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Clara Peeters y el rol de la mujer en el arte en el siglo XVII

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Imagen: “Mujer sentada ante una mesa de objetos preciosos”, de Clara Peeters (1594-1659)


Este ensayo reflexiona sobre el rol en el arte que desempeñaban las mujeres en el siglo XVII, a través del análisis de la obra de la pintora Clara Peeters


A principios del siglo XVI la Reforma protestante se hizo muy popular en el norte de Europa y los católicos de Europa mediterránea pretendieron afianzar los dogmas de la Iglesia, al considerarla amenazada por lo que denominaban “la herejía protestante”. La respuesta tras el Concilio de Trento fue la llamada Contrarreforma. En el ámbito artístico, el virtuosismo se puso al servicio de la religión católica, utilizándose el arte en niveles exuberantes como recordatorio de Dios. A este Siglo de Oro (1600 a 1750), se le denomina Barroco (Scielo, 2004). Para los protestantes, la religión pasó a tener una concepción privada e íntima. Hasta entonces la religión cristiana fue casi el único motivo digno de ser representado; con la Reforma, los artistas en los Países Bajos del norte incursionaron en motivos laicos y profanos (Vidal, 2017).

Las innovaciones sociales, culturales y artísticas, la investigación humanista, la independencia del pintor y el reconocimiento de esa profesión, dieron lugar a la evolución del género (Vidal, 2017), siendo la “pintura barroca” un reflejo de los profundos cambios políticos y culturales que surgieron en toda Europa (Encicloarte, 2015). La caracterizó el intimismo, el detallismo, que se refleja en la calidad de los materiales plasmados, el uso de la luz, la composición compleja que crea sensación de desorden, la representación exacerbada de la realidad, recurriendo incluso a lo feo o viejo (ArteEspaña, 2006). Se consolidó una fuerte burguesía mercantil, principal demandante de obras de arte, con preferencia por temas que hasta entonces habían sido secundarios: paisajes, retratos, bodegones y escenas de género que plasmaban la vida cotidiana. Asimismo, se sumaron a esta preferencia los protestantes, que no concebían la representación de imágenes religiosas (Acosta, 2013).

El rol de la mujer en el siglo XVII
A comienzos del siglo XVII el papel de la mujer en la sociedad se veía muy restringido. El deber fundamental asignado socialmente a ellas era ser madre y esposa y consecuentemente la realización de las labores domésticas. Su virtuosismo derivaba casi exclusivamente de ello y en el caso de no cumplir ese rol, eran socialmente mal vistas (Vera, 2016). Según el poeta de la época, Jacob Cats “El marido debe estar en la calle para practicar su oficio, la esposa, a sus fogones, no abandonará su hogar” (Aparences, 2018). Es importante destacar que la mujer era desvalorizada en todos los ámbitos que no fueran el hogar. Su rol en el arte está vinculado al papel que ha ocupado en la sociedad a lo largo de la historia. Ellas eran objetos del arte, musas o compañeras de los artistas, en un mundo dominado por hombres; eran representadas en lugar de “representadoras” (Mansilla, 2018). En esta época se comienzan a pintar mujeres que no son diosas, reinas, ni personajes bíblicos, sino encargadas del hogar, principalmente exaltadas en su papel de madres, reflejando así ese rol asignado en la época (Sigüenza, 2019). Claro ejemplo se aprecia en la obra de Gerard ter Borch “Interior con madre despiojando a su hijo”:

“Interior con madre despiojando a su hijo”, Gerard ter Borch, 1650

Asimismo, la pintura requiere un aprendizaje al que las mujeres estaban impedidas. Demanda de un espacio físico y de tiempo para la formación y para poner en práctica los conocimientos. Además requería la adquisición de materiales, lo que resultaba difícil al no tener independencia económica. En definitiva, se precisaba de muchos elementos que las mujeres no estaban en situación de poder tener a su alcance (Mansilla, 2018).

