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Sobre la belleza

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Fotografía: web del patronato de La Alhambra


Qué cosa rara la belleza. No por su indefinición, su condición subjetiva. Por la capacidad que tiene lo bello para provocar reacciones físicas. Que sientas una bola en el estómago, que el corazón te va a estallar, como dice Don Draper hablando de sus hijos; pero estos no son tus hijos, es algo externo con lo que no tenés más vínculo que el compartir el espacio-tiempo: es algo que está ahí, que ves, oís, leés, absorbés, y que te impacta, no es en el corazón, es más abajo, como por el diafragma, como si estuviera por quebrarse, y quizás de ahí viene eso de que “te deja sin aliento”.


A ver cómo me explica esto la neurociencia que trata de hacernos creer que el amor es una reacción química.

Puedo entender que el cine y la literatura (hasta el periodismo, cuando tiene ganas) te provoquen nervios o te hagan correr electricidad por el cuello: cuentan historias y las historias se valen de -viven en- la emoción y la empatía. La música consigue lo mismo sin estar atada obligatoriamente a contar nada, le basta la emoción y la consigue por vías viscerales que no se explican. La música entra en tu interior.

Puedo entender, incluso, y haciendo un esfuerzo, que la naturaleza te abra la boca e impida cerrarla. Que te sobrecoja, palabra fantástica. Que veas un paisaje bello y no le puedas sacar los ojos de encima. Llamale ver en lo natural el componente divino; que el océano, el bosque con un rumor de río y pajaritos cantando, o un salar brillante por el sol, se parezcan más a la palabra de un dios que cualquier prédica. O llamale entender que el mundo y el universo (vaya si mirar el techo de estrellas no es sobrecogedor) son más que las paredes de tu casa y de tu cabeza, que todo eso es vida y es tiempo, un tiempo incomprensible para nosotros pendientes del reloj porque el ómnibus no pasa o la hora de salir del trabajo no llega más.

Una pintura puede abrirte un mundo nuevo, una foto puede probar eso de que vale más que mil palabras, un plano cinematográfico puede maravillarte. Hasta ahí, más o menos, entiendo. Lo que me disparó este texto es la arquitectura.

¿Por qué una pared, un arco, una torre, pueden alcanzar la belleza, la Belleza?

Me pregunto si está asociado a lo comercial. A la fama. Si ocurre con la arquitectura algo similar a lo que me pasa mí cuando veo alguna pintura famosa que no me gusta: un Picasso, por ejemplo. Me parece feo y no me transmite ni una emoción, pero, qué sé yo, es Picasso. Estoy ante una celebridad.

Pienso eso y lo descarto. El Empire State es uno de los edificios más famosos del mundo, pero no es bello. No sobrecoge. Bello es el Chrysler.

Una primera explicación que se me ocurre es que la arquitectura bella va más allá de lo utilitario. No solo sirve, por eso el Chrysler. Sin embargo, podríamos decir que la torre finita de Viñoly en Manhattan, en Park Avenue, no es solo utilitaria: no se precisaba que fuera tan alta ni tan angosta. Lo es para esquivar la normativa neoyorquina sobre límites en altura. Además tampoco es funcional, si nos atenemos a lo que denuncian sus habitantes (el magnate saudí que compró el penthouse en el piso 96 está haciendo un juicio por casi 200 millones de dólares). Y a pesar de no ser utilitario, el 432 Park Avenue es un horror, un Jenga a punto de desmoronarse.

¿Cómo puede ser que haya arquitectura que se te meta adentro como la música, te emocione como las historias, te conecte con lo divino, con algo más que vos, te maraville?

Me pasó al entrar a la Sagrada Familia en Barcelona (¡la luz, los colores, la originalidad!); me pasa cada vez que camino por Sarandí con la Puerta de la Ciudadela atrás, la librería a un lado, el Solís al otro, la plaza Matriz adivinándose allá adelante; me pasó al alzar la vista en los Palacios Nazaríes de La Alhambra en Granada y encontrarme con una especie de estalactitas talladas con un cuidado insólito hace 700 años.

¿Quizás es lo viejo, construido para encantar a los reyes, versus lo nuevo, que solo quiere ser funcional y no tiene tiempo para pensar 700 años para adelante? ¿Quizás es cuando las personas se apropian de la vida urbana y se la arrancan a los neumáticos y los caños de escape?

El techo de los Palacios Nazaríes me hizo pensar en qué dirían esos arquitectos, constructores, artesanos, si supieran que hoy personas sin ningún tipo de conocimiento de cómo construir eso, o de construir nada, se quedan admirados, aun ya (casi) sin reyes a los que encantar.

Qué cosa rara la Belleza. Cuánto poder en una pared, en un arco, en un techo imbuido de alma, para desengancharte del minuto a minuto, para permitirte comprender la inmensidad sin tener que verla. Qué necesaria la belleza para ver más allá. Y qué necesario ver más allá para tener humanidad. Para no solo funcionar.

 

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