La paz como proceso y proyecto fundamental
Necios quienes buscan alcanzar fama en el combate y con lanzas belicistas creyendo tontamente encontrar remedio a los trabajos humanos. Pues si hubiera que resolverlos con la lucha sangrienta, no concluiría jamás en las ciudades la discordia.
(Eurípides, Helena, 1. 151 – 1.157)
La marca de un gran gobernante no es su habilidad para hacer la guerra, sino para conseguir la paz. (Monica Fairview)
Hace 50 años, John Fitzgerald Kennedy pronunció el 10 de junio en la American University uno de sus discursos más famosos. Lo recordamos ahora, pues se refirió a la paz, uno de esos valores tan perseguidos como descuidados y mal comprendidos por la humanidad desde el comienzo de la historia. Lo iremos complementando con frases célebres de otros personajes que se han referido a la guerra y la paz. Una aclaración previa: analizaremos el discurso en sí mismo, sin entrar a valorar o criticar otros aspectos de la vida pública o privada de Kennedy, de la misma forma que se puede evaluar una pieza musical, una pintura o escultura por ella misma, sin entrar a opinar, con críticas o elogios, otros aspectos de la vida y obra de su autor.
En tiempos en los que el anti-hismo aflora en cualquier ambiente; en una época en la que las redes sociales se convierten muchas veces en nidos de insultos, agresividad y grosería; en días en los que resulta cada vez más difícil sostener un intercambio de ideas racional, en el que los debates brillan por su ausencia y el emotivismo liviano ve a quien piensa diferente siempre como un enemigo que hay que destruir, eliminar y aniquilar; en momentos en los que la posibilidad de una guerra internacional puede llevar al mundo entero a una devastación sin precedentes, volver a repasar el discurso de Kennedy y otras frases célebres no resulta simplemente conveniente, sino obligatorio.
Comenzó el joven presidente con una referencia simpática y humilde al senador Robert Byrd, colega suyo, que se había graduado y obtenido su título académico luego de años de asistir en horario nocturno a la Facultad de Derecho, mientras que él iba a obtener sus distinciones y títulos luego de treinta minutos de oratoria en esa misma Universidad. Una buena forma de mostrar que, si se va a hacer alusiones a la paz, la humildad y el buen humor son muy buenos cimientos para ir construyéndola. Al momento de explicar a qué tipo de paz se está refiriendo, Kennedy excluye el tipo de Pax Americana impuesta por la amenaza del fuerte y de los artefactos de guerra, a la paz de los sepulcros o a la seguridad pacífica que ofrecen diversas formas de esclavitud. Quiere referirse a la paz que él denomina genuina, la que permite darle sentido a la vida en este mundo, que permite a los individuos y las naciones crecer y desarrollarse construyendo una vida mejor para ellos y sus descendientes, una paz que no puede ser únicamente para los estadounidenses sino una paz para todo hombre y mujer, no solamente en un tiempo determinado, sino una paz para todos los tiempos. Esa genuina paz ¿es posible? ¿es viable? La pregunta es pertinente hoy, y lo era también en 1963 pues se estaban viviendo momentos de altísima tensión entre los EEUU y la Unión Soviética. La incertidumbre era – como lo es hoy – el pan cotidiano de cada día. Y ya entonces Kennedy advertía que la posibilidad de una guerra total o mundial era un sinsentido, máxime cuando un solo artefacto nuclear ya era capaz entonces de contener una fuerza explosiva y destructiva diez veces mayor que todas las armas reunidas por las fuerzas aéreas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Ello, sin agregar el efecto de los venenos mortales de la contaminación nuclear, desplegada por el viento, el agua y la tierra a lejanos rincones del planeta, que afectarían a generaciones todavía por nacer.
La paz no puede mantenerse por la fuerza; solo se puede lograr mediante la comprensión. (Albert Einstein)
Se plantea a continuación si es racional y sensato la billonaria suma de dinero que se gasta en armamentos, para acumular más y más stock de herramientas de destrucción, nunca de construcción. La carrera armamentista no es para él, ni el único ni el más eficiente modo de asegurar la paz. Esa paz debe ser una necesidad y un objetivo racional que cualquier ser humano racional debería perseguir. ¿Por qué entonces no es tan sencillo verlo así? ¿Por qué muchos son escépticos a la hora de hablar de paz, o de plantear un gradual desarme mundial? Kennedy no pierde la esperanza de poder ir transitando esos caminos, pero para ello, con realismo y no simple ingenuo optimismo, plantea que se han de reexaminar las actitudes individuales y colectivas que sus compatriotas estadounidenses deberían tener ante la expresión paz. Ese reexamen a la vez debería hacerse con tres enfoques diferentes pero complementarios: en relación a la Unión Soviética, a la llamada Guerra Fría y hacia adentro de su propio país.
Respecto a la primera, exhorta a no tener una visión pesimista, desalentadora o incrédula porque eso es peligroso y derrotista. Pensar que la humanidad está condenada a una guerra inevitable es inaceptable para él. Los problemas son el resultado de la actividad humana y también es ese mismo accionar el que puede resolverlos. Kennedy confía en la superación y en el mejoramiento del ser humano, porque éste es un individuo esencialmente racional y espiritual que en muchas oportunidades ha resuelto problemas y conflictos y puede volver a hacerlo. Aclara que no se refiere a una paz absoluta e infinita, quizás un ideal inalcanzable, pero sí a una más práctica y obtenible por medio de la evolución de las instituciones humanas, y por medio de la sumatoria de acciones concretas y acuerdos eficaces y eficientes que le sirvan a todos los involucrados. Con esto deja claro también que no hay una sola receta o una sola llave que abra todas las puertas para lograr esa paz: “La paz genuina debe ser el resultado o producto de los actos de muchas naciones mancomunadas y es un proceso dinámico, nunca estático, que debe ser revisado con cada nueva generación cuando deba resolver nuevos problema”.
La guerra es lo que ocurre cuando fracasa el lenguaje. (Mark Twain)
No niega Kennedy que seguirán existiendo conflictos y disputas por choques de intereses, como sucede en las familias y entre los diversos países. Pero la paz genuina y mundial a la que aspira no requiere que toda persona ame a su vecino; requiere simplemente que conviva con el prójimo en un clima de tolerancia (y respeto, me permito añadir), sometiendo las controversias que surjan a acuerdos que sea justos, duraderos y pacíficos. Como enseña la historia, los conflictos y las enemistades no duran para siempre; por el contrario, muchas veces la misma historia nos muestra cambios radicales y sorpresivos en las relaciones entre las naciones y los individuos. Por eso Kennedy hace un llamado a la perseverancia, a no bajar los brazos y seguir apuntando hacia una paz que puede ser practicable, a no seguir pensando que la guerra es inevitable. Para seguir ese camino, advierte el peligro de caer en las trampas de la propaganda “anti” que tiñe todo con una visión distorsionada de la realidad, en la que el otro, el que piensa diferente, es siempre un simple enemigo que conviene eliminar. Esa visión negativa y agresiva solo siembra desesperanza y solo entiende a la comunicación y al diálogo como un intercambio de amenazas, de insultos o de desprecio. Me permito citar un párrafo completo del discurso: “Ningún gobierno o sistema social es tan malo que pueda inducir a considerar a todos sus integrantes como carentes de virtudes. Como estadounidenses (americanos), vemos al comunismo como profundamente repugnante, por ser una negación de la libertad personal y de la dignidad del individuo. Pero ello no nos impide apreciar en el pueblo ruso los múltiples logros y avances que ha obtenido en la ciencia y el espacio, en el crecimiento económico e industrial, en la cultura y en sus actos de coraje (…). Una cosa en común que tienen nuestras dos naciones es que aborrecemos la guerra y que nunca hemos estado en guerra entre nosotros; y ninguna nación ha sufrido tanto como la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, con la pérdida de al menos 20 millones de vidas humanas”.
