El Campo Tech
La gente viaja, todo el tiempo lo hace. Hay quienes viajan para ir al trabajo, otros por obligación y otros por puro placer. Lo cierto es que cada viaje es toda una experiencia, aunque hay algunos que gozan de mayor impacto.
Este fue un viaje sencillo hacia el interior del país. Un viaje que en una trayectoria normal debería durar 3 horas, pero que en ómnibus de línea demoró 2 horas más del tiempo estimado. Llegar a Dolores no fue muy distinto de llegar a cualquier ciudad del interior. La ruta parecía nunca acabar. A la derecha campo, a la izquierda más campo, la imagen típica de la tranquilidad rural, pero por típica no menos sorprendente.
Cuando pensamos en el campo sin querer solemos caer en el cliché de que es aburrido, que queda lejos de todo, que las personas se trasladan a caballo y que la conexión a internet es tan mala que, para poder enviar un mensaje, es necesario estirar el brazo todo lo que nuestro cuerpo nos permita y así lograr atrapar una pizca de señal dispersa en el aire. Pero no señores, esto no es Uruguay.
El día ameritaba para tomar un jugo y estar bajo la sombra de un árbol, pero en días de cosecha el campo no descansa. Las jornadas de trabajo son de sol a sol, pero las condiciones laborales ya no son las mismas que antes. Así que, con unos calurosos 30 grados, comenzó un camino de recorridas que deja entrever la nueva realidad de la agricultura uruguaya, que, por cierto, está muy alejada de lo que mucho de nosotros pensábamos.
Luego de recorrer largas extensiones de tierra y conocer los plantíos que se realizan en Dolores, llegó el turno de vivir la realidad de la cosecha más de cerca. Fue así como en medio de un campo repleto de colza, más conocida como canola, apareció una cosechadora con un ancho aproximado de 30 pies. Lejos de parecer una maquina amigable, aquella herramienta parecía un gigante dispuesto a tragarse todo lo que se cruzara en su camino.
Mientras subía las escaleras que conducen a la cabina del chofer, solo podía pensar en lo horrible que es trabajar con altas temperaturas en el medio del campo, pero cuando Zelmar abrió la puerta de la cabina no se lo veía agotado ni mucho menos.
Aire acondicionado, asientos cómodos, un volante y 3 pantallas, este era el espacio de trabajo de Zelmar. Mientras me contaba sobre sus hijos y su tarea diaria, las alarmas comenzaron a sonar. En cuestión de segundos y tras apretar dos botones todo volvió a su normalidad. “Esto no tiene mucha ciencia -dijo Zelmar-, lo que hay que entender es qué quiere decir cada número y alarma que aparece en la pantalla, lo demás se hace solo”.
Hasta el momento me parecía casi imposible pensar que la tecnología y el campo podían estar tan vinculados, pero sí señores, esto es Uruguay. Y este montón de pantallas no son la única tecnología aplicada en la agricultura, también existen otras herramientas que gracias a la tecnología hacen que los campos logren ser más productivos.
Una de estas herramientas es una aplicación que utilizan un grupo de técnicos que, a partir de imágenes satelitales, generan un mapa que identifica las zonas del suelo que necesitan más fertilizantes de aquellas que no lo necesitan. Luego de este paso, se programa con los mapas una fertilizadora variable que depositará más nutrientes en aquellas áreas del campo que más lo requieran. ¡Ah! Casi me olvido, todo este proceso es supervisado desde un smartphone o una computadora.
Y como la tecnología es capaz de traspasar casi cualquier frontera, Zelmar me explicó que hace ya varios años Uruguay cuenta con un sistema de trazabilidad de semilla donde los inversionistas y compradores pueden ver qué ocurrió con la semilla desde que fue sembrada en el campo hasta que llegó a sus manos. Es algo así como nuestra historia clínica pero aplicado a los granos.
Al bajar de la cosechadora comprendí que esa visión que muchas veces tenemos del campo es errónea y lejos de ser un espacio en donde el tiempo parece haber quedado estancado, el campo no ha dejado de evolucionar.
La tecnología no solo nos permite conectarnos con el mundo, sino que, nos permite crear puentes entre dos mundos que parecen paralelos como lo son el campo y la ciudad, ya que, así como un contador pasa horas detrás de una pantalla haciendo cálculos, un ingeniero agrónomo o un maquinista, pasan horas detrás de distintas pantallas que les permiten hacer más eficaz su trabajo.
Sí señores, esto es Uruguay y aún queda un largo camino por recorrer, pero lo cierto es que, en este viaje, pude comprender que, así como en las grandes metrópolis se apuesta a la tecnología e innovación, el campo también lo hace.