Fotografía: Ben Norman

Dios no muere porque el hombre lo ha matado, muere porque lo ha creado. Un sinfín de pensamientos en ebullición, un sinfín de pasos andados, un sinfín de melodías sin terminar. La velocidad de cada pasajero al pasar deja una historia inconclusa. El lector se arrepiente de haber empezado una historia que jamás podrá terminar. No enloquezca. Enloquezcamos juntos, no todos tienen ese privilegio hoy en día. Tenga el placer de conocer el desarrollo de la mente uruguaya en el metro de la ciudad de Nueva York.

Jabón en polvo, alcohol violeta, esponja de cocina, pan rallado y yogur para Martín. Tengo la camisa manchada con pasta de dientes, qué burro. Señora, córrase que no paso. No llego al laburo y mi jefa me mata. No me puedo olvidar del yogur para Martín. Y el camino enrojeció, y el naranja dio el calor, y los bosques fueron miel, así endulzó su lengua. Me voy a tener que anotar lo del yogur de Martín, evidente que me olvido. Esta señora me está volviendo loco, tres horas pa todo. Ta, me tapo con el saco y nadie se da cuenta de que se manchó.

Qué calor que hace acá adentro, por favor. Este flaco no se corre, me va a apretar la puerta. No hay oxígeno, te juro. Me llego a caer porque este no se corre y me lo llevo conmigo pa bajo. Todo esto para ir a visitar a Mateo, más le vale que me esté esperando con el anillo. Qué pasa luego de amar, tus lágrimas secarán, esas huellas. Debe ser mentira la teoría de Darwin, pa mí que vamos todos patrás, no se mueve el flaco. Me suda la frente, buenísimo. Bien, se corrió.

Y el latido suena en él, y la vista de aquel campo era toda la esencia, las lágrimas secarán,  el alma de tus penas, y el camino enrojeció. El naranja dio el calor, y los bosques fueron miel, así endulzó la lengua. Cómo me gusta ese tema, carajo. Listo, ya lo anoté: el yogur de Martín.