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La cuerda floja

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Primer actoEl enfermo imaginario, en el Teatro Stella D´Italia, La Gaviota 


¿Cómo es posible que algo que nació hace 400 años siga vivo? Una respuesta corta: gracias al teatro. Este arte tiene el poder de renovar una obra escrita hace siglos y traerla al lenguaje de hoy, sin que pierda su esencia. Este arte le permite a gente como Sebastián Silvera (46), director, actor, escenógrafo y miembro de la compañía La Gaviota, revivir a El enfermo imaginario, del dramaturgo francés Molière. 


Sebastián integra La Gaviota desde 2015. Se trata de una agrupación de actores, técnicos y profesionales del teatro que trabajan en conjunto para hacer obras teatrales. El director de El enfermo imaginario se formó en la escuela de Pedro Figari en la rama de escultura, actúa desde 1999 y dirige teatro desde 2007, cuando se incorporó a La Gaviota para trabajar en la preparación de una escenografía. Cuenta que el conocimiento que adquirió como escenógrafo está muy presente en su trabajo de dirección, ya que le permite dominar “la espacialidad, los climas y la luz” de las obras. 

Fernando Amaral (51), actor y director, encarnó el protagónico de Argán en la obra. Desde chico quería ser actor, pero empezó a estudiar profesorado de literatura. Al darse cuenta de que no era lo que le apasionaba, decidió dedicarse al teatro. Aunque incursiona cada tanto en la dirección, lo que más le gusta es actuar. “Para mí es como el ABC. Está en mis cromosomas, en todo mi ser”, dice. 

Por su parte, Cristina Cabrera (47), actriz y docente de teatro, personificó a Antonia, la criada de Argán. Ella empezó a hacer teatro en 1996. Comenzó en el teatro social, enfocado en la violencia de género, doméstica e infantil, donde luego de hacer la obra hacían un foro informativo y hablaban con los espectadores. Con los años, desarrolló una carrera marcada por la diversidad de propuestas interpretativas y, luego, hace un par de años, se unió a La Gaviota. 

Ellos dos, junto a otros 11 actores, le dan nuevo aliento a El enfermo imaginario en el Teatro Stella D´Italia, fundado por una compañía italiana en 1895. El recinto ha albergado a varios grupos teatrales. La Gaviota se fundó hace 45 años y trabaja en el Stella D’Italia desde entonces. El teatro estuvo venido a menos durante las primeras dos décadas del siglo, hasta que en 2020 los integrantes de la compañía arreglaron su infraestructura, limpiaron y pintaron el edificio y estrenaron dos obras. Como las obras centenarias que se escenifican entre sus paredes, el espacio cobró vida nueva. En 2022, la Comedia Nacional reactivó un programa de coproducción con teatros independientes y así lograron presentar tres obras y devolverle visibilidad al teatro. 

Sebastián Silvera, director de El enfermo imaginario.

Sebastián Silvera, director de El enfermo imaginario.

Por sus 45 años y los 400 años de Molière, La Gaviota decidió hacer El enfermo imaginario. Lo vivido en los últimos días de vida de su padre motivó a Sebastián a dirigirla. Durante ese período percibió deficiencias en el sistema de atención médica, para el que sintió que, en algunas situaciones, el ser humano se transforma en un número. “Hacer la obra fue también una manera de manifestar mi descontento”, explica. 

Cuando Sebastián lo llamó para ofrecerle un papel, Fernando estaba con mucho trabajo. Cuenta que “tenía el no en la boca”. Eso hasta que, para su sorpresa, el director le ofreció el protagónico de Argán: “Ahí me tocó el corazoncito porque a mí me gusta mucho Molière. Y este personaje es un clásico. Es el último personaje que hizo él mismo antes de morir. Tiene muchas cualidades que hacen que a un actor le toque el ego y diga alguna vez en mi vida quiero hacer esto. Y eso fue lo que me pasó”. Cristina se sumó con los ensayos ya empezados, pero se tuvo que bajar durante un tiempo por otros motivos laborales. Cuando volvió, Fernando había dejado los ensayos por un viaje que tenía previsto. Avatares del teatro independiente: los dos tuvieron que ser sustituidos en distintos momentos de la preparación por otros actores que asumieron papeles que no iban a interpretar en la obra. El día del estreno presagiaban un fracaso. No se sentían preparados.

“Molière no es un autor fácil”, confiesa Fernando. “Quieras que no, tiene 400 años. No lo podés hacer como se hacía en su época, pero tampoco podés hacerlo pelota, cambiar totalmente lo que él plantea. Tenés que buscar algo intermedio, que fue lo que nos costó mucho”. 

A pesar del pronóstico, la obra funcionó. “Fue creciendo, madurando, como un ser vivo, único, generado por todos nosotros”, explica Cristina. Agrega que cada vez que hace la obra, descubre cosas en ella misma y encuentra matices en su propia interpretación de función a función. Lo normal en el proceso de maduración del personaje en los actores y lo que hace también que no se aburran de decir lo mismo. Hacer el personaje de Antonia la obligaba a tener una relación distinta con todos los personajes en escena, ya que se trata de una mujer que manipula a los demás a base de aparentar. Como cuando se posiciona a favor del pretendiente de la hija de Argán, pero en realidad está tramando ayudarla a quedarse con su verdadero amado. “Tenía que estar en escena atenta a todos y a todo. Y tener esa picardía para mentir, para que se viera el teatro dentro del teatro”, cuenta. 

