El desafío de la enseñanza universitaria
“Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”, Lectio Inauguralis 2019 de la Universidad de Montevideo, pronunciada por el profesor Doctor Francisco O’Reilly
Cuenta Kierkegaard que en un teatro estaba por comenzar una obra, el payaso se encontraba preparándose para salir, maquillado, y con todo su atuendo. De repente comenzó un incendio en la parte trasera. El payaso salió a escena aparatosamente por los nervios gritando “fuego, fuego”, y la gente comenzó a reír, a mayor intensidad que le daba su advertencia, mayor era la risa de la gente. Todos murieron mientras lloraban de risa.
El payaso representa las preguntas profundas sobre la vida. Las cuales nos resultan graciosas, porque no logramos verle el sentido. Sobre todo porque muchas de esas preguntas las encontramos infantiles. El discurso filosófico se entiende hoy como un payaso tratando de decir algo serio. Es algo inútil, nadie puede superar la risa de su maquillaje, es inútil persistir en repetir lo que se advierte como algo serio, porque ya no somos capaces de percibir no solo su utilidad, sino tampoco se percibe su sentido. El relato de Kierkegaard es crudo, y muy duro. Sin embargo, es muy cierto. Tan actual que el término filosofar en su primera acepción del diccionario de Oxford dice: “especular o teorizar sobre alguna cuestión fundamental o temas serios de manera tediosa y pomposa”.
Una razón por la que las preguntas filosóficas han perdido sentido es que sin saberlo los filósofos nos hemos ido pintando entre nosotros un maquillaje y hace imposible el que se nos reconozca como dignos de confianza. La otra es la ausencia del discurso filosófico claro en la esfera pública que hace que las personas no tengan capacidad de distinguir lo que tiene sentido de lo que no tiene sentido en el discurso filosófico. Por eso, la crisis de la filosofía la han generado los mismos filósofos, y necesitamos que sea desde dentro que salga la solución. Si deseamos volver a escena necesitamos quitarnos el maquillaje, por más urgente que sea el discurso.
La intención de parte de este discurso será mostrar lo que hay detrás del maquillaje. ¿Qué problema plantea esta cuestión? En realidad son dos problemas, 1) ¿qué es la filosofía?, y 2) muy distinto, la utilidad de los filósofos. Sobre esta última cuestión, creo que hace tiempo Ortega y Gasset dio en el clavo: la utilidad de los filósofos está en la capacidad de hacer claros los problemas, en captar la naturaleza de las cosas y mostrarla.
¿Qué es una pregunta filosófica?
Cuentan que cuando fue presentada la primera gramática del castellano a la Reina Isabel la Católica, su reacción fue preguntar: ¿para qué sirve una gramática castellana si la hemos hablado toda la vida? Es decir, para que sirve leer un libro que dice cosas que ya sabemos. Es cierto que uno al leer una gramática no encuentra nada nuevo en el uso de la lengua que conoce bien. Uno sabe todo lo que allí se dice –con suerte-. Pero también es cierto que uno tiene un cierto no saber de lo que sabe, uno descubre que por más que lo sepa, las reglas que sigue le están ocultas. Pero ¿para que saber las leyes que estoy siguiendo? En ese sentido, la filosofía está permanentemente enfrentándose a lo obvio de sus preguntas y a lo difícil de sus respuestas.
“Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”, dice un personaje de Terencio. Lo que implica esta expresión es que como humanos tenemos la capacidad de comprender al otro, de entender los sentimientos, deseos o intereses de mi prójimo. Nada de lo humano me es ajeno. Pero ¿es suficiente con ser humano para saber qué siente el otro? ¿Lo sabemos tan solo por ser humano?
¿Tiene esto algo que ver con la enseñanza Universitaria? Absolutamente. La Universidad forma profesionalmente, pero esencialmente la universidad forma personas, las cuales deben ser capaces de adquirir una independencia de espíritu clara. Eso implica la capacidad de “conocerse a sí mismos”. Un alumno que en ningún momento pudo reflexionar se encuentra encerrado, incapaz de tomar decisiones sobre su vida, sino solo sobre su “productividad”, y como atestiguan algunos efectos de la realidad millenial, la productividad profesional ha desaparecido entre aquellas cosas que producen felicidad. De hecho, casi siempre es observado como aquello que estorba en la búsqueda de la felicidad.
No solo como universidad, sino como Universidad de inspiración cristiana, tenemos el desafío de lograr que nuestros alumnos adquieran la capacidad de asumir su propia humanidad, su destino como seres humanos. El mayor desafío que tiene la universidad es lograr superar la idea de los fines inmediatos, y percibir aquellos que son denominados los “fines últimos” del hombre. Es decir, que el alumno pueda ver realmente el problema de lo humano. Lo que estoy diciendo es que uno de los desafíos principales de la universidad, es que el estudiante alcance a comprender las preguntas sobre la vida.