La vida de Clara Peeters
Un caso que parece haber desafiado a los convencionalismos de su tiempo es el de Clara Peeters (Amberes ca.1588/1594 – post 1639) por ser una mujer y no la que se encontraba representada como protagonista en una obra, sino quien las pintara (De Diego, 2020). Existen contradicciones respecto a su vida, ya que hay pocas referencias documentales con las que reconstruir su biografía, que se ha elaborado a partir de suposiciones e hipótesis discutibles. Se desconoce con exactitud el lugar y fecha de su nacimiento, pero se deduce que fue en Amberes (Bélgica) aproximadamente entre 1588 y 1594. El nombre “Clara” y el apellido “Peeters” eran muy comunes, pero se encontró su posible acta bautismal en la iglesia de Santa Walburga, fechada en mayo de 1594, como hija del pintor Jan Peeters. Otro documento encontrado menciona su casamiento en la misma iglesia con el pintor Henrick Joosten en 1639 (Bastiaensen, 2016). Lo que parece indudable es que sus orígenes familiares, rodeada de pintores, tuvieron influencia en su trayectoria. La formación artística se iniciaba a edades tempranas en el taller de un maestro. Esto hubiera sido difícilmente accesible para una joven ajena a este mundo, por lo que posiblemente su padre pintor haya sido su maestro, dado que por la calidad demostrada en sus obras es factible que haya recibido educación artística (Pérez, 2016). Se le conocen unas cuarenta obras, de las cuales se puede extraer información para descubrir algunos aspectos de su vida. (Vergara, 2016).

Se cree que estuvo activa profesionalmente según su primer cuadro fechado en 1607 al último en 1621 (“Barroco temprano”). Perteneció a la primera generación de artistas europeos especializados en naturalezas muertas y fue una de las escasas mujeres que pudo dedicarse profesionalmente a la pintura en Europa Moderna (Vergara, 2016). Gracias al público demandante de ese tipo de arte, adquiere una importante clientela. Probablemente, si hubiera vivido en la Europa católica, no hubiese podido vender sus obras (Tieri, 2020). Es considerada como una “rara avis” dentro del panorama artístico de su tiempo (Pérez, 2016).

La obra de Clara Peeters
En virtud de las dificultades para la educación y a la imposibilidad de que una mujer asistiera a clases de anatomía y dibujo de desnudo masculino, se le limitaron las opciones a la hora de pintar. Innovó con elementos a los que podía acceder tales como objetos, animales, plantas y comida. Desarrolló un gran ingenio compositivo, especializándose en un género pictórico considerado menor: el bodegón, del cual fue pionera (Pérez, 2016) y cuya característica es de pintura decorativa, realista y cotidiana representando naturalezas muertas que incluyen flores, frutas, animales de caza, pescado, vidrio y cerámicas (Calero y Carmona, 2014).

Su obra se sitúa, según Carmen González (2018), dentro del movimiento de transformación de la pintura de despensas y banquetes hacia las variantes del bodegón, la naturaleza muerta y la vanitas (término referido a la fugacidad de la vida y la inutilidad de los placeres mundanos ante la certeza de la muerte) (Museo del Prado, 2015). Sus pinturas muestran la cultura material y culinaria del momento, revelando los gustos y costumbres de las clases prósperas de la época. Su obra “Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas” (1611), es el primer bodegón conocido con pescado como protagonista, un alimento común y de ayuno eclesiástico, que representaría al elemento agua:

“Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas”, Clara Peeters, 1611

Su pintura “Bodegón con gavilán, aves, porcelana y conchas” (1611), es una de las primeras dedicadas a la caza (Vergara, 2016):

“Bodegón con gavilán, aves, porcelana y conchas”, Clara Peeters, 1611

Introdujo elementos para generar dinamismo y temporalidad, como un gato a punto de abalanzarse en “Bodegón con un pescado y un gato” (1620) (Masdearte, 2016) (Anexo IV):

“Bodegón con un pescado y un gato”, Clara Peeters, 1620

Teniendo en cuenta las limitaciones mencionadas, se puede inferir que el deseo de Clara de ser reconocida como pintora se manifestó en varios elementos que incluyó en sus obras, como símbolo de autoafirmación. Así agregó como rúbrica la letra “P” referida a su apellido en algunos dulces (“Bodegón con dulces, granada, copa dorada y porcelana”, 1612):

