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La primera elección presidencial de Luis Alberto de Herrera (1922)

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El 26 de noviembre de 1922, hace cien años, el pueblo uruguayo se volcó a las urnas para decidir quién sería el nuevo presidente del país por los siguientes cuatro años. La jornada transcurrió casi sin incidentes, por lo que los contemporáneos apuntaban que la sociedad uruguaya venía realizando un “sorprendente progreso” desde el punto de vista de su educación política.


Luis Alberto de Herrera se presentó como el único candidato a presidente del Partido Nacional, después de vencer a Arturo Lussich en la interna partidaria. Esas elecciones cosecharon su primera derrota electoral, a la que más tarde se sumarían las de 1926, 1930, 1946 y 1950.

En 1922 José Serrato alcanzó la primera magistratura con 94.462 sufragios, a pesar de haber obtenido individualmente menos votos que Herrera, quien acumuló la cifra de 117.901. En aquella época, estaba en vigencia la “ley de lemas”, por medio de la cual los partidos podían registrar varios sublemas, representativos de sus distintas tendencias, en una elección. Esto les permitía sumar sus votos en un lema común. El lema Partido Nacional solo presentó a Herrera, en cambio, los colorados, divididos en varias fracciones, eran conscientes de que los nacionalistas podrían alcanzar el poder que esperaban desde hacía casi sesenta años, si alguna de ellas se independizaba y no acordaba formar parte del lema Partido Colorado. En la suma final, los colorados obtuvieron 5.175 votos más que Herrera.

El día después de los comicios las páginas de los diarios nacionalistas se llenaron de manifestaciones de alegría por la victoria, que poco a poco se fueron convirtiendo en denuncias de fraude electoral perpetradas por el Partido Colorado, tildado de “régimen corrupto y porfirista”, bajo la égida del “monarca” Don José I, en referencia a José Batlle y Ordóñez. El líder nacionalista tomó la decisión de abandonar la presidencia del directorio del partido y viajar a Europa para procesar desde lejos el sabor amargo de la derrota.

A principios de la década del veinte, el Partido Nacional había abandonado la lucha armada, aunque ese pasado no se había olvidado y formaba parte de su identidad, como la figura del caudillo Aparicio Saravia, símbolo de la libertad política. Desde la perspectiva del Partido Nacional, si bien Uruguay estaba avanzando en el camino de la modernidad hacia el progreso, todavía las libertades, como la del sufragio, no estaban completamente garantizadas, por lo que la lucha del pasado por su realización definitiva se mantenía viva por medios más pacíficos. En Europa, Herrera escribió: “¡Arden los corazones en ensueños de libertad que los ojos nunca ven!”. La “herejía” del fraude, en palabras de Herrera, era la culpable de que la patria se privara de la reparación moral y material que el Partido Nacional podría legar al país. En este sentido, los dirigentes nacionalistas no perdían oportunidad para condenar al oficialismo por imposibilitar que Uruguay pudiera estar a la par de las democracias civilizadas, como la Argentina y de otras naciones. Felizmente, desde su mirada, las virtudes de los nacionalistas -tolerancia, honor, respeto, cultura y orden- forjadas en los campos de batalla y en la lucha cívica eran una garantía para alcanzar una “verdadera democracia” o una “democracia superior”.

El lenguaje nacionalista, especialmente el de Herrera y sus propagandistas, estaba cargado de religiosidad, bajo la promesa de la esperanza y la redención de la patria -misión sagrada del Partido Nacional- cada día más cerca a pesar del “adverso destino”. La tradición partidaria estaba compuesta de héroes, mártires y apóstoles que habían entregado su sangre en un “vía crucis” de inauditos dolores y sacrificios.

En octubre, un mes antes de los comicios, Herrera leyó en el Teatro Artigas su programa de gobierno, que definiría las ideas clave del partido durante el resto de la década. Ese día el candidato nacionalista se dirigió a distintas audiencias y en una pieza hilvanó sus promesas electorales. Un punto importante fue su interés de desvincularse de la etiqueta de conservador que pesaba sobre él y su partido, por ello buscó mostrar su sensibilidad social hacia los desamparados, compuestos por un amplio espectro: niños, mujeres, jóvenes, trabajadores y viejos. Desde su perspectiva, su actuación parlamentaria a favor de la reforma social, iniciada desde comienzos de siglo, era prueba de la veracidad de su discurso.

Su interés estuvo en desenterrar la creencia instalada por el batllismo de que ellos eran los dueños del reformismo, y, por el contrario, para Herrera eran productores de odios y de disolución social. Su propuesta programática llevaría a evitar el conflicto entre el capital y el trabajo y solo serían admitidas las “reformas juiciosas”. Sin embargo, el punto más reiterado por Herrera fue, como se ha mencionado, su preocupación por que en Uruguay todavía no se había conquistado definitivamente la libertad política. Así, su promesa de garantizar el juego electoral limpio constituyó el principal eje discursivo de sus intervenciones mediáticas.

Una novedad de la campaña nacionalista fue el “tren relámpago” que con los candidatos y otras personalidades del partido visitó “todos los departamentos, todas sus capitales, todos los pueblos acordonados a los rieles”. Esto posibilitaba a los simpatizantes, definidos como el “pueblo auténtico”, establecer contacto directo con los candidatos, en especial con Luis Alberto de Herrera que disfrutaba en las funciones públicas estableciendo contacto directo con las muchedumbres. Según la prensa nacionalista: “el electorado no se contenta ya, con escuchar a los candidatos a través del telégrafo y del diario; quiere conocerlos personalmente, teniéndolos a su alcance”.

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*Texto de la Dra. Carolina Cerrano (Universidad de Montevideo) y Lic. José Saravia (Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos) producto de esta investigación publicada. https://ojs.rosario-conicet.gov.ar/index.php/prohistoria/article/view/1404/1869

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