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Lo inanimado se deprime

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Fotografía: Delfina Milder


“Su casa es la más deprimente en la que estuve, y no podía dejar de pensar en eso. Todo: la puerta, la mesa, la vista horrible a una fábrica abandonada, la vista al patio abandonado del apartamento del primer piso, la vista desde la otra ventana a la misma fábrica. El baño era antiguo, de esos que tienen la cisterna cerca del techo y hay que tirar de una cadena. Las puertas estaban pintadas de un color crema deprimente. Las sábanas y las frazadas también eran feas. Las mías no son de muy buen gusto, tampoco, pero esas sábanas tenían el mismo tinte que el resto de la casa, y encima en penumbras, porque la ventana no estaba del todo cerrada pero tampoco del todo abierta. Él no se percataba de nada de esto. No pienso verlo más”, dice un cuaderno de hace algunos años.


Existe esa convicción de que no importa donde estés, siempre se puede “hacer algo”. Progresar. Que tu casa, tu ciudad o tu país no son limitantes. Y si no, hay ejemplos de estudiantes que día a día van a caballo a su liceo.

Pareciera que el lugar donde uno vive es un mero adorno, una simple circunstancia. Que una casa no es el lugar donde uno duerme y se despierta todos los días, el lugar adonde siempre llega, y donde tiene los mejores y peores pensamientos que se le pueden ocurrir.

El lugar es lo más importante en la lista de cosas que no deberían importarme tanto. Desde que vivo en Montevideo pasé por tres mudanzas. O tres conflictos. Durante la búsqueda, lo importante suele ser el baño, la cocina y los dormitorios. Pero yo tenía una búsqueda paralela, la que no importa pero sí. Pasé por decenas de apartamentos y me senté en el piso de cada uno de ellos para observarlos y evaluar si se cumplía mi único requisito: que no fuera deprimente.

El primer apartamento en el que viví no lo era, hasta que lo fue. El segundo: lo mismo, a tal punto que tomé la decisión de rescindir el contrato. Dije que era “por humedad”, aunque hubiera escrito “prefiero vivir rodeada de hongos de la humedad antes que sumida en la depresión que irradian las paredes crema de estos metros cuadrados”. El tercero (y actual), no lo sé aún. Teniendo en cuenta las experiencias anteriores, me dediqué a comprar flores y muebles. Y a barrer el piso todos los días (las migas en el piso son una fuente de ira inagotable).

¿Qué hace que un lugar físico se vuelva deprimente? ¿Es el color crema, las manchas de humedad, la ventana que hace que entre la luz que delata el polvo del piso que aunque uno pase escoba y un trapo con Fabuloso, nunca se va a ir?

Sucede y no hay vuelta atrás. El lugar y las cosas que lo habitan no vuelven a ser los mismos, gradualmente o de un día para otro. Uno tampoco. Es hora de irse.

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