Bichos del teatro
Segundo acto: Jirafas y Gorriones, en La Cretina
“Cada vez que tiran a un bebé por la ventana, el mundo se detiene. Nadie lo nota, nadie. Pero así es”, sentencia desde el escenario el vagabundo Juan Carlos mientras un bebé sale volando por una ventana en la imagen que se proyecta a su espalda. Así empieza Jirafas y gorriones. “¿Qué clase de persona podría tirar un bebé por la ventana?”, se preguntó Federico Guerra (38), guionista y director de esta obra, mientras le daba forma.
A partir de una premisa tan absurda e inverosímil, la obra explora, en distintos espacios hogareños, la vida cotidiana de 11 personajes y cómo sus historias se entrelazan. “Un colchón en el piso, pastel de carne en el freezer y el maldito bebé que no se calla. Podríamos cerrar la ventana, pero una ventana cerrada deja de ser una ventana. A veces se nace, a veces se muere… Cosas que pasan”, resume parte del afiche de la obra.
El vínculo de Federico con el teatro comenzó a sus 19 años en El Galpón. Asistió a escuelas de actuación, pero nunca terminó los cursos. Sin embargo, no desdeña a las escuelas de teatro. Es más, insiste en que los interesados se acerquen. Recuerda y reflexiona en voz alta: “Tenía ansiedad por decir cosas y creo que esperar para decirlas te puede anular un montón de cosas que vos tenés para escupir a los veintipocos años. Quizá si esperás a tener 30, eso visceral que querías expresar en ese momento mutó o ya no la querés decir porque no es una idea que te atrae”.
Con 25 años estrenó su primera obra. Snorkel lo llevó a ganar el Premio Florencio “Revelación” y estuvo en cartel en El Galpón durante 10 años. Él la escribió y protagonizó, y la dirigió Bernardo Trías. Fue una obra que se gestó de manera improvisada, cuando él daba sus primeros pasos como escritor y actor. Junto a otros jóvenes actores de El Galpón decidieron hacerla. A partir de entonces descubrió que podía contar sus historias en el teatro, más allá de que las condiciones fueran rudimentarias y de bajo presupuesto. En paralelo, desarrolló una carrera de una década como actor en El Galpón. Pasado ese tiempo, sintió que necesitaba otro espacio, y se lanzó a fundar la base de su nueva etapa artística.
En 2018, Federico y Fernando Amaral (51), actor y director, fundaron La Cretina, en el 1236 de la calle Soriano, en Barrio Sur. Este lugar surgió de la búsqueda compartida de un ámbito para hacer teatro, actuar y dirigir a su gusto. En el patio instalaron una propuesta gastronómica de restaurante-bar. Fernando señala que no aspiraban a dedicarse a ese rubro, pero tuvo mucho éxito. Sin embargo, el teatro está muy presente y ambos espacios logran nutrirse. Traer gente a ver una obra lleva a que se queden a comer y muchos de quienes vienen a comer o tomar algo se enteran de que ahí también hay teatro.
“Le damos mucha importancia a la sala de teatro, estamos todo el tiempo mejorándola a nivel técnico”, expone Fernando. El buen funcionamiento del boliche les permite invertir en la sala, ya que hacer dinero con las entradas del teatro es más difícil. Con un elenco que varía, pero en su mayoría se repite, hacen las obras que quieren. También dan la posibilidad a otros elencos para que hagan obras ahí. “Somos bichos del teatro y nos gusta que haya teatro”, dice Fernando con una sonrisa. Por su parte, Federico reflexiona: “Cuando el lugar lo construís vos, te sentís parte del espectáculo, aunque no seas vos el artista que se para en escena”. Y mientras observa el patio de La Cretina dice: “Esto para mí es una obra de teatro en movimiento”. Cada vez que viene hay algún cambio en la decoración, en las películas que proyectan en la pared, en los cuadros, en los grafitis del baño. A tal punto lo vive como una escena viva que afirma: “Por mucho tiempo no sentí la necesidad de hacer obras para decir cosas”. Pero las ganas de contar historias nunca se van del todo. Jirafas y gorriones se estrenó en octubre de 2021 y tuvo tres temporadas. “Fue un antes y un después en el teatro de la casa, porque fue la primera producción nuestra que hicimos acá”, explica Federico.
Retazos
Sobre la premisa de la obra, el director cuenta: “Me imaginé esa cosa tan absurda como tirar un bebé por la ventana y siempre pienso que la vida es absurda, y me pregunté cómo encajar esa imagen en una historia cotidiana”. En su proceso creativo suele reutilizar ideas que tiene en diferentes carpetas y así forma los puzzles que terminan siendo las obras. Tenía unos diálogos sobre una pareja que discutía, parte de una pequeña obra que nunca hizo, que luego se transformaron en los de Emilio y Carmela, personajes de Jirafas y gorriones. “Es una especie de collage”, dice entre risas, y agrega: “Pero quedó bien armado”. Lo único que cambiaría, confiesa, son aspectos de la puesta en escena que fueron condicionados por la falta de recursos. Para hacer la obra, ganaron un fondo de la Comisión del Fondo Nacional de Teatro que les dio un total de $ 55.000. Fernando explica que ellos pusieron aproximadamente $ 72.000 más. De cara al estreno, colocaron telas anti sonido para que el bar y la sala de teatro pudieran convivir, lo que costó $ 40.000.
