El parlamentario que fiscaliza las cárceles
El comisionado penitenciario, Juan Miguel Petit, recorre un centro de reclusión cada cuatro días; muchos presos lo consideran “la única esperanza” dentro del sistema
-Tía, tía, vinieron del Parlamento a verme.
El joven estaba preso en el Penal de Libertad. Había llegado ahí tras dos rapiñas que cometió días después de que su padre matara a su madre y se suicidara. Robó a un par de vecinos, se quedó con la plata y les devolvió las billeteras. Como los amenazó con un cuchillo, la condena fue de cinco años de cárcel.
Primario, y a poco de haber cumplido los 19 años, fue a parar a uno de los peores agujeros del sistema penitenciario.
Su tía, desesperada por lo que le hacían a su sobrino en prisión, llegó al edificio anexo del Palacio Legislativo a pedir ayuda. Allí la recibió el comisionado parlamentario penitenciario, Juan Miguel Petit (65), quien le prometió que intentaría hacer algo por el muchacho. A los pocos días fue a visitarlo y logró que lo cambiaran de centro.
Entonces el joven llamó a su tía para contarle, todavía sin poder creerlo, que un grupo de “hombres de saco y corbata” había ido a visitarlo.
Esta anécdota es una de las tantas que acumula Petit desde que asumió como comisionado parlamentario penitenciario, en 2015. Su rol es ser los ojos y los oídos del Poder Legislativo en las cárceles, para luego asesorar a los diputados y senadores en materia carcelaria.
Pero no solo trata con los legisladores. En estos años, su número de teléfono también se volvió moneda corriente entre los presos y sus familiares, quienes acuden a él como si fuera “la única esperanza” dentro del sistema.
Así lo define, por ejemplo, Federico Martínez, que estuvo recluido durante 10 años. El rapero, más conocido como Kungfu OmBijam, recuperó la libertad en 2020 y todavía mantiene el vínculo con el comisionado. “Hay mucha necesidad ahí adentro, mucha negligencia, entonces él viene como un salvavidas del Estado. Todo recae sobre él porque el sistema es una porquería”, opina.
Por la puerta giratoria
Abogado de profesión, Petit siempre supo que no iba a ejercer el Derecho. Estudió esa carrera porque no tenía matemática y porque era la que más se acercaba a sus verdaderos intereses: las políticas públicas y los temas sociales.
Creció en un colegio jesuita y asistió a un oratorio salesiano. Cuando estaba en segundo de liceo llegó el golpe de Estado y su juventud la transitó en dictadura. Como recordó Petit en el libro La muy fiel y reconquistadora, de Leonardo Haberkorn, esos años fueron para él “de un clima de miedo”.
Vivió de cerca el retorno a la democracia. Como periodista, en los semanarios Opinar y Jaque, donde investigó la muerte por torturas, en una unidad militar, del médico Vladimir Roslik. También militó en el sector Corriente Batllista de Izquierda (CBI), del Partido Colorado. Allí integró una lista en las elecciones de 1984 y por pocos votos no salió diputado, pero fue nombrado director en el Consejo del Niño.
Adela Reta había sido designada para presidirlo y llamó a Petit para que formara parte de su equipo. Muchos años después, recuerda que ella le dijo: “Juan Miguel, volvió la democracia, hay que sostenerla. ¿Vas a seguir escribiendo de estos temas sociales o te vas a meter para ayudar en algo?”.
Así fue que dejó el periodismo por más de una década, hasta que en 1996 se incorporó como redactor responsable a la revista Tres. Haberkorn, que también trabajó en esa publicación, dice que entonces empezaron unos años “muy intensos”.
“La revista era muy ambiciosa y se nos exigía mucho. Estábamos encerrados todo el día, era una locura, nos alienamos. Juan Miguel siempre estaba en la nota de él, en buscar material. Siempre trabajaba en temas sociales. Tiene una gran preocupación por los pobres, por los desplazados, por los marginados”, afirma.
Tres se perfilaba como un gran multimedio, pero semejante apuesta no logró mantenerse. En 2001, meses antes de que golpeara la crisis, la revista se fundió y Petit se quedó sin trabajo. Entonces fue al diario El País a escribir un suplemento para la tercera edad.
Al poco tiempo accedió al puesto de gerente técnico en el Centro Nacional de Rehabilitación y fue nombrado relator especial de Derechos Humanos en Naciones Unidas. Así volvió a meterse por esa puerta giratoria que lo ha tenido en ambos lados del mostrador.
Sobre este último punto, Petit admite: “Entiendo que resulte inimaginable que un periodista asuma un cargo de confianza, más a nivel político. Es verdad que puede ser complicado, pero también creo que puede ser sano. Ayuda mucho al periodista ver que del otro lado las cosas son mucho más complejas, más difíciles de cambiar, más lentas. Del lado del periodista todo es más nítido, más claro”.
Unanimidad en el Parlamento
Álvaro Garcé renunció a su cargo como comisionado parlamentario penitenciario en 2014, para hacer campaña por el entonces candidato Luis Lacalle Pou. Unos 20 nombres comenzaron a sonar para sucederlo y en el Poder Legislativo había una única certeza: querían que fuera designado por unanimidad, como había ocurrido hasta entonces.
