegue, con más hondura, con miradas más originales y reveladoras).