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Mitología del infierno

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—Papá, ¿hay gente que va al infierno?
La pregunta de uno de mis hijos, de cuatro años, me sorprendió. No sabía que conocía ese concepto, y mi primer instinto fue evadir la pregunta, pero, antes de que pudiera reaccionar, dijo:
—No te preocupes, ya está.
—Y… ¿cuál es la respuesta? —pregunté con curiosidad.
—Sí, hay gente que va al infierno. Papá, el lobo feroz no puede estar en el cielo.


Hablar del infierno parece una cuestión de anticuario, solo permitido para ciertos reductos de la novela esotérica a la que nos acostumbró Dan Brown, o para comedias como The Good Place. Sin embargo, estudios recientes muestran que la creencia en el infierno está en torno al 70%, y es más alta que la creencia en el demonio. También lo utilizamos cotidianamente cuando nos enfrentamos a una adversidad: ¡Esto es un infierno! ¡Pasé un infierno!

¿Es razonable creer en el infierno?, ¿qué es el infierno? En las próximas líneas mi interés no es hacer una defensa del infierno desde la tradición religiosa o teológica, sino marcar cierta transformación del concepto abordando la idea de infierno como un mito. El mito, no entendido desde el cientificismo como una mentira creada por alguien, sino desde la perspectiva platónica, que abre a la comprensión de aquello que nos excede. En Platón los mitos exploran lo que está junto al límite, pero puede “ver algo más allá”. El mito invoca símbolos, metáforas y narrativas que hacen que adquiera valor por la capacidad de revelar sentido, y allí tiene su fuerza, no apunta a una demostración.

Sobre el infierno, en la República, Platón nos cuenta el Mito de Er, que será arquetípico para muchas otras narraciones. Er, caído en batalla, recorre el descenso al Hades, llega a una pradera en la cual se encuentra con las almas que retornan del castigo (un poco maltratadas) o del recorrido de los premios (con cara gloriosa). Entre las almas castigadas, algunas, al intentar retomar a la pradera, son nuevamente tragadas y permanecen allí para siempre. Las otras esperan el sorteo de las suertes para volver a reencarnar. Er despierta justo antes de que se encienda la pira funeraria: se le había permitido volver para relatar este destino a los vivos.

Cicerón reconstruye un relato semejante en el Sueño de Escipión, pero será Dante quien nos dará un relato más detallado de las postrimerías. En los tres casos vemos una evocación de búsqueda de una justicia natural del hombre, y una consciencia de la debilidad del ser humano para poder hacer justicia a buenos y malos. En Dante encontramos una reelaboración cristiana de este infierno, el cual remite solo al lugar de los condenados, y así sigue siendo entendido hoy. La singularidad de Dante está quizás en la sofisticación de la burocracia y geografía infernal. Dante es prolijo en su clasificación, y en sus penas, las cuales deben ser proporcionales a sus delitos o pecados. Pero la justicia siempre está impuesta desde fuera, y el condenado debe aceptarla y vivir con ella. Esta visión está muy impregnada en la cultura, cuando queremos decir que algo es realmente terrorífico, infernal, lo denominamos “dantesco”. Siempre sorprende que el énfasis está puesto en el infierno, pero el Purgatorio o el Paraíso de Dante no han llamado tanto la atención.

En el siglo XX, Sartre presenta un infierno distinto, el cual ya no tiene grandes verdugos ni tampoco castigos o culpas. Para explicar su posición escribe A puerta cerrada, obra que describe el infierno como un espacio en el cual estoy condenado a compartir mi vida en conversación con otros. La mirada de los otros como intromisión de mi intimidad, de mi derecho a autodefinirme, es la base de todo infierno y en parte también la razón de su ateísmo. En Las palabras Sartre nos cuenta su encuentro con Dios, afirma que de niño estaba jugando con unos fósforos y quemó una alfombra, mientras estaba tratando de reparar el daño sintió “su mirada (la de Dios) en el interior de mi cabeza y en las manos (…) me salvó la indignación; me puse furioso contra tan grosera indiscreción, blasfemé (…) No me volvió a mirar nunca más”. Esta misma idea es la que plasma en su obra de teatro, no hace falta verdugos, parrillas o fuegos, solo hace falta que sienta la mirada del otro que me juzga para sentirme amenazado, perdido. En ese sentido, si bien Sartre logra liberarse de la mirada de Dios, se da cuenta que no puede liberarse de la mirada del otro. El infierno ya no es para Sartre un lugar geográfico o burocrático, sino un espacio psicológico. De aquí la conclusión de la obra “el infierno son los otros”.

El gran divorcio de C. S. Lewis propone otra perspectiva a la visión psicológica del infierno. A diferencia de Sartre, quien suprime toda opción de paraíso, Lewis recupera la visión del infierno divorciado del cielo. En su relato Lewis coloca a unos personajes que viven en un mundo en un perpetuo atardecer nublado y que toman un ómnibus que los lleva a una pradera en la que se encuentran con unos hombres luminosos. El ómnibus proviene del “infierno”, que se podría convertir en purgatorio si los personajes adoptan un cambio de rumbo, y en parte ese es el sentido del viaje y el encuentro con los hombres luminosos. Con esos hombres se dan diversos diálogos en los que los luminosos buscan mostrar a los pasajeros del ómnibus que parte del problema es cerrar todo a “su perspectiva”. Se da un paralelo con la idea sartreana de la intersubjetividad como problema, los personajes del ómnibus están encerrados en un solipsismo, en su visión del mundo, y solo podrán ir al cielo si logran aceptar la realidad, aquello que va más allá de su deseo egoísta. Los otros se convierten en mi infierno, porque estoy encerrado en mi capricho, y abrirse duele, pero solo se puede salir si me abro a la realidad y a los otros.

Recientemente encontramos esta transformación de la idea del infierno en la serie The Good Place. Un personaje llega al Good Place, pero resulta claro que no merece el premio. A partir de allí, padece diversas angustias junto a otros que participan de su padecimiento. Finalmente se da cuenta de que ese lugar es el infierno. Un demonio-arquitecto había decidido abandonar la forma clásica de tortura por una tortura psicológica. Sin embargo, la visión burocrática del infierno se enfrenta a la perspectiva dinámica de la psicología humana. Se pone de manifiesto la idea que plantea Lewis, el infierno es una negación del otro, pero si existe una forma en la cual uno puede cambiar y abrirse al bien, entonces va de camino al cielo. En ese sentido, la serie no advierte esa tensión que existe entre los modelos de infierno y la comprensión del sentido del castigo en cada uno. El infierno psicológico implica superar la idea del infierno como proyección de la justicia humana, y verlo como la permanencia de un estado final de la conciencia del penitente; ese infierno en el que nos encerró Sartre, y Lewis nos mostró la salida.

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