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Simpatías herreristas en el nacimiento del peronismo

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Fuente: Wikipedia


Los primeros sim­patizantes extranjeros en el nacimiento del peronismo (1945-1946),  se ubicaron entre partidos englobados historiográficamente dentro de la categoría de la derecha política.


Cuando desde Uruguay se estudia o se recuerda la recepción política del primer peronismo se sostiene que primó el rechazo, la desconfianza y el temor entre la sociedad y su dirigencia política liberal y de izquierda, a excepción del herrerismo. En 1946, el herrerismo celebró el triunfo electoral de Juan Domingo Perón como un “punto de referencia trascendental para América del Sur y el pueblo oriental”, el “inicio de una nueva etapa”, un “renacer de renovación social”, de “vuelco de los partidos hegemónicos y de los regímenes oligárquicos”. Entonces, ¿por qué el herrerismo simpatizó con el peronismo en sus orígenes? Eduardo Víctor Haedo, discípulo herrerista, respondió que las simpatías de su mentor siempre estuvieron con los “gobiernos nacionales y populares”, como lo había sido el yrigoyenismo en la Argentina.

El peronismo y el herrerismo tuvieron conexiones ideológicas en relación a sus posiciones en política exterior, en especial el anti-imperialismo traducido en el rechazo al panamericanismo y conectado a la salvaguardia de sus respectivas soberanías políticas. De hecho, el herrerismo había cuestionado la presión política y diplomática a la que se había sometido a la dictadura argentina, de la que emergía el polémico coronel Perón. La defensa de la neutralidad en el marco de la Segunda Guerra Mundial los encontró ideológicamente próximos y los ubicó en el bando no encolumnado a los aliados y más filo-próximo a los perdedores desde la mirada de sus adversarios.

El nacionalismo que hacía gala cada uno de sus discursos también fue un puente de solidaridades compartidas. La reivindicación y la utilización de la herencia hispánica y cristiana como un elemento de la identidad argentina y americana -en los inaugurales años del peronismo- estuvo presente, en menor medida, en la prédica herrerista. El nacionalismo herrerista defensor de las “patrias chicas” se presentaba como un bastión del verdadero americanismo: el que “nos liga a lo nuestro”, a diferencia del falso que “nos liga a lo ajeno”. Ideas entroncadas con el legado blanco y federal. En aquel tiempo, Herrera y Perón se mostraban descreídos y a la vez denunciantes del concepto de la “solidaridad americana” que acaudillaban los Estados Unidos. Así pues, la defensa de la tercera posición los encontraría próximos.

El anticomunismo también fue una bandera que los emparentaría ideológicamente. No obstante, El Debate, diario herrerista, celebró el pragmatismo político de Perón al restablecer las relaciones diplomáticas entre la Argentina y la URSS, en junio de 1946. El anticomunismo no fue el principal tema de agenda en la campaña electoral uruguaya de ese año, en un país donde la hegemonía de la cultura anti-fascista había dejado fuerte huella.

Hubo reciprocidades políticas entre el herrerismo y el peronismo: Herrera señaló a Perón como “gran amigo”, “nuestro amigo”, y viceversa, Perón y sus medios de comunicación se referían hacia Herrera y sus acólitos como “amigos” ¿Qué carga conceptual tenía la palabra amigo? Aristóteles en su Ética sostiene que la amistad es benevolencia recíproca, es decir, desear el bien del otro, no solo el bien propio. ¿Cómo trasladar el concepto de amistad a la política donde el interés ocupa un lugar no menor al momento de entablar vínculos? Para Perón, un amigo debía dar muestras fehacientes de sus sentimientos, por ello consideraba a la lealtad como un atributo significativo de su concepción de la amistad. Es innegable que compartieron solidaridades, la prensa peronista apoyó al herrerismo como la opción para la política uruguaya.

Según Alberto Methol Ferré, Herrera acabó siendo el “rostro peronizante” del país cumpliendo una “función compensatoria” frente a la posición antiperonista oficial, con el objetivo de “no romper lazos totalmente, no cerrarle puertas al país, restablecer las relaciones bilaterales futuras, evitando la animadversión argentina”. Este rol de Herrera “fue más importante” que sus simpatías hacia el peronismo. De hecho, en 1946 el herrerismo insistió en que su propuesta política era la única que garantizaría la convivencia enriquecedora con la Argentina.

En las elecciones de 1946 es probable que el miedo y la desconfianza hacia el nuevo gobierno argentino alimentado por los medios de comunicación uruguayos -a excepción de El Debate– hayan tenido repercusión en el electorado. Asimismo hay que considerar las vivencias de muchos, incluidas las élites políticas, que creían en la posibilidad de un horizonte de nacionalismo expansivo y agresivo, estereotipado como nazismo criollo. Curiosamente Herrera aumentaba su caudal electoral en relación a los últimos comicios de 1942, votos que no fueron suficientes para alcanzar la primera magistratura. Los medios diplomáticos franceses explicaron que para muchos votantes fue prioritario recomponer la “hermandad rioplatense” y armonizar el “mal humor” de los argentinos, que boicoteaban el turismo y escamoteaban la venta de materias primas esenciales como forma de presión hacia un gobierno que había revelado su anti-peronismo militante.

A su vez, es posible considerar que parte del electorado haya percibido cierta preocupación en cómo el Uruguay había estrechado sus relaciones con los Estados Unidos, como parte de su estrategia de defensa, traducido en compra de armamentos y frustrados intentos de instalar bases aeronavales. Además, las fuerzas armadas uruguayas habían presionado para lograr la efectividad de la militarización de la juventud, por medio del Servicio Militar Obligatorio (SMO), proyecto que despertó enorme rechazo a nivel nacional y que oportunamente la clase política estancó en el parlamento. Es decir, el herrerismo se había opuesto al armamentismo, a la alineación sin cuestionamientos con Washington y al SMO defendiendo que en el inevitable choque del este y el oeste el Uruguay no podía ser “carne de cañón de una guerra ajena”. Esta posición anti-imperialista para un “pueblo pacifista” quizá tuvo cierta atracción para votantes extra-partidarios, tal como analizaban algunos observadores extranjeros. En la vecina orilla, estas banderas del herrerismo fueron recibidas con simpatía y sirven de explicación para comprender parte de las atracciones recíprocas.

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