Browse By

Un simple giro del destino

Share on FacebookShare on Google+Tweet about this on TwitterShare on LinkedInPin on PinterestEmail this to someone

dylan grande escritor


Bob Dylan no tendría que haber ganado el Premio Nobel de Literatura. Pero lo ganó, y redujo la premiación más sacrosanta y reverenciada del planeta a un simple giro del destino.


No es que no lo merezca, pero entre el merecimiento y el otorgamiento existe un abismo que debería haberse respetado. Sin entrar en una discusión sofística sobre si sus versos son o no Literatura –así, con mayúscula- el trasfondo angustiante que esconde este anuncio es que los tipos de la Academia sueca no pudieron encontrar en todo el mundo un solo escritor que haya hecho mérito suficiente para ganarlo. Y cuando digo escritor me refiero a los que han dedicado su vida a plasmar arte en un papel, con palabras, para el consumo mediante el sentido de la vista. Esta es la noticia más triste dentro de la noticia más alegre que es que al menos por unos días Bob Dylan vuelve a tener el mundo a sus pies. Algo que, ya avanzado el siglo XXI, parece simplemente obra de un giro del destino.

De pronto, y sin previo aviso, los diarios le dedican sus portadas. En las radios vuelven a sonar sus canciones, en la televisión emiten los videos de sus presentaciones y en las redes sociales se recita su poesía. Quizá la angustia surja precisamente de todo esto, de pensar en todo lo que se perdió la Literatura. De pensar que un escritor podría estar aprovechando esos 15 minutos de fama. Que las librerías podrían festejar con los clics que se está llevando Spotify. Que la conversación podría estar centrada, al menos un día al año, en esa novela que tanto recomendamos pero a nadie seduce leer. Será que, después de todo y a pesar de los apocalípticos artículos de la Rolling Stone, la Literatura murió mucho antes que el rock. Así, una mañana de octubre, en un simple giro del destino.

Por supuesto que todo esto escapa el bueno de Bob que parece darle la razón a Calamaro con aquello de que es un tipo muy discreto. Al Bob que conocemos de sus canciones, al que no saluda en sus shows y apenas carraspea las canciones. Al que, sin ir más lejos, los de la Academia sueca todavía ni han podido encontrar. Porque Dylan no es un ganador de premios, Dylan es un revolucionario. Y un revolucionario de verdad no hace la revolución para salir en el noticiero de las ocho sino para sobrevivir. Por mucho que le griten ¡judas!, él enchufa su guitarra, se pone a cantar rock and roll y de la noche a la mañana cambia la historia de la música, así, sin pedir permiso, como un simple giro del destino.

Una vez David Foster Wallace y Jonathan Franzen -ambos escritores- se pusieron a conversar y llegaron a la conclusión de que la literatura era esa tierra de nadie neutra donde establecer una profunda conexión con otro ser humano. Y luego fueron más específicos: como una escapatoria de la soledad. A lo largo de toda su vida, y con millones y millones de personas, Bob Dylan no ha hecho otra cosa más que establecer esa conexión.

A veces golpeando las puertas del cielo. A veces enseñándonos que la única respuesta está ahí, soplando en el viento. O que cuando no tenemos nada tampoco tenemos nada que perder. Que aún no es de noche pero la oscuridad se está acercando… Que los tiempos están cambiando y que aunque el tiempo es un océano siempre termina en la orilla. Que la ruta es para los timadores y es mejor estar alerta, que hay mujeres que se quiebran como niñas y otras que son capaces de darnos refugio contra la tormenta. Que hay una chica en Tangier a la que tenemos que saludar, y también hay otra en el norte… Que no deberíamos tomárnoslo tan personal, y que a veces simplemente uno no es la persona que alguien más está buscando. Y que hay que andar con cuidado porque todo puede cambiar con un simple giro del destino.

Por todo esto, un hombre que conecta tanto, con tanta gente a lo largo y ancho del tiempo y del espacio, siempre va a merecer un premio Nobel. El de Literatura, el de Física o el de Medicina. Que le den un Oscar -otro- o la medalla de oro de los 100 metros llanos o la corona de Miss Primavera. Que le den todos los premios que quieran, porque incluso así quedaremos siempre en deuda por lo que nos ha hecho sentir en la vida: que a pesar de todo, no estábamos tan solos.

*Fotografía: Ted Russell (Bob Dylan types in his Greenwich Village apartment on March 13th, 1964.)

Share on FacebookShare on Google+Tweet about this on TwitterShare on LinkedInPin on PinterestEmail this to someone

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *