Fotografía: Richard Tsong-Taatarii (WPP)

El rastro de los pasos se vuelve complejo, marcado sobre la superficie extraña y ajena, es imposible de remover. Es peligroso eso de andar mostrando la ruta de quienes llevan al viento las banderas de la historia, quienes silban como leñadores al alba una melodía leve sobre la libertad. Ya no es un fantasma llamado Frío el que domina sus cuerpos, sino que ahora se llama Miedo y les hace temblar y caminar a pesar de la voluntad racional.

Hace unas horas habían colocado pedazos de tela simbólicos en cañas que utilizarían como podios para enaltecer los valores de la Madre Naturaleza, que para ellos es fuente de alimento. Y de quejas circunstanciales. Lo que sobró de la tela lo desgarraron con los dientes poseídos por la cólera de indios destruyendo ferrocarriles ingleses, allá por esos años.

Ahora, después de esas horas, se encontraban llegando a la piedra ancestral. El olor a contaminación colonizadora ya iba en ascenso, o quizá fueran los cuerpos enterrados hace cientos de años. El espíritu es lo que permanece. Y con los ladridos de los perros, que ahora acompañaban el ritmo de su corazón, apuraron el paso para colocar su muestra de protesta, su respeto ya perdido hacia el gobierno de la nueva era.

En Lakota, EEUU, el legado del colonialismo continúa siendo repudiado debido a la próxima instalación del Dakota Access Pipeline, un conjunto de cañerías que amenazan con contaminar el río Missouri, fuente inagotable de agua potable para la reserva y las zonas cercanas. En forma de protesta, se acercaron banderas de los antiguos nativos americanos a Turtle Island, una zona sagrada donde miembros de estas comunidades son enterrados, que ahora se encuentra bajo control de las autoridades.