Manuel Chaves Nogales o el periodismo necesario
Europa. Finales de los años 20. Los totalitarismos recorren el continente y pocos son los periodistas que consiguen mantener la cabeza fría, alejada de la militancia extremista. Algunos llegaron de la otra orilla del Atlántico, como Hemingway, otros de las islas británicas, como Orwell y, en el continente, conviene rescatar el nombre de un periodista español capaz de escuchar, de andar por el mundo y de contar lo que veía, aunque no siempre fuese lo que les hubiese gustado relatar: el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944).
Chaves Nogales alcanzó el cenit de su carrera profesional durante la II República española (1931-1936), cuando trabajaba como subdirector del diario Ahora, el de mayor tirada en aquella época. Hijo y sobrino de periodistas, comenzó su labor periodística en su Andalucía natal, pero pronto, en 1922 -con 25 años-, se instaló en Madrid donde colaboró con Heraldo de Madrid, entre otros periódicos. En 1930, Luis Montiel, propietario y director de Ahora, le nombró subdirector de su cabecera. La moderación de Chaves, la propia de un “pequeño burgués liberal”, como él mismo se definía, le condujo al exilio. Se instaló primero en París a causa de la Guerra Civil española, y después en Londres por el comienzo de la II Guerra Mundial, donde fundó una agencia de noticias (The Atlantic Pacific Press Agency) en la que trabajó hasta su muerte a causa de una peritonitis, solo, a los 46 años . Era mayo de 1944.
Desde entonces, su presencia y relevancia no ha sido siempre la adecuada. Al fin y al cabo, como explica el escritor Andrés Trapiello, “Chaves Nogales representó durante medio siglo lo peor: periodista, español y republicano liberal, o sea, en lo que respecta a esto último, tampoco nada, nadie”. Para la derecha era un “rojo” más, otro periodista al servicio de la causa republicana al que había que olvidar; la izquierda, por su parte, no le perdonó su postura inequívocamente democrática, la firmeza con la que criticaba los excesos del totalitarismo comunista.
Como explica Trapiello, “los escritores que habían ganado la Guerra Civil habían perdido los manuales de Literatura y, al contrario, a los escritores que habían perdido la Guerra parece que, como compensación, se les había dado toda la literatura”. Chaves, en cambio, parecía haber perdido ambas batallas.
Sin embargo, tras el largo olvido, llegó el reconocimiento. Primero, en el ámbito académico, con la investigación de María Isabel Cintas, biógrafa y editora de la Obra narrativa completa y la Obra periodística de Chaves. En segundo lugar, gracias a la reedición constante de su obra: Libros del Asteroide se ha encargado de editar sus obras más importantes y Renacimiento y Almuzara también ha contribuido a su difusión.
Chaves había viajado por toda Europa como corresponsal y enviado especial. Sus experiencias, relatadas en forma de crónicas y reportajes políticos y sociales, los recogió el año 1929 en su primer libro periodístico La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja. Ese mismo año escribió La bolchevique enamorada. El amor en la Rusia roja, obra de ficción en el que explica el peculiar rol de las mujeres en el mundo soviético.
Sobre el mundo soviético trataron también sus dos siguientes obras periodísticas: Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931) y El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934). En la primera, dejó hablar a los protagonistas del exilio ruso y contó la historia no sabida, la de las otras Rusias posibles, las que no cabían en la Revolución. En la segunda, describe las andanzas de un bailaor flamenco español durante la revolución comunista. Allí, al hablar de Rusia, parece hablar también de la España de su época, la de la Revolución del 34 y los conflictos sociales. Si una virtud tuvo el periodista andaluz, esa fue la de mostrar la realidad antes de que la mayoría fuese capaz de apreciarla en su totalidad.