¿Podemos afirmar hoy, sin cierta temeridad, la tesis “somos humanos”? ¿Qué implica para el ciudadano medio la idea de humanidad? Reflexionar sobre la propia humanidad, no solo es necesario, sino que es crucial para poder tener una buena vida. La universidad no puede abandonar la responsabilidad de formar jóvenes fuertes, jóvenes con ideas claras sobre su identidad como humanos. Nadie puede decirle al otro que lo comprende, que se com-padece, si no sabe siquiera lo que él mismo es y lo que siente.
El gran problema de la vida práctica no es tanto qué es lo que buscamos, sino cómo lo alcanzamos. Y en ese sentido, cada vez más se ve con sospecha la necesidad de poder alcanzar ese tipo de objetivos por la enseñanza de la filosofía. Pero el desafío no es poner cursos de filosofía porque sí, ni tampoco aglutinar lecturas, como si la enseñanza de la filosofía –al igual que cualquier enseñanza- sirva meramente por su presencia. La enseñanza exhortativa solo enseña a guardar conocimientos en una caja de herramientas, y sacarlos cuando los voy a usar. Pero si me enfrento a una realidad distinta, esa pragmaticidad me deja en silencio.
La filosofía, y todo aprendizaje, tiene por desafío insertar las preguntas –no las dudas- en el espíritu del alumno. No sirve de nada la enseñanza exhortativa, nadie quiere aprender lo que no le interesa, y el interés por algo surge por la conciencia de la propia ignorancia. Esto es lo que denominan hoy “aprendizaje significativo”, pero que enseñó Sócrates hace ya más de 2500 años. Enseñar significativamente no es fácil, no es divertido, sino que es arduo, es enfrentarse a la refutación, pero a cambio gano la atención, se me hace necesario buscar eso que se me presenta difícil. La enseñanza significativa implica que yo vivo la pregunta, la desarmo, y si en un futuro el conocimiento que adquirí no sirve, tengo la capacidad de formar nuevo conocimiento. Porque sé cómo llegué allí.
Es por eso que hace falta una filosofía sobre lo real, que nos hable no desde una supuesta erudición, sino que esté ordenada a la realidad, y eso implica que la filosofía recupere cierta claridad.
¿Qué es la filosofía? ¿Qué nos aporta?
La filosofía genuina es algo espontáneo, surge con cierta naturalidad. Pero, sin embargo, hay algo que nos hace huir corriendo de ello, hay un miedo a sus preguntas quizás porque muchas veces nos hacen sentir vergüenza. Identificamos sus preguntas como absurdas. Pensemos por ejemplo en las 3 preguntas que hay detrás de las materias filosóficas que tenemos aquí en la UM, y que están formuladas por Kant de esta manera:
-¿Qué es el hombre? Es decir, quién soy yo (Antropología filosófica);
-¿Qué debo hacer? (Ética);
-¿Qué puedo esperar? (Teología).
¿Hay algo que pueda decir la filosofía al respecto? ¿Acaso los filósofos no vienen hablando de ello desde siempre, y no han resuelto el problema? Alguno podría pensar -como lo ha dicho Hawking – que la filosofía ha muerto y es la ciencia la que ha dado respuesta a estas preguntas:
-¿Qué es el hombre? ya tenemos la biología;
-¿Qué debo hacer? la psicología conductual;
-¿Qué debo esperar? En principio, nada. La astronomía contemporánea ya ha descubierto que no hay futuro, que todo se acabará.
Todas estas respuestas las hemos podido leer y vivir a lo largo del predominio del pensamiento positivista que dominó el siglo XX, donde todo lo que se puede decir del mundo con verdad es aquello que es comprobable por experimentación y por supuesto medible. Es obvio que ninguna de esas preguntas encuentran su razón última de respuesta en esos campos, pero sí son campos que han ampliado nuestro conocimiento y reflexión sobre los temas. La Filosofía ha recuperado su vínculo con las neurociencias y la biología en su reflexión sobre lo humano, la Ética participa de debates con economistas, psicólogos y la Teología se ha visto enriquecida en su reflexión por la información de la biología y la cosmología. Sin embargo, no han podido nunca –como ha pretendido Hawkins- declarar la muerte de la filosofía.
La pregunta que me gustaría que piensen, es una con la que, al menos entre mi grupo de amigos me recuerdan que soy un payaso: ¿por qué el ser y no más bien la nada?
Es una de las preguntas más ocultas, y por eso esta es la pregunta radical, es decir que va a la raíz (radix) del tema. También se suele decir en filosofía que esta pregunta responde a lo primero y último. Pero ¿qué quiere decir? Quiere decir que es la pregunta que está en el comienzo de cualquier itinerario de comprensión de la realidad, pero es la última que aparece como respuesta en el cuestionario, porque demoramos en encontrarla. Intentaré quitarle un poco el maquillaje a esta pregunta, y mostrarla desde otro lugar y poner de manifiesto que es una pregunta genuina y no tediosa y rebuscada.