Los jefes del comisionado son todos los legisladores; ellos lo eligen y a ellos les reporta. Por eso es importante que articule con todos los partidos, sin descuidar ni disfrazar el estado del sistema.
Antes de seleccionar a su nuevo representante, la Asamblea General armó una comisión especial para que entrevistara a todos los aspirantes. Varios meses después, la recomendación de ese grupo de legisladores fue que se votara a Petit.
Su principal impronta es la presencia permanente en las cárceles. Denisse Legrand, coordinadora del programa socioeducativo Nada Crece a la Sombra, lo reafirma: “Este último año hubo 689 visitas de su equipo y él estuvo en 80 de ellas; es una cada cuatro días. A mí me cuesta pensar que es el Parlamento y no Juan Miguel Petit, porque hay gente que ni cerca pisa el territorio. Si él quisiera hacer la plancha, podría”.
Legrand cuenta que el comisionado “no va de careta” en sus recorridas: “Estos son lugares en los que más de una vez te ensuciás, te cagás la ropa y él lo hace. Está en la vuelta y la gente lo recibe; no es de esos que anda con cuatro policías alrededor y no entra a determinado lugar porque está inundado o prendido fuego”.
En el período pasado, durante la gestión del ministro Eduardo Bonomi, Petit usó su carta más potente: presentó un habeas corpus para que se cerraran dos sectores del módulo 8 del Comcar. Argumentó que allí había “condiciones de hacinamiento, falta de horas de recreación y de actividades laborales, e insuficiencias en el suministro de alimento, agua y luz eléctrica”. La Justicia le dio la razón y 140 presos fueron trasladados.
Charles Carrera, actual senador del Frente Amplio y entonces director del Ministerio del Interior, recuerda: “Tuvimos que ponernos a trabajar para cumplir con ese recurso. Yo soy de la teoría de que es muy importante que haya miradas externas de la gestión. Algunas veces discutíamos, pero en el buen sentido de la palabra, y ese es su rol: tenía que controlarnos”.
Sin embargo, ahora le recrimina a Petit que durante este gobierno “perdió la fuerza”. Dice que está “medio enojado” con él porque ya no denuncia con el mismo énfasis que antes: “Esa es mi decepción”.
En su último informe, el comisionado relató que en 2021 hubo 86 muertes bajo custodia. “Se trata de la mayor cifra ocurrida en un año en Uruguay, superando ampliamente al mayor registro anterior, que fue en 2010, con 53 muertes”, agregó en el texto. Ese año había casi 9.000 personas privadas de libertad. Hoy son más de 14.000.
Santiago González, director de Convivencia Ciudadana del Ministerio del Interior, señala que recibió el documento “con total naturalidad”, porque esperaba esos datos. “Él me reconoce avances importantes, pero también sabe la realidad que tenemos, el presupuesto que tenemos. Claro que hay diferencias entre nosotros, pero no son acérrimas. Yo respeto el trabajo de él y defiendo el trabajo nuestro”, indica.
Petit sabe que lo tildan de “blandito”. Dice que ya se lo dijeron antes, en la administración pasada, y es consciente de que también lo llaman así ahora. “A veces soy más blando de lo que debería ser, pero no creo que haya habido un cambio de actitud en mi caso. Me pasa de toda la vida y en todos los ámbitos, porque uno no se pone un traje y dice: ‘A partir de ahora, prendo el botón de la dureza’”.
El momento decisivo
Desde la oficina de Petit se ve un perrito que se asoma por un balcón. Apasionado por las fotos, el comisionado se abstrajo de varias reuniones para retratarlo, para “capturar ese momento decisivo, de una intensidad impresionante”.
La fotografía es su gran escape. De hecho, como en 2025 ya no puede ser reelecto, piensa dedicarle más tiempo. La describe así: “Es una magia y no tenés que estar en París para encontrar algo mágico. Podés estar en la esquina de tu casa, por la que pasás 500 veces, y se produce algo, una constelación única de sucesos”.
En estos años acumuló decenas de miles de fotos de las cárceles. Tiene de heridos, de pabellones destruidos, de recovecos mugrientos. Jamás mostró ninguna de ellas, aunque estas escenas le han llegado a causar pesadillas.
Su tarea como comisionado no se separa de su vida personal. Le pasó de estar en su casa, con su esposa y sus hijas, y que lo llamara un preso para avisarle que otro estaba con convulsiones en la celda de enfrente. Aunque gritaba, nadie lo oía.
Otra vez lo contactaron para decirle que a un recluso lo estaban violando en ese mismo instante. En ambos casos, se comunicó enseguida con funcionarios que los rescataron.
“Creo que hay anécdotas que resumen el sentido de todo esto: hasta en el último andurrial de nuestra tierra -dice Petit-, el Parlamento siempre encuentra un camino para hacerse presente”.
Porque en las cárceles, al igual que en la fotografía, a veces se da una “constelación única de sucesos”. De esas que hasta pueden salvar vidas.