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La inquietante amenaza del fracaso

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162H


Una reflexión sobre la génesis, tolerancia y permanencia del fracaso


Cuando ni se planteaba la cuestión del fracaso
En mis primeros años de universitario, a mediados de los 60, no se planteaba la cuestión del fracaso. Llegaban a Buenos Aires los últimos coletazos del existencialismo francés, y aunque no compartiéramos que “la vida es una pasión inútil”, pensábamos que en cierto modo era un fracaso, quizá también para resguardarnos del esfuerzo para eludirlo. Eran los tiempos del teatro del absurdo, de la nueva novela francesa, del desprecio de Hollywood, de los experimentos audiovisuales en el Torcuato di Tella, del cine francés. La alegría la veíamos como una ingenuidad y a quienes se contentaban con la situación vigente los considerábamos “cerditos contentos”. Compadecíamos a los marxistas porque la generosidad de su compromiso no compensaba su falta de lucidez (ahí estaba la primavera de Praga sofocada). Alineados con Cortázar queríamos ser “cronopios”. Abominábamos de “los burgueses” (novela de obligada lectura), aunque vivíamos de nuestros padres. Y nos refugiábamos en una clarividencia por la que nos sentíamos superiores al resto: la coherencia era la angustia, y aunque el humor no podía faltar, era ácido, insolente aunque extremadamente culto, descreído y nihilista.

Aquello era una moda: jugábamos a ser intelectuales. Pero no podía durar mucho. Las ideologías llevaron a la violencia, del otro lado la represión no tardó en responder con el terrorismo de estado, y entonces comenzamos a darnos cuenta de que pensar no era un juego divertido, que no podíamos refugiarnos en una frivolidad inconsciente por muy intelectualizada que fuera: se imponían opciones determinantes, pensando a fondo quiénes queríamos ser, qué teníamos que ser. Y aunque el tiempo malbaratado no fue poco, aquello resultó favorable como ensayo de vida que nos llevó a plantearnos a fondo su sentido más profundo. Fue una búsqueda a través de una ebullición cultural que despertó la conciencia a la gravedad de la tarea de vivir, aunque ahora, vista a la distancia, aquella época no deje de tener el tono desvaído de una foto vieja poco nítida.

Ahora no se tolera el fracaso
Ahora estamos en una situación diferente: todos somos felices, sonrientes, y quien no se sume a esa euforia generalizada es considerado un enfermo. Todos exitosos, luciendo nuestros trofeos, desde el recluso que a través de una foto se convierte en el modelo contratado por prestigiosas firmas de ropa, al indigente adicto que acaba siendo un gran empresario. Un éxito concebido como exhibición en los medios y en las redes, con notoria popularidad (¿cuántos seguidores?), de alguien que conquista con geniales ocurrencias y casi sin esfuerzo grandes sumas de dinero, el otro pilar de la felicidad. Solo se pide perdón cuando se incurre en una actitud o comentario políticamente incorrecto. Todos quedamos perdonados por una indulgencia generalizada y, excepto esos deslices, nadie se arrepiente de nada: “siempre viví a mi manera”. Lo que hayas elegido hoy, si te hace sentir bien, es válido. Quedan solo unas pocas prohibiciones claras: la pedofilia, la corrupción económica y las aberraciones ecológicas. Y en este escenario nadie puede fracasar. Aunque resulten inexplicables los suicidios y el recurso a las drogas: en ninguno de los dos casos se trata de la fuga de una vida que resulta insoportable, eso supondría un fracaso que no puede ser admitido. Al igual que la muerte, el fracaso se esconde: nadie está dispuesto a soportarlo, ni siquiera en el otro.

Pero el fracaso continúa indómito
Sin embargo, y por mucho que nos pese, el fracaso existe, con variadas versiones. Es una realidad humana que puede constatarse a diario si no nos dejamos obnubilar por la ideología exitista. Aunque intente negarse a través de un discurso autocomplaciente con el que se intenta reivindicar cualquier experiencia negativa como un paso del aprendizaje que nos dejará a un nivel superior al que habríamos llegados sin errores. Lo que es verdad, a veces; pero no siempre. Porque en ciertas circunstancias la experiencia llega demasiado tarde: nos falta el tiempo imprescindible para ponerla en práctica.

Entre las múltiples caras que tiene el fracaso podrían identificarse a grandes rasgos tres: uno más general, inherente a la misma tarea de vivir, que es tanto como decir a la ineludible tarea de elegir; otro que viene dado por no haber sabido aprovechar las oportunidades que se nos presentaron en la vida, por falta de decisión en el momento preciso o por malograr esas oportunidades; y en tercer lugar el que podría considerarse más inevitable: aquellas situaciones que no dependen de nosotros y, muy en concreto, aquellas decisiones de otras personas que nos afectan ineludiblemente ante las que no podemos hacer nada, como no sea trabajar una actitud ante las mismas que impida que nos destruyamos.

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One thought on “La inquietante amenaza del fracaso”

  1. María del Mar says:

    Qué reflexión tan pertinente en estos tiempos. Me alegra que podamos mirar temas existenciales a la cara con valentía. Juan José, ¿hay algún libro que trate sobre el fracaso y la felicidad?
    Muchas gracias

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