También las inscripciones con su nombre en el canto varios cuchillos (Ors, 2016) (“Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana con aceitunas y aves asadas”,1611):

Otro elemento que incorporó fue diminutos autorretratos que aparecen reflejados en los brillos de algunos objetos contenidos en ocho de sus cuadros. El autorretrato fue una práctica habitual en las primeras décadas del siglo XVII, pero lo especial de este caso, es que su imagen aparece reflejada en el mismo cuadro varias veces de una forma apenas perceptible. Al prestar atención a los detalles del brillo de la luz en los objetos, se aprecia su silueta dando la impresión de que se ve mientras pinta el mismo cuadro, en la modalidad llamada “autor en autorretrato integrado” (González 2018) (“Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas”, 1612):

Clara Peeters estuvo oculta en sus cuadros hasta que el Museo del Prado (Madrid, España) tuvo la distinción de organizar una exposición exclusivamente destinada a ella (25/10/2016 al 19/2/2017), la primera exhibición dedicada a una mujer en ese museo. Con este homenaje se muestra al mundo lo que ella escondía en pequeñas pistas, desafiando las convenciones de la época. Ese fue el objetivo principal de la exposición, darle voz a esta mujer pintora, que a pesar de la calidad de sus obras, no había sido reconocida como lo merecía (Gonzalo Les, 2017).

Conclusión
Las obras de Clara Peeters reflejan a una mujer con ganas de mostrarse, aún sabiendo el papel que la sociedad le asigna a comienzos del siglo XVII. Esto queda de manifiesto con los diminutos autorretratos, la “P” en los dulces y su nombre en el canto de cuchillos. Responde a su confianza como pintora y su voluntad de reafirmación como artista, consciente de su propio talento en una profesión dominada por hombres.

El foco de atención es la situación de las mujeres artistas a principios de la Europa Moderna, cuando los prejuicios generalizados les cerraban muchos caminos y simplemente eran objetos de inspiración para las obras de hombres artistas. Era una desvalorización sistemática a la que Peeters estaba desafiando, ya que ella decidió ser una artista. Es un caso muy particular, ya que Clara a pesar de los impedimentos para aprender a pintar, tuvo la suerte de que su padre pintor le pudiera enseñar desde la casa. Además es importante destacar que ella logró vivir del arte y adquirir una clientela gracias al contexto consumista demandante y a la reforma religiosa que se dio en la época. No obstante, debió ser célebre en vida por la evidente calidad de sus óleos. Fue una artista clave en el desarrollo de la pintura barroca flamenca y precursora de un género que en ese entonces era considerado menor, el bodegón.

Es necesario recordar que hay escasez de referencias documentales sobre ella y las pocas que hay son muy confusas porque no fue reconocida como otros pintores de su época, por eso sus obras se convierten en una importante fuente de información para descubrirla. Presenta en sus obras un talento equiparable al de pintores famosos. La exposición sobre su obra, realizada por el Museo del Prado, ha supuesto una oportunidad única para ampliar la visión sobre el trabajo de esta pintora y reivindicar su papel y el de la mujer en la Historia del Arte. Han tenido que pasar cuatro siglos para que se valore el trabajo de un prodigio de la pintura que fue borrado de la memoria histórica probablemente por ser mujer.

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One thought on “Clara Peeters y el rol de la mujer en el arte en el siglo XVII”

  1. María A. B. Salinas Grecco says:

    Un placer leer este ensayo de la pluma de una joven uruguaya. Me deleitó al adentrarme en la lectura de la protagonista elegida. Una exquisita mezcla de lenguaje, investigación y pasión denotado en la elección de cada palabra que le da “voz” a esa artista pionera, hija de su tiempo. Me llevó a sentir la transgresión de su actitud y a vibrar con la excelencia del arte.
    Mis felicitaciones para la joven Constanza y mis mejores deseos de que continúe cultivando el don de la palabra que crea y transforma realidades.
    Ma. A. Beatriz S. G.

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