Seguramente nunca se hicieron ustedes solos esa pregunta. Pero sí tendrán una experiencia semejante no muy lejana. A sus 5 años (o a los 5 años de alguno de sus hijos) vemos una foto de nuestros padres unos 6-10 años antes, y preguntamos, ¿dónde estaba yo? …. Tras un silencio incómodo, algunos, presurosos formulan la tesis “en la mente de Dios”, otros, ejerciendo cierta violencia ontológica “no existías, no estabas”. Lo cierto es que deseamos huir de esa pregunta, nos resulta incómoda. No sabemos vivir con ella. ¿Por qué? Eso puede producir cierto impacto. En lo personal aún recuerdo la pregunta sobre la propia existencia y recuerdo el escalofrío que me corría cada vez que lograba comprenderla en su profundidad.
Con esa pregunta hay una respuesta que muestra la radical debilidad del ser humano. Objetivamente dos años antes de nuestro nacimiento, no existíamos, más fuerte aún, no había ninguna necesidad por la cual podríamos decir que seguro íbamos a existir. Y es por eso que formular la pregunta implica comenzar a entender de alguna manera la respuesta. Así, el saberse no siempre existente, implica encontrar el sentido de la pregunta: ¿por qué el ser? Pero también, asumida esa pregunta desde la perspectiva subjetiva te hace enfrentar a la reformulación de la pregunta ¿por qué yo (ponga aquí su nombre) existo? Obviamente podemos responder desde una retórica historicista, llegué aquí por mis padres, etc. Pero ¿es eso lo que me estoy preguntando? No. Entendemos todos que esa es una manera incorrecta de responder el verdadero sentido de la pregunta. La pregunta última a ese dilema es ¿por qué el ser y no más bien la nada? Más allá de cómo seguimos la respuesta, lo que tenemos en realidad es la evidencia de nuestra contingencia. Nuestro ser no tiene explicación por sí, no hay nada en el pasado ni en el futuro que explique ¿por qué somos?, y esa pregunta se vuelve así, radical.
Esto no solo nos abre a la ontología, también tiene consecuencias en nuestra concepción del hombre. Reconocer que podríamos no haber existido es sabernos vulnerables, es conocer que todo lo que somos es porque alguien estuvo a nuestro lado en algún momento, y si bien ahora alcanzamos cierta independencia, la deuda con el pasado es imposible de devolver. El saber que todos esos elementos son los que hacen que seamos hombres es lo que nos hace conscientes de nuestros límites, pero también de nuestras potencialidades. ¿Cómo saber qué somos capaces de hacer si no sabemos quiénes somos? ¿Cómo saber qué es lo que debemos hacer si no sabemos qué es lo que hay que hacer?
Las tres preguntas de Kant mencionadas anteriormente tienen mucho sentido, y engloban en parte el mandato tradicional de la filosofía: “Conócete a ti mismo” y “vive rectamente”. Pero cómo entender todo esto si no sabemos hacernos realmente las preguntas. Si la manera de comprender la información es para resolver problemas, para encontrar una acción inmediata o un resultado, terminamos reduciendo el aprendizaje a fórmulas. Olvidaremos con facilidad asumir nuestra propia humanidad y no servirá de mucho decir, “soy hombre, y nada de lo humano me es ajeno”, si no sé bien qué quiere decir ser hombre. Alguien podría decir –y son muchos-: “Justamente, como soy hombre, sé que es mejor vivir con un gato”. Es que si lo humano no se entiende como algo con lo cual me identifico y con lo cual deseo vivir, la afirmación de Terencio carece de sentido.
Hoy vivimos en una modalidad de vida que nos tiene completamente apresados, el pensamiento o si prefieren la reflexión, en muchos casos se busca convertir en fórmulas. Y entonces, se vuelve absurdo todo tipo de ejercicio, y ahí está el desafío más importante de la formación filosófica, y también de cualquier educación real y seria. El aprendizaje exige alguien que sabe hacia dónde ir, y alguien con ganas de viajar. Pero, así como el personal trainner no puede hacer el ejercicio por mí, el profesor no puede hacer el ejercicio, la lectura, el proceso mental, el esfuerzo, el asombro, el tedio, el descubrimiento por mí. El aprendizaje es un ejercicio, o una gimnasia. El aprender es un hábito, es algo que se adquiere con la práctica -y se pierde por el abandono-, uno nunca deja de aprender, uno no deja nunca de pensar, uno no puede abandonar la práctica, porque la práctica no solo hace al maestro, sino que lo conserva.
Por ello, hago mías estas palabras de R. M. Rilke para nuestros alumnos y profesores: “Ten paciencia en todo lo que aún no has encontrado solución en tu corazón [… ]. No busques respuestas que no se pueden dar porque de ser así no podrás vivirlas. Se trata de vivirlo todo. Viví ahora las preguntas. Quizás, algún día lejano, conseguirás poco a poco, sin notarlo, vivir la respuesta”.
Excelente Francisco!