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Cuando el agua se va

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Fotografías: Faustina Bartaburu


Es domingo 26 de junio pero las temperaturas parecen de primavera. En Salto, ciudad al noroeste de Uruguay, la humedad puede sentirse en el ambiente.


En algunas casas, en particular, se siente aún más. Las paredes agrietadas, mojadas y los pisos húmedos y embarrados fueron testigos en el último mes de un río violento que entró y se estancó. Y junto a él, trajo bolsas, pañales, árboles, ramas, pedazos de electrodomésticos, comida, basura. Y mucho olor.

Son casas violadas, despintadas, golpeadas, que por las noches no duermen con miedo a que les saqueen lo poco que les queda: puertas y ventanas. Son casas deshabitadas, que pasaron de oír voces a escuchar ruido a agua que en los primeros días gritaba su presencia para después estancarse silenciosa. Agua que ahora decidió marcharse a su lecho para llevarse consigo pertenencias que no le pertenecían. Agua que dejó una marca y mucho trabajo por hacer. Aquí, solo algunas de las más de 1700 historias de salteños que tras 20 días desalojados, volvieron a sus casas con botas de goma para limpiarlas, desinfectarlas y volver a otorgarles el sentido de hogar con el fuerte anhelo de volver pronto.

Enrique vive en una pieza pequeña al fondo de un terreno en el que además hay otras edificaciones. A falta de un techo y de un trabajo fijo, el dueño del terreno le cedió ese lugar para vivir. Su hogar no es más que un par de metros cuadrados en los que más bien imagina divisiones de espacios que ahora están llenos de escombros apoyados sobre una capa de barro húmedo y maloliente. En condiciones normales, el techo se llueve igual. Pero Enrique quiere volver a su casa, donde vive con su hijo. “Él tiene 10 años”, dice con lágrimas en los ojos, hace una pausa breve y continúa: “Y va a la escuela”.

Me lo encontré en un almacén a pocas cuadras del lugar. Estaba comprando un par de tarros pequeños de productos de limpieza y desinfectantes. Lleva botas de goma amarilla y guantes de látex anaranjados. Mientras friega el suelo de piedra me comenta que lo único que quiere es conseguir un lugar en el Plan de viviendas para inundados.

A Judith le faltaron muchas cosas en la vida, pero no voluntad. Cuando su hija más chica cumplió los 18 sintió que era el momento indicado para revelarles su secreto mejor cuidado: Juidth no había ido a la escuela y era casi analfabeta a no ser por lo poco que había aprendido motu proprio a lo largo de su vida. Esa voluntad fue la que la llevó a trabajar duro a lo largo de su vida en la recolección de naranjas mientras que su marido se dedica a hacer ladrillos en horno de barro. Hoy, le duele perder lo que con tanto esfuerzo han conseguido.

Judith está apoyada sobre un alambrado en el fondo de su terreno y dice que lo peor no es la inundación sino el después. De eso nadie se acuerda. Mientras habla, un mosquito se interpone una y otra vez en nuestra conversación. “El momento de la inundación es casi como un juego; todos nos chocamos sacando las cosas de la casa. Pero cuando volvés es cuando te das cuenta de lo que pasó”. En 2015, la angustia de volver tras la creciente le provocó un infarto. Y en marzo, cuando se enteró que el río volvería a meterse en su casa, infartó por segunda vez. Ahora, mientras esperan que la casa se seque y les den la habilitación para regresar, viven en una carpa que instalaron a una cuadra con sus pertenencias amontonadas.

Leandro tiene barro en el rostro. Lleva varios días sacando mugre de su casa y aunque ya se siente el olor a jabón, dice que tiene para varios más. Sonríe mientras cuenta que acaba de sacar un árbol de adentro de su hogar. Su casa es una de las primeras en entrar el agua cerca de la costanera. Afortunadamente, tiene otra vivienda a la que ir cuando llega la creciente. En 2015, perdió varias cosas por dejarlas en un entrepiso al que el agua también llegó, así que esta vez se llevó todo.

Permanece en su casa porque se crió allí y a sus padres les gusta estar cerca del Centro, aunque si fuese por él ya se hubiera ido. Toda la vida fue víctima del avance del río: “Me acuerdo de despertarme en medio del agua cuando era chico”.

Juan y Antonia prefieren que no les saque fotos porque no quieren dar lástima. “En nuestra pareja tenemos la filosofía de no pedir mucha ayuda mientras podamos hacerlo nosotros”, dice Juan mientras limpia. Aprovecharon el fin de semana para ir a desinfectar ya que durante la semana les es imposible por temas laborales.

Antonia dice que de la Intendencia les dieron un kit de limpieza pero que los productos parecían aguados. En la mitad de la altura de la pared interior, la marca de agua puede verse notoriamente. Después de limpiar todo, tienen que volver a pintar. En eso, pueden llegar a gastarse entre 10 mil y 20 mil pesos.

A José en la inundación de 2015 le robaron una puerta y desde entonces prefiere estar cerquita para vigilar su casa. Por eso, esta vez también se instalaron junto a su familia en una carpa cerca de la de Judith. Allí, está junto a sus hijos, su mujer y su suegra. Él cede su lugar en la cama para dejar que su suegra duerma con su mujer. “Si no, se mueren de frío. Por suerte ahora está haciendo calor.”

Su casa también fue hecha a base se mucho sacrificio, con sus propias manos, las mismas que trabajaron por años en la recolección de naranjas. Ahora, mira con ojos tristes mientras repasa con sus manos las grietas que se formaron en la pared a raíz de la creciente. José también espera con ansias a que salga en el Plan de viviendas que planea mover a la gente de los barrios que sufren más las inundaciones.

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5 thoughts on “Cuando el agua se va”

  1. María José Medin says:

    Excelente Faustina! Te felicito. A pesar de lo triste de la situación , un placer leerlo.

  2. Flavia says:

    Brillante relato, que hace palpar muy de cerca una dura realidad!

  3. Anto says:

    Grato saber que hay reportes de esta situación.
    Importa hacer llegar a toda esa gente que compartir su relato no es apelar a la lástima, sino mostrar la realidad de muchos salteños en la actualidad. Promulgado así solidaridad y justicia.
    Todos (sin importar el nivel educativo) merecemos tener los derechos básicos cubiertos.
    En Uruguay somos pocos ciudadanos y tenemos los recursos. Entre todos se puede.

  4. Dominique says:

    Es una triste realidad, pobre gente. Muy buen y realista el relato, volver a limpia eso, no realmente nunca se va la humedad, después tambien las enfermedades!

  5. Manolo says:

    Me parece un interesante pantallazo de la triste situación que se vive entre salteños que sufrieron las innundaciones.

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