Fernando narra que le costó encontrarle el “timing” al personaje de Argán, porque en un principio se sesgó y lo ideó como si estuviera enfermo. “Hubo un momento en el que me di cuenta de que en realidad él se está burlando de todos y que no está enfermo, y que ahí está la clave”, explica. Entonces el actor empezó a jugar otro juego: “De golpe era un (con la voz afligida) ‘ay, estoy horrible, estoy espantoso’, y llora, y parece que va a llorar. Pero de golpe le hablan de plata o de su hija, y se transforma y está lo más bien, salta arriba de la cama y está bárbaro, y le vuelven a decir ‘pero, ¿no era que estabas mal?’.  (Y nuevamente con la voz afligida): Ay, sí, estoy re mal’”.  

Cristina Cabrera, actriz.

Cristina Cabrera, actriz.

El enfermo imaginario señala a los diferentes agentes que componen al sistema de salud, que no tienen nada que ver con la salud, sino que tienen que ver con otras cosas. “La salud del ser humano está en un lugar más relegado, hay otras cosas que para el sistema son más importantes”, expresa Cristina, y a eso apunta el drama. Según ella “la obra tiene un rol político”. Para la actriz, poder decir que una persona se cree más enferma de lo que está y que se encuentra rodeada de gente que lo sabe y que aun así le ofrecen, a cambio de dinero, esa salud perfecta a la que aspira, es brillante. “Me parece hermoso que podamos decir que es todo una gran obra de teatro. Jugar en el teatro no teatro”, afirma. 

“Molière plantea al cuerpo médico como una especie de semidioses de altar”, dice Sebastián. La obra hace una crítica a la industria farmacéutica y a todos sus integrantes. Hasta se burla del nombre, industria farmacéutica: cada vez que lo dicen los actores en escena suena una música angelical, una luz se proyecta desde el techo y todos miran hipnotizados alabando a esa luz. No es una crítica a la medicina, sino a su industrialización. Pero no solo critica al sistema, sino también a las personas que lo utilizan para salir beneficiados. Desde los médicos hasta los familiares que se aprovechan de un enfermo, ya sea por intereses monetarios o de poder. En la obra, hasta el mismo enfermo imaginario, Argán, quiere casar a su hija con un médico para tener acceso ilimitado a medicamentos. 

Un arte vivo

Una obra de teatro cobra vida en cada representación. “Es un material vivo. Uno repite lo mismo, aparentemente, pero en realidad pasan cosas distintas todo el tiempo”, explica Cristina con una sonrisa. El teatro mantiene a los actores en el aquí y ahora porque en escena suceden cosas que están fuera de su control. La actriz cuenta que mientras estaba en el escenario durante una función, se le salió el tornillo a la camilla que ella entra y no sabía de qué parte era: “En ese momento era yo, Cristina, atenta, y también era el personaje. Y desde el personaje se resuelve”. Fernando cuenta que en las funciones ocurren cosas que los ponen en otro lugar, si un compañero se quedó sin letra o se cayó o rompió algo. “Esas cosas que se desajustan y vos tenés que tener la habilidad de ajustarlas”, dice, y cree que eso es lo bueno del teatro.

El teatro es una búsqueda constante. Incluso después de que la obra se estrenó. “Hay algunos autores que lo relacionan a estar en la cuerda floja, pero es una cuerda floja en la que da gusto estar, que nosotros la elegimos”, expresa la actriz. La eligen con gente que no solo está en el escenario, sino también atrás o afuera, como el público y los técnicos. En esa cuerda floja, el teatro se transforma en una experiencia lúdica. “Me gusta mucho actuar porque me gusta mucho jugar”, confiesa Cristina. Ella cree que la actuación la devuelve como adulta a la emoción de la niñez ante la posibilidad de jugar. Pero es un juego que implica hacerse responsable de lo que se plantea. Fernando coincide, pero advierte: “El jugar a ser otra persona te pone a prueba. El hecho de ser otro, de agarrar el texto y, a partir de eso, basándome en mis compañeros y mi director, crear una entidad diferente, que tiene parte tuya, pero que en realidad tiene que ser otra cosa, es un desafío y es lo que más me gusta”. Esa transformación es exigente e implica acciones que comprometen al sonido de la voz, al aspecto físico y al nivel energético de la persona. 

“Nos motiva el arte, nos motiva el teatro. No hay una motivación económica. Es muy difícil acá en Uruguay vivir del teatro”, explica Sebastián. Además, está el elemento colaborativo. “Como las dificultades se comparten, se genera una magia que tiene que ver con ponernos las obras al hombro, que todos somos partícipes, de una u otra forma, de que esto salga adelante”, expresa Fernando. El enfermo imaginario fue 100% sostenida económicamente por el Teatro Stella D´Italia y La Gaviota. “Se la jugaron”, dice el actor. “Dijeron ‘esto no puede ser chiquito’, y sacaron un montón de plata ellos para hacerla. Es lo que hace siempre el teatro independiente: apostar”.


Este es el el primer reportaje de la serie Tres actos: la puesta en escena del teatro independiente.

Segundo acto

Jirafas y Gorriones, en La Cretina


 

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