La complejidad del campo
Análisis, opinión, conceptos, imágenes e historias sobre la actividad agropecuaria nacional
Antes de intentar responder a la pregunta de por qué es tan complejo el campo, comenzaré por relatar cómo llegué hasta donde estoy ahora. Hace unos meses me encontraba en un salón de clases cursando el tercer año de la carrera de Comunicación, luego de dejar mi ciudad natal -Paysandú- para venirme a estudiar a la capital. La clase se detuvo cuando ingresaron al salón para dar el siguiente comunicado: La Facultad de Comunicación de la UM (FCOM) ganó un concurso nacional convocado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Uruguay y el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) para trabajar en la línea estratégica de Conciencia Agropecuaria desde una perspectiva educativa. Victoria Gómez, directora del programa, y Carolina Garzón, su coordinadora, continuaron explicando los detalles de la iniciativa titulada “Comunicar el campo: conexiones entre jóvenes para ampliar la conciencia agropecuaria”. Aunque el campo genera en mí un interés natural, mis ojos brillaron cuando mencionaron la posibilidad de trasladar los conocimientos adquiridos en el programa a diferentes liceos, incluidos algunos del interior. Tenía la oportunidad de replicar ese privilegio de estudiar una carrera y volver a mi ciudad con algo que ofrecer, de aportar mi granito de arena. Así comenzó todo.
Un sector diverso
A lo largo de la capacitación y de la inmersión en el agro, recibimos a representantes del MGAP, de la FAO, del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) y tuvimos la oportunidad de visitar diferentes establecimientos del interior tanto del INIA como de productores de la región. Lo primero que detecté fue la complejidad que hay detrás de todo el sector agropecuario.
El sector agroindustrial explica gran parte del desenvolvimiento de la economía de nuestro país y potencia su desarrollo ya que tiene la mayor capacidad multiplicadora hacia otros sectores de la economía. Además, la economía agrícola del país representa en promedio el 8% del PIB nacional, el 14% del empleo nacional, y un 78% de los ingresos por exportación. En los últimos diez años, el número de personas alimentadas por las exportaciones uruguayas aumentó 3 veces, de 9 millones en el año 2005 a 28 millones en el año 2014. La producción del campo agrega un importante valor a la economía de nuestro país porque requiere de una larga cadena de suministros, industrialización y servicios para poder desarrollarse. En cuanto al empleo que proporciona, según un indicador de la Oficina de Programación y Política Agropecuaria (OPYPA) del año 2013, las cadenas agroindustriales general al menos 245 mil puestos de trabajo, el 14% de empleos a nivel nacional. Todo esto se sostiene en que la ciudad depende del campo y el campo depende de la ciudad. Si al campo le va mal, probablemente lo mismo sucederá con distintos sectores que pertenecen a las cadenas agroindustriales, y viceversa. Uruguay necesita del campo para ser Uruguay, y el campo -con todas sus complejidades- necesita un país comprometido con él.
El campo es complejo porque es un sector heterogéneo. Existen múltiples instituciones, asociaciones, programas, ministerios, agrupaciones, movimientos, entre otros, que se relacionan en mayor o menor medida con el sector agropecuario. Y esto, si bien puede ser fructífero y beneficioso en algunos aspectos, al mismo tiempo puede tener un efecto inverso. Una sola decisión puede pasar por tantas agrupaciones que se termina tergiversando.
El panorama se complejiza aún más si consideramos el nivel supranacional, desde el que operan organizaciones como la ONU (Organización de las Naciones Unidas), en especial a través de su agencia dedicada a temas de alimentación y agricultura (FAO). El desafío de hambre cero, al que nuestro país contribuye con su producción de alimentos para exportar, es el marco habitual para conectar estos niveles. Sin embargo, aunque el desafío de producir suficiente alimento será mayor en los próximos 50 años que en toda la historia de la Humanidad, quizá debemos preguntarnos si el problema no radica en la distribución más que en la producción, dado el alto desperdicio de alimentos a nivel global: se calcula que aproximadamente el 30% de los alimentos producidos en el mundo termina en la basura, lo que alcanzaría para satisfacer a todas las personas que pasan hambre.
Una tarea compleja
Para este ensayo, decidí no entrar en las encrucijadas o problemáticas que suceden en el entramado institucional, sino que me concentré en los productores agropecuarios que existen en nuestro país. Para esto, presentaré tres casos que pudimos conocer a través de la inmersión en el territorio que propuso el programa y que sirven para ejemplificar la diversidad del sector: Enrique Olivera, Walter Cabrera y Marcos Guigou.
Dejando a un lado el aspecto de la heterogeneidad estructural, el solo hecho de vivir del campo es una tarea ardua. Producir materia prima depende la combinación de múltiples factores. Hay que prevenir y saber sobrellevar los avatares climáticos, hacer reservas para tiempos de crisis, variar cultivos para no desgastar la tierra, tener una estrategia financiera y, por supuesto, hay que invertir y arriesgar mucho para aumentar la productividad. Dependiendo el tamaño de la producción y del productor, esa inversión varía: a mayor producción, aumenta el gasto en tecnología, maquinaria y recursos humanos.
Las agroindustrias proveen empleo mayoritariamente en el interior del país, y estos tres casos que pudimos visitar no son la excepción. Sin embargo, hay diferencias en cuanto a la incorporación de tecnología y la organización del trabajo y, por ende, existen producciones con niveles muy diferentes. La heterogeneidad de la producción se da básicamente en función del tamaño (hectáreas trabajadas), localización dentro de la región y tecnología aplicada.
Lo que sucede con algunos de los pequeños productores familiares es que al tener una baja productividad no son rentables y apenas subsisten. Ese es el caso del productor Enrique Olivera (Tacuarembó), un Ingeniero Agrónomo que vive en la capital del departamento con su mujer y sus hijos, pero tiene un campo de 15 hectáreas con ovinos y gansos que visita todos los días. En la actualidad, está arreglando la casa del campo para alquilarla y tener un ingreso más. Tanto Olivera como Cabrera son productores de ganadería extensiva, una práctica que emplea métodos tradicionales de explotación ganadera, en los que se imitan los ecosistemas naturales para un desarrollo más favorable de los animales. Su objetivo es el de utilizar el territorio de una manera perdurable. Olivera tiene a sus ovejas “a campo abierto” y las atrae con sus dos perros y con el sonido de las bolsas de ración. La tecnología aplicada en su campo se limita al alambrado eléctrico.
A menos de 2 kilómetros, se encuentra el terreno de Walter Cabrera y su esposa, Susana Rodríguez. La pareja vive de lo que produce: 19 hectáreas donde se encuentran vacas, un caballo, cerdos, ovejas –bovinos, equinos, suinos y ovinos, en la jerga de agrónomos y veterinarios-, junto con una pequeña huerta y algunas gallinas. Susana se encarga de la huerta y, además de utilizarla para su propio consumo, lleva algunas verduras para vender todos los sábados en una feria de la Sociedad de Fomento, que es el espacio de Susana, su segunda casa. La tecnología aplicada por estos productores es el alambrado eléctrico y los perros. Esta pareja también tiene problemas para autosustentarse pero no está en sus planes dejar el campo. En sus palabras, no conocen otra cosa.
Entre los productores familiares de la zona, todos se conocen y se apoyan; son como una gran familia. Durante nuestra charla en el campo de Cabrera, Olivera estuvo presente y nos reunimos dentro de la casa cuando se largó a llover. La charla entre ambos productores comenzó mencionando su descontento por los robos en la zona. También hablaron de las jaurías de perros que andan sueltos y asesinan a sus ovejas. Cada problema unía a estos productores derivando la conversación en una solución posible: la aplicación de tecnología. Se trataba de los perros Maremma, unos ejemplares que vinieron desde Italia y han aportado soluciones a los productores para combatir a otros perros, jabalíes, zorros, entre otros. Los Maremma son perros pastores que en el mundo se utilizan hace miles de años para cuidar ovejas y que en Uruguay se comenzaron a utilizar cuando la ovinocultura estuvo en jaque por depredadores y el abigeato. Este perro se parece a una oveja y se cría con estas, brindando protección y guía. Esta es una de las pocas tecnologías del INIA aplicadas por los pequeños productores familiares.
El caso de Marcos Guigou (Dolores, Soriano) es diferente, se trata de un productor “grande”, al frente de un emprendimiento que trabaja en nueve departamentos. Es Ingeniero Agrónomo egresado de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República y cursó un posgrado en Alta Dirección en Agronegocios y Alimentos (Universidad de Buenos Aires, Universidad ORT). Es hijo de Líder Guigou y su hijo Diego Guigou trabaja con él, una triple generación de productores agropecuarios.
Actualmente es Director de Agronegocios del Plata (ADP), Okara y Tecnoloy S.A. ADP se define como uno de los principales productores de granos del país, con 49.000 hectáreas cultivadas: 38.000 dedicadas a soja y 11.000 a trigo, canola y avena, además de arveja y cardo mariano. A partir del año 2015, también comenzó a operar en el rubro ganadero mediante la instalación de tres corrales de engorde, donde se alimentan 8.000 cabezas de ganado. A su vez, el establecimiento familiar que dirige Guigou, una empresa llamada por sus siglas –MG-, ocupa 1300 hectáreas.
Por otra parte, Okara y Tecnoloy son empresas que desarrollan herramientas tecnológicas diseñadas para potenciar la producción agrícola. Ayudan a las empresas agrícolas a aplicar la tecnología y el conocimiento necesario para lograr el liderazgo en su negocio.
Conclusión
Uruguay es un país agroexportador. Este sector es fundamental para la economía y también para la cultura de nuestro país, a la vez que se transforma en un elemento de identificación ante el resto del mundo.
El trabajo de cada productor, por pequeño que sea, es valioso por sí mismo porque sin productor no hay producto. Y sin producto no es posible consumir ni exportar los alimentos. Cada institución, cada persona y cada empresa es responsable del presente y del futuro del país, junto con las demás figuras pertenecientes al sector agropecuario.
Como, en gran medida, la exportación le da vida al campo, es importante visualizar el contexto internacional. El fenómeno del consumo consciente de alimentos está creciendo y las personas cada vez son más precavidas y responsables con los alimentos que ingieren; atienden a su origen e incluso intentan producirla en sus hogares urbanos.
Pero, sobre todo, es necesario concientizar a la población uruguaya de los roles que cumple cada uno de los rubros dentro de la sociedad, y en particular el rol del agro. El campo puede ser presentado como una fuente de oportunidades y de crecimiento, atendiendo al desarrollo de oportunidades laborales, por ejemplo. Para algunos -como Enrique, Walter, Susana y Marcos- es filosofía y enseñanza de vida, más allá de las dificultades. Por eso, es a ellos a quienes fundamentalmente debemos escuchar para entender la complejidad del campo uruguayo, un primer paso para valorarlo.
Por último, como comunicadores, podemos acotar la brecha que existe entre el campo y la ciudad, estimulando la conciencia sobre el desarrollo sostenible que plantea la ONU. , Es decir, pensar el campo como un sector que permite realizar actividades para cumplir objetivos globales de alimentación y que también es clave en cuanto al uso y protección de los recursos naturales con los que se produce.