Además, Chaves Nogales conoció y entrevistó a muchos de los hombres clave de su época: de Goebbels, a Churchil, pasando por Azaña, de quien era amigo personal y ferviente partidario. A uno de aquellos hombres que frecuentó, un mito popular, el torero Juan Belmonte, le hizo en 1935 una biografía tan personal que decidió escribirla en primera persona, cediendo la voz del relato al matador. Apareció publicada de forma seriada en la revista gráfica Estampa, pero su éxito fue tal que rápidamente se editó en formato libro. Juan Belmonte, matador de toros es, quizá, una de las mejores biografías escritas en castellano. Chaves relata la vida de un hombre definido por su profesión, por su arte. Ya no se necesitan héroes fantásticos, ahora los héroes son humanos, y como tal, se alegran, sueñan, sufren, luchan, dudan, se enamoran, apuestan, pero al mismo tiempo son únicos. El mito Belmonte se convierte en leyenda y trasciende las fronteras de España. Tanto es así que el libro se publicó también en Estados Unidos el año 1937 como material para aprender español con el título Juan Belmonte: Killer of Bulls. The Autobiography of a Matador. As told to Manuel Chaves Nogales.
Ese mismo año publicó, en la editorial uruguaya Claudio García y cia. su imprescindible colección de relatos sobre la Guerra Civil española, titulada A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de la Guerra Civil. Allí se denuncian las atrocidades de falangistas y anarquistas por igual y es, según Trapiello, “lo mejor que se ha escrito nunca sobre la Guerra Civil”. Sobre todo si se tiene en cuenta que se redactó durante la misma contienda, con la dificultad que ello conlleva: Chaves entendió desde el comienzo el drama de la guerra, que iguala a los bandos en sus miserias; tuvieron que pasar 40 años de dictadura y una transición democrática para que otros hayan sido capaces de reconocer que aquello no fue una sólo cuestión de buenos y malos.
Los relatos de A sangre y fuego, aunque de ficción, se inspiraban en situaciones reales y sirven para entender los excesos de aquella guerra fratricida. En ellos, Chaves hace lo que ya había hecho cuando escribió sobre el “tema ruso”: relatar una situación sin paños calientes.
Todas estas obras, publicadas mientras todavía vivía en España, tienen en común que beben de la realidad. Chaves Nogales las construyó, en muchas ocasiones, a través de escenas que reflejan gestos cotidianos, hábitos, modales, costumbres, y otros detalles simbólicos que nos hablan de los personajes. También era habitual que introdujese diálogos completos o que narrase situaciones desde el punto de vista de uno de los personajes para darles mayor fuerza. Muchos de estos rasgos son, precisamente, los que Tom Wolfe señala como propios del Nuevo Periodismo americano. Desde este punto de vista, se puede decir que, sin saberlo, el periodista sevillano usó con varias décadas de antelación los recursos que harían famosos a autores como Truman Capote o Norman Mailer en el ámbito de la non-fiction novel.
Pero no sólo durante el periodo republicano su pluma nos acercó al momento histórico que se estaba viviendo. En su exilio parisino hizo lo que siempre había hecho: ejercer de periodista. No le costó trabajo encontrar acomodo en la agencia Havas y colaboraciones en medios como L’Europe Nouvelle, y fue testigo directo del derrumbe del Gobierno –y del pueblo- francés. Ese momento histórico de crisis de valores e identidad lo describió en una colección de ensayos titulada La agonía de Francia, otro documento fundamental para entender aquel escenario sociopolítico, el de un país que, sin rumbo alguno, dejó desfilar al ejército nazi por las calles de su capital sin oponer apenas resistencia.
Con la entrada de los alemanes en París, tuvo que huir en dirección a Inglaterra pues su nombre figuraba entre los objetivos de la Gestapo. Y en su última parada, Londres, trabajó, como siempre, de periodista. Fundó su propia agencia y aportó su visión sobre la II Guerra Mundial en diarios de todo el mundo, desde Iberoamérica hasta Australia, guiado por su instinto y por la convicción que marcó su vida, la de saberse periodista, la de no ser ni más ni menos que un notario de su tiempo sin más más oficio, como el propio Chaves defendía, que el de “andar y contar”. Quizá por eso, como explica Cintas, “a Chaves Nogales lo puede leer cualquiera: un niño de 12 años, una persona muy culta y otra menos culta. Y a todos les dice algo”.