Estoicismo, muerte y pandemia
Por qué el estoicismo puede ayudarnos, pero no alcanza
Recorremos ya nuestro segundo año de pandemia y las conversaciones siguen girando en torno al virus: “¿Cómo está fulano que se contagió?”; “¿estaba vacunado?”; “¿cuán efectiva es esta vacuna? ¿Y aquella?”; “¿cuántos muertos hubo hoy?
La manera en la que enfrentamos hoy la vida nos ha cambiado. La cultura de los últimos cuarenta años ha crecido de espaldas a la muerte, salvo en las tragedias. Hasta los cementerios han evolucionado y se han convertido en lugares donde uno no se encuentra con la muerte, sino que llegan a ser parques que invitan incluso a montar un picnic. Sin embargo, hoy, sin mucho preaviso, nuestra sociedad se enfrenta cada mañana –o peor cada atardecer- con la noticia de que la gente muere. No es que no muriera antes, pero no era noticia.
Los estoicos son, en la tradición filosófica, la escuela que considera necesario que cada mañana nos enfrentemos a la verdad de que vamos a morir. Esta idea se conoce como memento mori: recuerda que morirás. Mi generación conoció esta idea por la película “La sociedad de los poetas muertos”. El profesor Keating llevó a sus alumnos al pasillo en el que estaban las fotos de las primeras generaciones, de los trofeos del pasado. El ver que los que ayer estaban en mi lugar, hoy están muertos. El memento mori debe ir acompañado del Carpe diem… Un Carpe diem entendido no necesariamente en la visión hedonista, “bebamos y comamos que mañana moriremos”, sino más bien con la conciencia de que el tiempo pasa, y el desafío es cargar cada instante de densidad y gravedad.
Pero todo esto implica un ejercicio muy fuerte, implica superar los miedos, mirar la muerte a la cara. Y eso es justamente aquello a lo que no estamos acostumbrados. No es extraño advertir cómo se van sacando las fotos del pasado de todos los pasillos. En los discursos lo que importa siempre es el futuro. La escena de “La sociedad de los poetas muertos” sirve para advertir que ese miedo a las fotos antiguas, o las fotos de los muertos, implica a cada instante enfrentarnos a esa presencia cotidiana de la muerte. La pregunta es: ¿qué hago con esa presencia de la muerte en mi vida?
Los estoicos ven allí un desafío y entienden que son necesarios los ejercicios de la mente o del espíritu (sí, el mindfullness tiene raíces antiguas, muy antiguas). La presencia de la muerte en mi mente es un ejercicio de doble sentido. Así como el entrenador de leones busca familiarizarse con la bestia a fin de ir ganando confianza, pensar la muerte da confianza y tranquilidad. Por otro lado, esa misma presencia da mayor paz y también perspectiva para dar fuerza a mis decisiones y a mis acciones.
Poder anticiparme a las cosas inesperadas de la vida me da fuerza cuando llega el momento. Por eso, esos ejercicios no son solo referentes a la muerte, sino también a cualquier otra experiencia de pérdida o debilidad que pueda afectar la capacidad de acción o en última instancia comprometa mi libertad. Así, por ejemplo, Marco Aurelio propone banalizar el valor de la fama o de las riquezas, de alguna manera menospreciarlas, como anticipo de su posible pérdida, y ser capaces de seguir adelante una vez que lo hemos perdido todo.
Los ejercicios mentales apuntan a orientar la mente, a ver las cosas con “realidad”, y es por eso que el anticipo de lo que nos puede suceder, la familiaridad con la tragedia nos permite vivir el momento con menor intensidad. Esto llega a tal radicalidad que podemos leer en Epicteto: “Si deseas que tu mujer, tus hijos y tus amigos vivan siempre, eres loco. Pues deseas que dependa de ti aquello que no está en tu poder, y que sea tuyo lo que es ajeno”.
Sin embargo, no parece suficiente o el método encierra una trampa. El estoicismo marca un camino que puede dejarnos peor de lo que nos encontrábamos. Su foco está puesto en buscar que la realidad no nos afecte. Para ello utiliza la palabra que, repetida y ejercitada en mi mente, como un mantra, lleve a la negación del valor de las cosas . Sin duda que su papel es importante para tomar perspectiva en la comparación de los bienes efímeros, pero corre con el riesgo de vaciar de contenido la realidad.
La muerte de un ser querido es la muerte de un bien presente en nuestra vida. La experiencia de esa muerte no tiene mucho que ver, como dicen los estoicos, con no aceptar que no estaba en nuestro poder que viva para siempre, sino con la evidencia de que su vida fue para nosotros una experiencia positiva, un bien que nos permitía seguir adelante. Para que el estoicismo funcione debo educarme en la ceguera del bien perdido. Por eso, si bien es importante prepararse para lo difícil, y cultivar la fortaleza para enfrentar el mal, esto nunca puede ir de la mano con la negación de la realidad del bien que vivimos.