Instrumento secreto
¿Cómo se puede estar seguro de pertenecer a algún lado? ¿Existe acaso un tipo de instrumento que logre medir el nivel de pertenencia que una persona puede tener con un país? Hasta hace muy poquito tiempo, creía que no pero ahora estoy segura de que sí.
El Uruguay es un país de 3 millones y medio de habitantes, en el que el 95% se ubica en localidades urbanas y alrededor de 1.400.000 personas viven en la capital. Muchas veces, el resto del país parece ser olvidado tanto por las portadas de los medios de prensa como en la conversación diaria de la vida urbana. Al recordar que casi el 80% de las exportaciones vienen del campo o que mundialmente nuestro país es conocido por su riqueza agraria, los capitalinos recordamos que hay algo más allá de Montevideo. Sí, es triste pensar que el resto del tiempo olvidamos la existencia de lo más uruguayo que hay: el campo.
Hablar de conciencia agropecuaria puede llevar mucho tiempo y hay infinitas vertientes por trazar cuando miramos la situación desde la ciudad. En tanto, ejemplificar con una persona de carne y hueso lo que es vivir todos los días la importancia del campo es muchísimo más valioso.
Toto, uno de los personajes que conocí en esta inmersión del programa Comunicar el campo y a quien no creo olvidar jamás, predicaba constantemente sobre lo que quiere decir sentirse satisfecho. “Creo que nada se puede comparar con llegar a mi casa en la noche con un cansancio tremendo y meterme en la cama con el corazón tranquilo por haber sudado cada gota de esfuerzo por conseguir lo que mi familia necesita. Eso es la satisfacción en su más puro estado”.
Satisfacción. Este concepto ha adoptado un sentido tan efímero que asusta. En la ciudad, el consumismo masivo ha llegado a niveles impensados y se dice que el peor enemigo del consumismo es un cliente satisfecho, porque aquel que no lo está seguirá consumiendo. En esta vorágine interminable, es fácil perder la esencia de lo que realmente quiere decir satisfacción.
Toto de Armas vive el campo todos los días a flor de piel. Es un trabajador con todas las letras, que conoce muy de cerca lo que es sentir amor por la tierra. Su día comienza en el tambo que trabaja con su mujer. Alrededor de las 7 de la mañana, va a buscar las vacas a pie para ordeñar a cada una de ellas. Las únicas excluidas de esta labor son “las flacas”, que no dan mucha leche; para ellas, Toto guarda una virgencita con sus nombres en el techo del tambo, encomendándolas para que den trabajo. Durante el resto del día, trabaja las tierras donde planta soja con sus hijos sin importar las condiciones climáticas o cualquier tipo de adversidad. Por la noche, los hijos de Toto están acostumbrados a cenar muy tarde, porque la comida no está pronta hasta que el trabajo no se haya terminado.
Debo confesar que la idea que tenía yo del trabajo rural es muy diferente a la que tengo después de convivir con Toto y su familia. Se desvanece aquella idea del jornalero que trabaja por obligación, que debe vivir una vida rústica y en la soledad del campo queriendo siempre “progresar” y mudarse a la ciudad. El sacrificio y el esfuerzo son valores que nos caracterizan como uruguayos y son, justamente, los que se palpan cuando uno se acerca a la vida rural de nuestro país. Pero, en contra de la montaña de prejuicios y conceptos establecidos sobre el agro en el Uruguay, se viven con orgullo y con pasión.
Existen cientos o incluso miles de personas como Toto que contemplan la riqueza natural del país todos los días y la aprovechan con su trabajo incesante. Esta relación con la tierra es, sin dudas, distinta a la que podemos establecer en las ciudades, pero conocerla y comprenderla es un primer gran paso. Si somos uruguayos, de cualquier lugar, no podemos permanecer ajenos. Es parte de nuestra identidad porque no se trata solamente de cifras. Detrás de ellas, está el trabajo de mucha gente, trabajo realizado a diario con tenacidad, con satisfacción, con amor –como seguramente trabajan otros tantos uruguayos en las ciudades-.
Entonces sí existe un instrumento que puede medir el nivel de pertenencia al Uruguay y he descubierto que se trata justamente del vínculo que seamos capaces de establecer con “el campo”, de lo que seamos capaces de ver allí.