Por si estos argumentos no fueran suficientes para repensar las relaciones entre ambos países, el Presidente Kennedy añade lo siguiente: “En nuestros días, si una guerra total llegara a estallar, de una forma u otra nuestras naciones serían objetivos primarios. Es un hecho irónico y muy preciso que estas dos grandes potencias sean las que están en mayor peligro de devastación. Todo lo que hemos construido y todo aquello por lo que hemos trabajado sería destruido en las primeras 24 horas (…). Incluso en la permanencia de la Guerra Fría, nuestros países soportan el mayor peso y responsabilidad (de lo que pueda ocurrir) pues ambos seguimos invirtiendo sumas astronómicas de dinero en armamentos en vez de combatir la ignorancia, la pobreza y las enfermedades. Estamos los dos atrapados en un círculo vicioso y peligroso, con una desconfianza recíproca que sólo elabora y retroalimenta nuevas armas de destrucción”.
Continúa afirmando que no se trata de estar ciegos ante las diferencias y discrepancias, pero sí de dirigir la atención a los intereses comunes y a los medios que pueden ser viables para resolver esas diferencias; y si no se pudiera eliminarlas, al menos intentar lograr un mundo más seguro para aceptarlas y convivir con ellas. Pues, en definitiva, “Todos estamos viviendo en este mismo pequeño planeta. Respiramos el mismo aire. A todos nos preocupa el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales”. No se trata tampoco de distribuir culpas y responsabilidades, señalando con dedo acusador a los demás; hay que manejarse con el mundo tal cual es, no tal como podría haber sido si la historia hubiera sido diferente. Se trata de no dejar de buscar la paz con una idea clara que debe sobresalir sobre todas las demás: “Mientras defendemos nuestros propios intereses vitales, las potencias nucleares deben evitar un nivel de confrontación que pueda llevar al adversario a tener que elegir entre una retirada humillante o una guerra nuclear (…), pues eso supondría evidenciar el fracaso y bancarrota de nuestras políticas, así como un deseo colectivo de muerte para el mundo entero”.
No sé con qué armas se luchará en la III Guerra Mundial, pero la IV Guerra Mundial será luchada con palos y piedras. (Albert Einstein)
Kennedy afirma que el armamento de los EEUU no es provocativo ni provocador, está cuidadosamente controlado, tiene el objetivo primordial de disuadir y es capaz de ser empleado en forma selectiva. Mientras sus fuerzas militares están comprometidas con la paz y disciplinadas en el autodominio, su equipo diplomático está instruido para evitar irritaciones innecesarias y no utilizar una retórica meramente hueca y hostil. No existe manera de comprobar si estas afirmaciones eran veraces hace cincuenta años o si dejaron de serlo en nuestros días. Cambiaron los actores que desempeñan los roles de la historia y cambiaron drásticamente las circunstancias; en algunos casos quizás para bien y en otros quizás para lo contrario. Pero lo que no han cambiado son algunos de los conceptos y principios que el Presidente plasmó en frases de aquel momento y que mantienen su plena vigencia: “Podemos buscar una flexibilización de las tensiones sin necesidad de bajar la guardia; no necesitamos utilizar las amenazas para probar que estamos preparados y resueltos; y sobre todo, no pretendemos imponer nuestro sistema e ideas a pueblos que no lo quieran; pero sí estamos dispuestos a embarcarnos en una competencia pacífica con todos los pueblos que así lo deseen”.
Un propósito concreto para avanzar en ese sentido era para el mandatario, reforzar el poder e influencia de las Naciones Unidas, solucionando sus problemas financieros, tornándolo un instrumento más eficaz para la paz, capaz de resolver las disputas bajo los marcos de la ley, las alianzas y los tratados, que vayan construyendo mejores caminos de seguridad para todos y creando condiciones para lograr una gradual pero persistente abolición de los armamentos en todo el mundo.
Otro objetivo paralelo al anterior era mantener y consolidar la paz en todo el mundo no comunista, donde todavía muchas naciones padecían una serie de problemas que debilitaban a sus pueblos y a su unidad. Es interesante notar que ya en 1963 Kennedy mencionara con preocupación el riesgo de un debilitamiento de la unidad de Europa, algo que cincuenta años más tarde se manifestó en fenómenos como el Brexit, la migración islámica en países como Francia e Italia o los intentos autonomistas e independistas en algunas regiones de España. También lo expresaría años más tarde el Cardenal Ratzinger poco antes de ser nombrado Papa Benedicto XVI, cuando comenzó a advertir acerca del proceso de disminución de la tasa de natalidad, la deseuropeización o islamización europea, y la descristianización que se estaba dando en Europa, con riesgo de su propia existencia al cabo de pocas décadas. Otra voz de alerta fue la de Milan Kundera cuando en 1983 pronunció una conferencia que fue titulada “Un Occidente secuestrado: La tragedia de Europa Central” (1). Su lectura es especialmente recomendable, pues describe con certeza y profundidad el deterioro y vaciamiento político y cultural que ya estaba experimentando Europa, a favor de un avance con tintes imperialistas de lo que en aquel entonces se conocía aún como la Unión Soviética. Pocos años después ya sería llamada de nuevo Rusia, pero tendría un nuevo líder con ínfulas de zar conquistador que se llamaría Putin. Las raíces de ese deterioro y vaciamiento ya podían encontrarse en una siembra de relativismo e indiferentismo ético y moral que iría despellejando en forma paulatina y persistente los valores y principios de una Europa fundada en la civilización judeo-cristiana y greco-romana. Lo que Kundera no tuvo en cuenta en su magnífica conferencia, fue añadir al despliegue ruso, la constante y creciente migración de la civilización, cultura y religión islámica en toda Europa, para intentar conquistarla sistemática y destructivamente, no por medio de invasiones violentas, sino por un simple y efectivo crecimiento demográfico.
Otro llamado de atención dentro del discurso fue el siguiente: “Quiero dejar algo en claro. Estamos relacionados y comprometidos con muchas otras naciones por medio de tratados y alianzas pues tenemos con ellas intereses vitales comunes (…) Los EEUU no hará ningún tipo de alianza o tratado con la Unión Soviética, si fuera en desmedro o con el costo de perjudicar a otras naciones y pueblos, no simplemente porque son nuestros socios y aliados, sino además porque sus intereses y los nuestros convergen. La convergencia está en que defendemos las fronteras de la libertad y perseguimos los caminos de paz. Nuestra esperanza y el objetivo de nuestras políticas de alianzas es el de persuadir a la Unión Soviética para que ella también deje a las naciones y pueblos que están bajo su égida que elijan su propio destino y futuro, siempre y cuando esa elección no interfiera ni se interponga con la elección de otros pueblos y naciones (…), pues no cabe duda que si todas las naciones y países se refrenaran a la hora de intervenir en la decisión de autodeterminación de los demás, la paz sería algo más asegurado”.
He puesto en negrita la última parte de este párrafo por considerarlo una de las partes más vigentes de las expresiones de JFK hace 50 años. Los acontecimientos que comenzaron hace ya casi dos años con la guerra de Ucrania, muestran lo poco que han atendido y comprendido Putin y sus seguidores estas palabras. El intento de invasión imperialista de un gobernante con ínfulas de Zar y la resistencia que ha encontrado dentro de un país que sufre y se desangra diariamente con tal de no resignarse a entregar su libertad, son una señal clara de la vigencia del pensamiento de Kennedy y de otros líderes que – como él – aspiran a una paz genuina, pero no ingenua ni debilitada por el temor y la fuerza de los opresores, tiranos, autócratas y déspotas, sean de la ideología que sean. A ello debemos agregar una cierta cínica y astuta complicidad de otros gobernantes que – con tal de no tener que condenar la infame invasión de Rusia a Ucrania – se han ofrecido a ser “mediadores”. Pues resulta que el mediador, con esa función y rol, está impedido a inclinarse por ningún lado de la balanza; debe permanecer en un sano y cómodo equilibrio sin jugarse por ninguna de las partes del conflicto. Por otra parte, ¿puede resultar extraño que países como Cuba, India, Irán, Irak, China o Sud África, se hayan abstenido de condenar esta tan barbárica como injusta agresión de Rusia a Ucrania? ¿No existirán resabios imperialistas y/o totalitarios en algunos de los que gobiernan esos países que explican o justifican su interés en abstenerse y nada más, para así no tener que juzgar y condenar lo injustificable?
