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Atrapen la bandera

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Fotografía: Aly Song (Reuters)


Atropellada, revuelve sus manos en el fondo de la carpa azul. Siente deslizar sus dedos a través de la red de hilo de algodón de mala calidad, desespera, se irrita. No le importa buscar con brutalidad ni desordenar lo que ya está pronto, porque ya está pronto. Sabe que con cuanta más fuerza busque, mayor será la probabilidad de armar un ángulo entre las cordilleras de la yema de su dedo y el filoso metal que no le permite seguir trabajando.


Quiere pincharse, lo desea como si nunca hubiese escuchado las fábulas occidentales, donde las agujas pueden estar hechizadas. El realismo no es tan mágico en su cabeza, por lo que sus manos gatean en busca de su martillo delgado. Necesita continuar, necesita armar la mayor cantidad de banderas en el mundo, simplemente lo necesita.

La desesperación avanza, se nota no en su rostro perfectamente cuidado, sino en aquellos mechones que se pegan a la sien con el rocío del sudor. Es el primer paso a la locura: eso de permitirse despeinada. Su mano irradia un presente descontrolado, camina, corre, galopa. Siente su piel siendo agujereada, siente el placer de haberla encontrado. La mira con ojos de trofeo ganado y nota, junto a un pequeño líquido rojo, que el trabajo no solo es sudor. Es sangre también.

En Fuyang, al este de China, puede que aquello que tiña la escena de rojo no sea el dedo perforado de una trabajadora, sino la tela de las banderas para la próxima campaña de Donald Trump. Pero no, señor lector, no hablemos de política, todavía no. Continuemos buscando agujas entre las banderas, que se nos da mejor.

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