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Presagios del G20

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Fotografía: Federica Bordaberry


Mirando los detalles de la vereda, en busca de algún desperdicio interesante, una moneda deslizada fuera de un bolsillo, o quizá esperando sentir el sol de Cerrito y Libertador en la nuca, fue cuando me encontré al G20 por primera vez. Había más sombra de lo normal, lo que me obligó a levantar la cabeza para entender quién me estaba sacando, no mi sol, sino mi rutina. Eran vallas, que escuché a un niño describir como edificios nuevos, por su altura (eso decimos los bajos) y por el mapa nuevo que comenzaban a generar. La ciudad cambiaba y era otra, era nueva y todos la desconocíamos. Eso sucedía un jueves 28 de noviembre a las tres de la tarde.


A las tres y media llegaba a Plaza Francia, camino que usualmente haría en quince minutos, pero que fue demorado por un par de intentos fallidos. Primero Posadas y después Alvear. El documento lo llevaba arriba, claro, porque esta ciudad no es Montevideo y acá la gente anda siempre identificada, pero creo que no quería poner mi nombre en ninguna lista. No quería, en caso de crisis (por no decir violencia o terrorismo), ser un potencial acusado. Y de paso, podría seguir caminando por Callao a ver hasta qué altura habían cercado (manías extrañas, pero manías al fin).

De todas las esquinas pululaban gendarmes y la Policía Federal. El aire siempre amenazado, la libertad siempre acusada, siempre en el estrado imaginario, explicando con lenguaje corporal por qué era inocente, por qué no tenían razón para frenarme. Los camiones blindados llegaban con más hombres de verde militar (liso y no camuflado, porque en la ciudad de cemento no tienen que esconderse, tienen que verse), y parecían actores de thrillers del fin del mundo. Más tarde, en algún momento, hablaríamos de cómo la UBA (Universidad de Buenos Aires) cambiaba el nombre de la licenciatura en Recursos Humanos, porque el humano no es un recurso, y todos sonreiríamos en silencio ante la ironía de tantos humanos usados como recursos.

Ya en la plaza, nos negábamos a desistir de nuestro programa, el único jardín al que accedemos por vivir dentro de laberintos de asfalto (sin desestimar a la arquitectura porteña, es de las más vivas en la vuelta). Truco y tereré, en Recoleta, por lo que caemos en la condición de “burgueses bohemios e izquierdosos”, diría Foster Wallace. La cantada de envido no se escuchó porque nos ensordecieron varios helicópteros, que intimidaron a las palomas y dejaron de murmurar. Enseguida llegaron más camiones y empezaron a vallar. Bajaban todo con guantes de látex, llegaron más gendarmes, nos encerraron, el pánico patrocinado por Hollywood empieza a aumentar. La racionalidad de una estudiante de Psicología y de una de Comunicación social empieza a controlar el miedo. Contradicción. Fascinación de un estudiante de Ingeniería (probablemente por los guantes de látex).

Después de varias vueltas y un cumpleaños, vuelta nocturna. Nueve de la noche. Guido vallado, por lo que de ahí para abajo también estaría todo vallado. De las personas que caminaban a mi lado, algunas insultaban en voz alta, otras por dentro, pero sus caras lo reflejaban muy bien. Nadie podía pasar, ni siquiera los dueños de sus departamentos con sus autos (“tiene que dejarlo en otro lado, señorita”, decía un gendarme con mucha educación). Si el argentino promedio está acostumbrado a quejarse por sus derechos, estos gritaban y algunos lagrimeaban. La impotencia de la cultura de llevarse el mundo por delante. El viento soplaba muy fuerte, era cálido pero le hacía todavía más publicidad a Hollywood (resulta que ahora sus películas del fin del mundo se volvieron universales).

Nueve y media, subía por el ascensor. Reflexiones sobre el estado de alteración, aparecen las caras de todos los gendarmes vistos. Deshumanizados, encarnados en su propio país. En la burocracia. En su gobierno. No lo sé a nivel macro, pero en mi micro mundo el producto más consumido hoy fueron los cigarrillos. Supongo que si no los dejan aspirar su propia libertad, algo tendrán que aspirar. Quizá tengamos ganas de dramatizar, quizá tengamos ganas de exagerar, y puede ser cultural, pero también puede ser consecuencia de una constante crisis social. Con mi familia nos vamos, el fin de semana cruzamos a Uruguay.

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2 thoughts on “Presagios del G20”

  1. Maria Noel says:

    Me encantó, el lector se siente caminando al lado de la autora. Se nota una superación constante.

  2. Andres says:

    Muy bueno!! Resignada al Uruguay.

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