En la paz, los hijos entierran a sus padres; en la guerra, los padres entierran a sus hijos. (Heródoto) (2)
Es oportuno recordar una expresión del Dr. Baltasar Brum, ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Feliciano Vera, con respecto a la postura de Uruguay durante la Primera Guerra Mundial (que luego se mantendría con matices durante la Segunda): “Somos neutrales porque no participamos en las hostilidades, pero no somos imparciales y menos indiferentes” (3).
Esto no es más que una simple opinión, pero agrego lo siguiente: más allá de cualquier mediación, considero que actualmente el único país que tiene la posibilidad de frenar o finalizar esta guerra es China. Ningún otro. No serán los magníficos discursos de JFK o de otros líderes como él, ni la debilitada influencia que puedan ejercer hoy los gobernantes demócratas dentro o fuera de los EEUU los que puedan terminar este conflicto. Esta opinión la comparto con el Dr. José Gamio, ex Ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país, con quien conversé acerca de estos temas hace pocos días. El único país y gobierno que en estos días puede expresarle a Putin un “Hasta aquí llegaste y a partir de ahora quédate quieto” es China. Por supuesto que no lo hará ni pública ni expresamente, pero considero que es el único que está en condiciones de hacerlo de una forma tan sutil como categórica. La otra alternativa sería un cambio interior, fruto de algún derrocamiento dentro de la estructura de poder del propio Putin, pero no parece tan probable, dado el grado de temor y terror que ha instalado entre sus allegados y subalternos.
La guerra no es una aventura. Es una enfermedad. (Antoine de Saint-Exupéry)
Volvamos al discurso de la Universidad de Columbia. En su tramo final, Kennedy insiste en la necesidad de aumentar los contactos personales y la comunicación entre las partes para poder lograr mayores y mejores entendimientos. Algo que comenzó a llamarse cada vez con más frecuencia, las líneas directas o teléfonos rojos entre Washington y Moscú, que evitaran o al menos atenuaran los riesgos de las demoras innecesarias o peligrosas, los malos entendidos o las malas interpretaciones que cualquier situación de crisis puede generar. No es necesario mencionar los avances que la tecnología ha permitido conseguir cincuenta años más tarde. Sin embargo, una vez más se puede confirmar que la tecnología por sí sola no alcanza, si está mal empleada. Si quienes la utilizan y aplican no están nutridos con una visión ética, de valores y de principios que sean compartibles universalmente, la ciencia puede servir de poco. Pues la fuerza argumentativa de esos principios, valores y de esa visión ética, si no está alineada con la de quienes poseen esa similar tecnología, en vez de contribuir al bien común, puede ser gravemente destructiva por falta de sintonía y de comprensión.
Kennedy apeló a una abolición paulatina pero racional y persistente de la carrera armamentista. Tal como lo sostuvo entonces, la paz no es estática ni es un fin en sí mismo. La paz es y debe ser dinámica por ser un proceso y un proyecto que nunca finaliza, pues debe ser revisado y corregido periódicamente. Siempre es conveniente distinguir entre fines y objetivos. Aquellos son más tendenciales, permanentes, globales y filosóficos; los objetivos son más prácticos, concretos, y revisables cuando las circunstancias lo requieran. Dicho en otras palabras, “El propósito (que yo llamo fin) que debe durar al menos 100 años, no debe confundirse con los objetivos específicos o estrategias comerciales (o de otro tipo), que deberían cambiar muchas veces en 100 años” (4).
Si el propósito (o fin) es buscar y alcanzar la paz, comparto con JFK algunos objetivos (o medios, o caminos) que él mismo plantea, y otros que pueden sugerirse.
El primero y más importante por ser básico, es decir fundamental en cuanto a que, sin este objetivo, los demás pueden ser ilusorios e inalcanzables, debería ser buscar y conseguir una paz con uno mismo. No existe peor adversario que uno mismo. Somos nuestros peores enemigos y reiteradas veces no nos damos cuenta de ello. Nos pasamos la vida y perdemos el tiempo buscando y encontrando adversarios afuera con quienes discutir y combatir, todo para acallar nuestra insatisfacción y descontento interior. Debemos retomar el consejo Socrático de conocernos a nosotros mismos para poder saber mejor cuáles son nuestras habilidades y talentos, pero también nuestras debilidades, fallas y defectos. Solo así comprenderemos mejor que no solamente tenemos derechos sino deberes y que las mayores batallas debemos librarlas contra nosotros mismos. No poner este objetivo como el primero es una excelente receta para fracasar en el mediano o largo plazo. Pues podemos ganar un montón de batallas y lograr muchos triunfos de diverso tipo, pero habremos fracasado en el principal. Como bien dice el refrán, habremos ganado batallas, pero perdido la guerra. Esta guerra-objetivo de luchar contra nosotros mismos no terminará mientras estemos vivos en esta tierra, es decir que una vez comenzada, no es prudente pensar o soñar que algún día terminará. Todos los días, en pequeños o grandes aspectos, podemos y debemos seguir luchando para ganarle a nuestro egoísmo, nuestra pereza y comodidad, a nuestra indiferencia, mal humor o nuestra soberbia de creernos más de lo que realmente somos.
Quizás JFK tuvo este objetivo también como primario y fundamental. Quizás estaba en algunas batallas contra sí mismo cuando los conspiradores que lo asesinaron apretaron los gatillos de sus rifles. Nunca nadie lo sabrá, solamente Dios. Pero alcanza y es suficiente. Al menos para los que, como nosotros, seguimos teniendo ese objetivo como básico para construir los restantes.
Conocerse a uno mismo no alcanza; debe ir acompañado de pedir ayuda y dejarse ayudar todas las veces que sea necesario. Los casos de debilitamiento de la salud mental han aumentado significativamente, sobre todo luego de la pandemia COVID-19 en 2020. La epidemia cambió repentinamente los hábitos de vida y trabajo del mundo entero y afectó la salud no sólo física, sino también psicológica de millones de personas en múltiples regiones del planeta sin distinción de edades, pero afectando mucho a los jóvenes, mucho más informados que antes, pero también mucho más vulnerables. El aumento de casos de ansiedad, depresión, sentimientos de soledad, falta de autoestima, auge de autolesiones, ataques de pánico, sensaciones de inseguridad o de intolerancia a los llamados “cabos sueltos”, ha mostrado que la humanidad en general no estaba preparada para entender, comprender y ayudar a tantas personas que las padecen. El proceso de aprendizaje para que esta humanidad más frágil y vulnerable pudiera navegar sobre estas olas y ayudar a otros a surfearlas no ha sido fácil; tuvo que realizarse “sobre la marcha” y todavía en nuestros días hay mucho para aprender. Máxime, cuando muchos miembros de esta misma humanidad resquebrajada y desorientada no solamente seguimos sin conocernos bien, no sabemos pedir ayuda, y continuamos encontrando y luchando contra adversarios exteriores antes que contra nosotros mismos. Como si lo anterior no fuera por sí suficiente, no le hemos encontrado tampoco un claro significado a nuestra existencia, al sentido del dolor, a las contrariedades, la enfermedad y al sufrimiento. Sin rumbos firmes y sin respuestas a los por qué y para qué de nuestras vidas, parecemos pompas de jabón, aisladas y fugaces, sopladas de aquí para allá hasta que desaparecemos sin sentido, sin dejar huella profunda en nada ni en nadie. Lo grave de esta situación es que afecta no solamente a quienes por razones de pobreza o ignorancia no tienen los medios para remediarla, sino a muchos que han recibido y tienen las herramientas culturales, económicas y sociales para mejorar y ayudar a otros, pero no lo hacemos por indiferencia o egoísmo.
El reiterado tema de la felicidad subyace o sobrevuela a este síntoma. Un valor supremo naturalmente muy buscado y pocas veces encontrado. Quizás, por confundir los términos felicidad con alegría y bienestar. Sería conveniente distinguirlos, pues muchas personas que parecen o son alegres no son realmente felices. Muchas sociedades que han alcanzado altos niveles de bienestar material y económico tampoco reflejan elevados grados de felicidad. La tasa de suicidios en esas sociedades es un típico indicador de lo que pretendemos mostrar. Por otra parte, la verdadera felicidad tampoco es un fin en sí mismo, no es una meta a alcanzar. La felicidad es principalmente un proceso a comenzar y proseguir, una actitud ante la vida y una decisión de vida que no se altera ni se pierde ante el dolor y el sufrimiento propio o ajeno. Esos reveses y contrariedades pueden hacernos perder temporalmente la alegría, pero no la actitud de la felicidad, como una inclinación o disposición ante la vida, sean cuales sean las circunstancias buenas o malas, favorables o desfavorables, que todos podemos padecer. Por eso la felicidad y la paz están tan hermanadas, pues ambas son procesos o proyectos permanentes y cambiantes a la vez.
