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¿Dónde estás, Avenida Italia?

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Era el día del clásico Arsenal-Tottenham, tenía diecisiete años, y estaba en Londres solo. Me propuse ir a ver el partido a Highbury, el barrio donde se encontraba entonces el estadio de los ‘Gunners’


Me quedaba a unos minutos caminando, pero por vago me tomé el subte. Cuando subí, noté que el tren era un poco más lujoso que de costumbre, pero no le di importancia. Estaba en el ‘primer mundo’; “los trenes acá son así”, pensé. A mi lado iba sentado un muchacho rubio y bien vestido. Apenas empezado el viaje, sacó su Mac muy tranquilamente, se preparó una taza de café de Starbucks y comenzó a ver una serie. Qué raro, me pregunté, quién toma tantos preparativos para un viaje tan corto.

Luego de unos minutos, me empecé a preocupar. El tren aún no había parado. Después de practicar en mi cabeza por diez minutos lo que iba a decir, le pregunté a mi compañero dónde era la próxima parada. “Cambridge“, me dijo mientras concentraba su vista en el que creo era el final de la tercera temporada de Breaking Bad. Cambridge es una ciudad a una hora y media de Londres, así que lo que me ocurrió es el equivalente de querer tomarse el 60 para ir a Portones y terminar en Punta del Este. No podía creer mi estupidez, pero sobre todo me sentía traicionado por el que hasta ese momento fue mi fiel guía de viaje, Google Maps. Él me dijo que me tomara ese tren y yo, como siempre, confié ciegamente. Me lo tomé sin titubear un segundo. Nuestra relación hasta ese momento iba marchando bien, pero sabía que no podría perdonarlo luego de semejante engaño.

Llegué a Cambridge y mi rubio compañero de viaje terminó su capítulo. Cómo me volvía a Londres era el problema ahora, ya que no tenía plata para pagar el boleto. Hacía varias semanas que venía estudiando el sistema de metro de Londres y había descubierto que se podía viajar gratis. Solo había que meterse rápidamente atrás de una persona justo en el momento que esta introduce el ticket en la máquina. Así que hice eso, no me quedaba otra. Todavía hoy espero que MI6 llame un día a la puerta de mi casa y me reclame por mi boleto no pagado.

Me tomé el tren de regreso y llegué a Highbury. Lo que tendría que haberme llevado 10 minutos me llevó tres horas. Mejor tarde que nunca, dicen. Comencé a buscar el bar inglés más típico que pudiera encontrar. Después de caminar unos minutos, localicé uno que parecía cumplir con mis criterios. Entré y confirmé que sí, efectivamente los cumplía. Estaba repleto de hinchas del Arsenal tomando cerveza, cantando e insultando con cánticos antisemitas a los del Tottenham. Afuera, se sucedían las peleas entre hinchas y policías. Con diecisiete años me creía en la película “Hooligan”. Y me encantaba.

Terminó el partido y el Arsenal ganó. Tenía hambre, no comía desde el espantoso desayuno de la mañana. Entré a un Subway que quedaba a mitad de cuadra. El Subway inglés equivale al carrito “El Crucero del Sabor” que queda en la esquina de casa, un lugar cuyos alimentos dejarías que visitaran tu estómago solo en casos de hambruna severa. Mientras hacía la cola, leía los distintos tipos de condimentos para el sándwich. Me costó diez minutos poder entender qué significaba cada uno. Me pregunté para qué tantos años estudiando inglés si ni siquiera podía pedirme un sándwich sin la ayuda del traductor del celular. Llegó mi turno, el cajero me habló, pero no le entendía, me sentía mareado. Cuando quise acordarme, estaba en el suelo desmayado. Me levanté unos minutos después, la gente me miraba raro. Pagué mi sándwich y me fui.

Estaba cansado y con frío. Quería volver al hotel. El problema era que no tenía ni idea de cómo hacerlo. En ese momento, me pregunté, con cierto enojo y desazón, ¿dónde estás, Avenida Italia? En Montevideo, ella es mi norte, mi guía. Cuando me pierdo, solo necesito buscarla y sé con seguridad que todo estará bien. Pero sabía que ella estaba lejos, veraneando en Montevideo. Además, la conozco bien, nunca podría aguantar estos fríos de Londres. Hizo bien en no acompañarme. Resignado, me di cuenta de que no me quedaba otra. Agarré el celular, abrí Google Maps y puse la dirección del hotel. Hay amistades que son demasiado importantes para perder.

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