“El proceso de montar Jirafas y gorriones empezó con la pregunta de cómo metemos 11 actores en este espacio tan chico”, revela Federico. El espacio del escenario es de 5×3 metros, aproximadamente. Las estructuras del mismo fueron hechas para la obra. Como habla de diferentes familias y apartamentos, la idea era generar zonas distintas y escalonadas para dar una sensación de edificio.
La maragata Leonor Chavarría (44) es actriz y personifica a Carmela en Jirafas y gorriones. A los 15 años, comenzó a participar de actividades ligadas a las artes escénicas. En 2001 egresó de la carrera de actuación de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático Margarita Xirgu. Lleva muchos años en un oficio en el que, cuenta, le toca convivir con el “no”, con ganar poco dinero, no ganar nada o incluso pagar para trabajar.
Tras el estreno, con el paso de las presentaciones, la infraestructura se reveló como un desafío. Se trata de un espacio con tarimas, entradas y salidas muy acotadas. Esto hizo que lo que llevara más tiempo de preparación fuera la transición entre las escenas. Y lo más difícil fue solucionar las cuestiones técnicas. “El teatro está muy apoyado en lo técnico. Si la luz no entra a tiempo, el espectáculo queda mal. Si no aparece la única proyección que tenemos, que es el bebé cuando cae al principio y al final, es un papelón, no se entiende”, explica Federico.
A pesar de los obstáculos, el director destaca que sintió que trabajaba con un grupo de amigos enfocados en sacar adelante una obra que a todos les gustaba mucho. Para él, los problemas técnicos y del espacio quedaban de lado mientras dirigía los ensayos y empezaba a ver desde afuera cómo se armaba la historia. “Es lindo dirigir”, dice. Hace una pausa, piensa y ríe cuando repite, casi para sí mismo: “Qué lindo es dirigir”.
Juego y magia
Tras leer el guion, Leonor sintió que era un proyecto que le pediría mucha energía y compromiso a nivel actoral. Su proceso como actriz implicó transformar su propia esencia radicalmente para asumir la del papel que le tocaba interpretar. El juego teatral la obligó a ir al límite para llegar de su visión del mundo a la de Carmela, su personaje. Pero eso es lo que disfruta: el desafío de “darle carne a esos personajes que no tienen nada que ver con uno y no piensan en nada como uno. Justificarlos”.
“Son todos unos personajes muy ingratos que dan ganas de decir ‘no, no, no puede ser más malo o egoísta’”, explica Fernando. Al verlos, el espectador de alguna manera se siente identificado, o lo que vio le pasa a un amigo o al vecino. “Decís ‘pah, este personaje es igual a…’ o en algún momento te pasó en alguna relación. Creo que esos textos comprometidos le permiten al espectador verse reflejado y cuestionarse”, dice Leonor.
“Me divierte mucho la interacción entre las personas en esas situaciones cotidianas en las que parecemos ratones de laboratorio”, expresa Federico. Una pelea en la cola del supermercado por quién llegó primero, subirse al mismo tiempo al ascensor y tener siempre la misma conversación. El director de la obra lo describe como “la tragedia de lo cotidiano, la maldad dentro de la gente común y corriente. Esa pequeña intolerancia que todos tenemos y tragamos para vivir en sociedad. Y cuando vemos a personajes que dicen las cosas que nos tragamos, nos gusta, porque la dicen por nosotros”.
Sobre el humor incorrecto:
“Con mis obras me gusta provocar, que te rías de cosas de las que no estaría bien reírse. El humor negro es eso, el humor más simple es eso”, admite Federico.
“La obra tiene un elemento grotesco alucinante. Lleva al espectador al límite. Tiene ese juego que el espectador necesita a la hora de ver teatro: que te puedas reír de esos golpes que te da la obra”, explica Leonor.
“El humor es ácido y cruel, pero realmente te hace reír. Se dicen cosas que pueden ser un poco violentas o vos creés que son violentas y la gente estalla en carcajadas”, dice Fernando.
“La verdad que no sé muy bien qué quería contar”, confiesa Federico entre risas. “Quiero contar la historia de estos personajes, de estas vidas que no son nada, que son gente común y corriente. Historias en las que no pasa nada, pero que son un todo en el que algo pasa”. Las historias individuales por sí mismas no son el atractivo de la obra. La conexión que las vuelve un todo es lo que atrapa. “Todos estamos de alguna manera unidos, para bien o para mal”, concluye.
Cuando uno va a ver una obra, no sale de la misma manera, asegura Leonor. “Creo que todavía no se ha tomado conciencia a nivel del Estado y de la educación de la importancia que tiene el teatro para la sociedad, lo movilizador que es”, opina la actriz. Federico ilustra una idea: en el teatro, una silla puede ser un auto, pasar a ser una silla y convertirse en una parada de ómnibus. Así se nutre la imaginación.
En la misma línea, Leonor expresa que siempre se piensa que el teatro va a morir, pero que el ser humano lo necesita. Aunque sea para alimentar la fantasía. “Eso es lo mágico del teatro. Hay alguien que te hace pensar que esto es un barco y vos ves ese barco”, reflexiona mientras hace una mímica con la mano.
Y, de repente, por un segundo, el barco está ahí.
Este es el segundo reportaje de la serie Tres actos: la puesta en escena del teatro independiente.
Tercer acto
Esta gaviota no es de Chéjov, en el Teatro El Galpón