Otros objetivos que propuso Kennedy unos meses antes de ser asesinado fueron el desarrollo y consolidación de los Cuerpos de Paz, tanto fuera como dentro de las fronteras de su país. Era consciente de las carencias sociales de su nación y de la necesidad de paliarlas con organizaciones como los Peace Corps. Tenía claro que, en muchas ciudades y pueblos de su gran territorio, la paz y la libertad no caminaban juntas; que la inseguridad y la injusticia reinaban por encima de todo; que la pobreza, la discriminación racial o la ignorancia de muchos amenazaban diariamente los ideales y sueños de paz en los EEUU. Pero no se resignó nunca ante esas realidades. Asumió su rol de Presidente para mitigar esos y otros desafíos desde el primer día. Y quizás porque su compromiso fue demasiado total y magnánimo, quienes no pensaban como él lo eliminaron. En definitiva, nada original ni nuevo es que alguien muera por sus ideales, por su compromiso y por darle sentido a su vida. En realidad, tuvo más sentido su muerte porque su vida había tenido peso, sentido, rumbo, dirección, compromiso. Si hubiera sido menos comprometido, más volátil y liviano, como una bolsa de nylon que arrastra el viento y la sube y baja de aquí para allá, quizás no lo habrían matado. Pero quizás también no sería tan bien recordado, pues su vida y su muerte habrían tenido un poco menos sentido.
La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan. (Erich Hartman)
La tarea de construir hoy la paz no depende únicamente de los gobiernos de turno en cada uno de sus poderes y ramajes, sino de todo ciudadano medianamente sensato, libre y responsable. Respetar las normas y las leyes, así como los derechos y deberes entre los que conviven con otros es tarea diaria que nunca se termina. Todos los días las redes sociales son actualmente una vía para ir tendiendo puentes de armonía, tolerancia, comprensión y respeto. De lo contrario, pueden transformarse en vías de confrontación, resentimiento, odio, intolerancia, burla, cinismo y desprecio. En nuestra época más que nunca, las palabras, los dichos y las expresiones manifestadas en las redes sociales pueden ir en el sentido de la construcción de la paz (o al menos de una convivencia respetuosa y tolerable), o ser vehículos muy eficaces y eficientes para promover la destrucción de esa sana convivencia y del respeto mutuo entre los ciudadanos. Basta como ejemplo comprobar los efectos que están causando las políticas y prácticas de “cancelación” a quien piensa y opina distinto… Tampoco esto es un fenómeno nuevo. El foro romano o el ágora de Atenas en la antigüedad se han modernizado; la diferencia está en el alcance y repercusión inmediata de los problemas y discusiones que allí se daban. Las confrontaciones o los acuerdos luego de maratónicas controversias no han cesado, solamente cambiaron de formato, y se multiplicó el número de participantes. Ahora el “conventillo electrónico” en los países en los que se vive una genuina libertad de expresión permite que surjan opinólogo-todólogos que pueden opinar y juzgar de todo sin temor a ser desacreditados ni silenciados. Esa democratización de los juicios y opiniones no es mala en sí; todo depende cómo se utilice, y siempre y cuando se haga sin emitir esos juzgamientos y opiniones (que pueden devenir linchamientos tecnológico-sociales) tras las sombras de un anonimato cómodo y cobarde. No es sano ni honesto criticar, insultar, denostar o burlarse de personas o ideas contrarias a las nuestras sin dar la cara; sobre todo si valoramos la libertad de hacerlo, pero no nos sirve asumir la responsabilidad de cargar con las consecuencias.
Pues, en definitiva, como sostenía Kennedy en su discurso, la paz es también un derecho humano; el derecho a convivir sin el temor permanente a la devastación, el derecho a respirar aire y beber agua puros, el derecho a brindarle a las generaciones futuras una existencia saludable. No hay tratado ni acuerdo humano, nacional o internacional, que pueda asegurar una seguridad absoluta en relación a esa paz; pero puede al menos, “si es suficientemente eficiente, eficaz y coercible y si sirve con suficiencia los intereses de los signatarios, ofrecer un mayor grado de seguridad para evitar los riesgos de una incontrolable e impredecible carrera armamentista nuclear”.
En la guerra, la verdad es la primera víctima. (Esquilo)
Finaliza su discurso sosteniendo que los EEUU no van a comenzar, ni desear o esperar una guerra; su nación ya ha tenido y vivido demasiadas guerras, ha visto demasiado odio y opresión. Sin embargo, estarán preparados para una guerra si otros la quieren y la provocan, al mismo tiempo que estarán muy alertas para procurar evitarla. Su país y su gobierno se comprometen a hacer lo posible para construir un mundo más pacífico, donde los más débiles estén mejor protegidos y donde los más poderosos sean más justos. No considera JFK que esté aislado, indefenso o sin esperanza en buscar esta paz. Con confianza y sin temores, su nación seguirá buscando estrategias que eviten aniquilaciones recíprocas y sean por el contrario, estrategias que procuren una verdadera paz.
La humanidad debe poner un final a la guerra antes de que la guerra ponga un final a la humanidad. (John F. Kennedy)
Transcurrieron cincuenta años. El discurso de Kennedy no ha perdido vigencia. Los riesgos, amenazas, desafíos e ilusiones de alcanzar una paz más genuina para cada uno de nosotros y para todos los que con nosotros conviven, siguen también muy presentes.
Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica yo sugerí la mejor de todas: la paz. Un mundo sin armas y vivir con paz. (Albert Einstein)
N.B. En momentos de estar terminando este trabajo para su divulgación, se iniciaron los terribles, infames e indignantes ataques de Hamas sobre la población civil de Israel en la frontera de Gaza. Más allá del horror, la incertidumbre y el sufrimiento que es casi inimaginable puede estar viviéndose en esa zona durante estos días, transcribo el mensaje que le he enviado a muchos amigos y conocidos judíos en diversas partes del mundo:
We are praying in Uruguay that this horror will end soon, but we also fear it will last more than expected. These are the moments when our moral values and principles are put on trial. When theory is jeopardized by terrible and irreversible facts.
But these are also the times when our cultural attitudes must not fail. Provocation and hate must never prevail; it would only mean that irrationality and barbarism are stronger than common sense, solidarity, fraternity and rational dialogue. These are the moments when our understanding of what civilization really is must be exposed and proved. This does not mean weakness in confronting the enemies, on the contrary it should represent a higher way of winning the conflict.
I agree that it´s not enough to win this war only from a military point of view. We must accept this challenge to win it also in a moral and ethical perspective. Not easy, but it´s the only road to travel. If we don’t, our civilization and the whole world will be more fragile, if not doomed.
Our thoughts and prayers are with you.
Noviembre 2023
Nicolás Etcheverry Estrázulas
NOTAS
(1) Milan Kundera. Un Occidente secuestrado. La tragedia de Europa Central. Tusquets, 2023.
(2) Si como se dice habitualmente, unos botones alcanzan como muestra, recomiendo a quienes no lo hicieron, ver los films “Un marinero en la guerra,” de nacionalidad noruega, y “Sin novedad en el frente” de origen alemán; ambos alegatos cinematográficos que muestran el horror, la injusticia y crueldad de la guerra como pocas veces han sido filmados.
(3) Citado por Ignacio Munyo, director de Ceres, en Hacer Empresa, Revista del IEEM en No. 125, Junio 2023, en nota “De Uruguay al Norte”, pag.35.
4) Citado por Lucía Gaviglio, directora de U Films, en Hacer Empresa, Revista del IEEM en No. 125, Junio 2023, en entrevista, pag.68, utilizando como fuente “Building Your Company´s Vision” por James Collins y Jerry Porras, HBR¨s Must Reads On Strategy, 2011.